Citas clandestinas, por Mario Ghibellini
Citas clandestinas, por Mario Ghibellini
Mario Ghibellini

Dos grandes géneros parecen definir el alma nacional: la imitación y la copia. En el primero brillan con talento indiscutible los cómicos de la televisión y la radio. Y en el segundo, han incursionado figuras públicas de tanta relevancia, que si fuéramos a tener pronto un primer Papa peruano, su nombre, a no dudarlo, tendría que ser Euplagio primero.

La piratería intelectual, en efecto, no solo es alegremente cultivada entre nosotros por los estudiantes de algún instituto al paso. También suelen sucumbir a su mundana tentación, articulistas abandonados por la inspiración divina, congresistas apremiados por presentar algún proyecto de ley antes de que culmine su mandato y, por supuesto, políticos de aspiraciones presidenciales que deciden correrse ese riesgo en busca de un prestigio que algún día pueda traducirse en votos.

El problema, sin embargo, es que a veces los descubren, como acaba de pasar con César Acuña, y no tienen mejor ocurrencia que negar lo evidente –secundados por un coro de avezados caraduras- y hundirse en un fango más denso todavía que aquel en el que ya se estaban ahogando.

Operación fusil

Como ahora es de conocimiento público, el candidato de Alianza Por el Progreso (APP) fue el titular de una operación de ‘copiandanga’ de dimensiones internacionales, perpetrada con ocasión de la elaboración de su tesis para obtener el doctorado en Educación de la Universidad Complutense de Madrid.

El asunto es meridianamente claro: el texto firmado por Acuña está plagado de extensos fragmentos que reproducen –a veces palabra por palabra y otras, con mínimas modificaciones- escritos de otras personas, sin advertir que son citas. Y eso se llama plagio aquí, en España y probablemente también en el Vaticano. Pero el doctorcito, sin rubor, ha salido a negarlo.

“Los autores consultados para mi trabajo sí figuran como referencias bibliográficas”, ha sentenciado solemne en su conferencia de prensa del miércoles. Pero, aparte de que aquello es una redonda mentira a propósito de autores como José Vicente Peña, María Belandro Montoro, Martha Calderón Franco y Rubén Edel Navarro (‘fusilados’ y no mencionados ni en la bibliografía), sucede que en otros casos, como el de Miguel Ángel Escotet o algunos documentos institucionales, a pesar de que los nombres puedan estar presentes en la bibliografía, los textos reproducidos no aparecen entrecomillados ni con la referencia específica del libro o revista en que fueron publicados originalmente, con lo que estamos, literalmente, ante citas clandestinas. Un rigor académico que, a decir verdad, resulta bastante heterodoxo de parte de este presunto educador de las nuevas generaciones y que hace pensar que, en lo que a él concierne, las comillas que más se echan de menos son las que deberían encerrar su título de “doctor”.

Pinches y compinches

El postulante de APP, previsiblemente, ha optado por defenderse con la llantina de que la denuncia es un intento de invalidar su candidatura para “impedir que los peruanos elijan libremente a su presidente” y que hace falta un sofisticado pronunciamiento académico de la Universidad Complutense para determinar si ha habido plagio o no. Pero eso no se lo cree ni la caterva de secuaces que ha salido a repetir esa majadería por calles y plazas. Fulanos y fulanas, estos últimos, que con esa actitud se han convertido retroactivamente en los pinches que sostuvieron el tintero mientras su patrón sustraía propiedad intelectual ajena en medio de la oscuridad.

Cuánta miseria. Cuánta impudicia. Cuánta desvergonzada angurria por una triste migaja de poder.  

(Publicado en la revista Somos el sábado 30 de enero del 2016)