Mientras Jorge Ramos le mostraba las imágenes de venezolanos comiendo de un camión de basura, Nicolás Maduro trató de cerrar el iPad, contó el periodista de Univisión. (AP)
Mientras Jorge Ramos le mostraba las imágenes de venezolanos comiendo de un camión de basura, Nicolás Maduro trató de cerrar el iPad, contó el periodista de Univisión. (AP)
Editorial El Comercio

El último lunes, era entrevistado en el Palacio de Miraflores de por un equipo periodístico del canal estadounidense Univisión Noticias encabezado por el periodista , cuando una pregunta desató su furia.

“Después de aproximadamente 17 minutos de entrevista, a él no le gustaron las cosas que le estábamos preguntando sobre la falta de democracia en Venezuela, sobre la tortura, los prisioneros políticos, la crisis humanitaria […]. Se levantó de la entrevista después de que le mostrara los videos de unos jóvenes comiendo de un camión de basura, e inmediatamente uno de sus ministros vino a decirnos que la entrevista no estaba autorizada y nos confiscaron todo el equipo”, contó Ramos horas después a una colega del canal. Relató, además, que los tuvieron retenidos por más de dos horas y que les quitaron hasta los celulares.

No está de más subrayar que las materias sobre las que, según Ramos, se interrogaba a Maduro hasta antes de que este suspendiera abruptamente la entrevista –esto es, la falta de democracia en el país caribeño, la comisión de crímenes de lesa humanidad, la existencia de presos políticos y la escasez de alimentos– son, en efecto, verdades inocultables. Sobre ellas se ha documentado ya bastante y nosotros mismos, en varias ocasiones, hemos profundizado al respecto.

Lo que parece haber movido a Maduro, entonces, a darle un portazo a su entrevistador es el incómodo trance en el que lo colocaron al confrontarlo con una realidad que él y sus adláteres se niegan rabiosamente a aceptar: la de una Venezuela quebrada por el desvarío que la tiranía ha impuesto, y de la que millones prefieren escapar antes que quedarse a morir por los efectos de la pobreza o por las balas de la dictadura.

Ciertamente, esta no es la primera vez en la que el chavismo le ha mostrado los colmillos a la prensa incómoda. En febrero del 2017, el régimen ordenó la salida del aire de la cadena de noticias CNN luego de que esta difundiera un reportaje sobre una supuesta mafia de venta de pasaportes que salpicaba al entonces vicepresidente Tareck El Aissami.

Y si vemos lo ocurrido con la prensa en Venezuela en los últimos años, lo que encontramos es más bien una estrategia sistemática de censura. Según la ONG Espacio Público, entre el 2007 y el 2017, 148 medios –entre radiales, impresos y televisivos– dejaron de operar en el país (solo en el 2017 se registraron 51 cierres). A muchos, como ocurrió con 40 emisoras radiales en el 2017, el régimen simplemente no les renovó la licencia sin darles explicaciones. A otros, como pasó con el icónico diario “El Nacional” en diciembre pasado, la falta de acceso al papel periódico –que el régimen monopoliza y provee solo a medios condescendientes– forzó a cancelar la circulación en físico. E incluso los que sobreviven en la web tienen que padecer constantes ataques cibernéticos y bloqueos en la conexión, como sucedió con los portales independientes La Patilla o El Pitazo hace unos meses.

Una inquina contra la prensa que, dicho sea de paso, no nació con Maduro, sino que también exhibía su antecesor, Hugo Chávez, quien en el 2007, por ejemplo, acabó con 53 años de emisión del canal privado Radio Caracas Televisión (RCTV) para reemplazarlo por un medio afín al oficialismo.

Y es que los dictadores, como ha demostrado la historia, no toleran a la prensa independiente porque se les hace insoportable que, en un ecosistema donde lo controlan casi todo, haya quien los confronte con una realidad incómoda, esa que se niegan a aceptar porque no se condice con lo que su discurso pregona.

Al ordenar la detención de los periodistas de Univisión, Nicolás Maduro ha demostrado, una vez más, que le resulta insoportable que le pidan explicaciones por el desastre en el que ha dejado a Venezuela, un país que, bajo su deformada visión, sigue siendo un paraíso rebosante de democracia ajeno a cualquier crisis humanitaria. Lástima que, en la realidad, sea todo lo contrario.