Ni Greta ni Garbo, por Mario Ghibellini
Ni Greta ni Garbo, por Mario Ghibellini
Mario Ghibellini

Los efectos de la fama son como las voces del destino, “que -según dice el vals - tan pronto nos ríen como nos hacen llorar”. Entre los años veinte y los años treinta del siglo pasado, por ejemplo, le permitieron a la actriz sueca Greta Gustafsson (conocida por el mundo como Greta Garbo) ir de Estocolmo a Hollywood y pasar del cine mudo al sonoro sin dificultades. Pero a partir de 1941, cuando quiso alejarse de los escenarios y vivir un temprano retiro en su refugio neoyorkino, le impusieron el costo de lidiar por el resto de sus días con el acoso de la prensa y los ‘paparazzi’. Y, por esas vueltas que da la vida, algo parecido, aunque no exactamente igual, le viene ocurriendo ahora a nuestra primera dama.

¡Flashes a mí!

La señora Heredia, en efecto, fue durante los años iniciales de este gobierno una especie de estrella política y el complacido centro de atención de los medios. Aparecía en primer plano durante los viajes del presidente, se entrevistaba con los dignatarios de otros países, chapaba micro en las actividades oficiales del gobierno y hablaba más que los ministros, apapachaba en el aeropuerto ‘pioneritos’ que luego resultaban no ser ‘pioneritos’, echaba luces verdes, luces rojas, anunciaba si la compra de alguna refinería por parte del estado iba o no iba, dictaminaba sobre las materias que estaban en discusión en el Ejecutivo, aun cuando ello supusiera contradecir a un primer ministro (y sellar con ello su suerte), ostentaba un rol insólitamente protagónico en la juramentación de cada nuevo gabinete… Y todo ello, en medio de un torbellino de flashes, de declaraciones a la prensa deliberadamente ambiguas sobre sus eventuales intenciones de postular a la presidencia, y de palmaditas de afecto o bruscas vueltas de espalda al mandatario, siempre bajo la luz de los reflectores. La fama y sus efectos colaterales, a decir verdad, no parecían molestarla, sino ser más bien uno de los acicates de sus evoluciones por la escena pública.

Ahora, sin embargo, de pronto se ha hartado de las cámaras y la exposición. “He comprobado que los medios no varían de tema, como si yo fuese candidata a algún cargo”, ha señalado en estos días con amargura. Y ha añadido que eso responde a una estrategia para que el ciudadano común no se concentre en los cuestionamientos a quienes sí lo son. De eso –según ha explicado- no se está hablando a fin de que nosotros, los tontos ciudadanos que nos tragamos sin cuestionar el menú que los medios nos ponen por delante, nos quedemos en los “temas menudos”. ¿Y cuáles serían, al decir de ella, estos asuntos frusleros con los que nos quieren hipnotizar? Pues ni más ni menos que el de las agendas tantas veces negadas y ahora admitidas como propias, y “cualquier otro que esté vinculado con mi nombre”.

Huida seccionada

¿Qué ha pasado con la primera dama para que haya cambiado tan repentinamente su actitud a este respecto? ¿La alcanzó finalmente el esplín de la vida en vitrina y se arrepintió de las fotos con Mick Jagger y John Travolta? ¿Como la Garbo se hastió de ver su nombre en las marquesinas o por lo menos colgando de los kioskos y, como ella también, se ocultará a partir de ahora tras unas gafas oscuras y un pañolón turbante, mientras corre de la limusina a cualquier sitio y de cualquier sitio a la limusina?

Pues bien, eso es posible, pero no creemos que sea lo más probable. Porque una cosa es huir de las noticias en las secciones de Espectáculos o Sociales; y otra, hacerlo de la que viene antes de Deportes pero después de Locales.