Memorias de antiguos señoríos, por Mario Ghibellini
Memorias de antiguos señoríos, por Mario Ghibellini
Mario Ghibellini

Todo lo había tolerado García –su quinto lugar en las elecciones, el desafío a su poder dentro del partido aprista y el interés menguante de los medios por su cátedra perpetua sobre el orden del universo– con una mezcla de resignación y aturdimiento. Viajó a España casi de incógnito a poco de conocerse los resultados y, salvo una carta dirigida a sus correligionarios a fines de abril, no hizo mayores esfuerzos por culpar al prójimo de su derrota. Una tardía dignidad parecía haber descendido sobre él tras la amarga experiencia, contagiándole serenidad y recato… Hasta que Kuczynski lo invitó a su casa.

ADVENEDIZOS VARIOS

Expuesto allí otra vez al trajín de edecanes y el desfile de adulones, Alan, se diría, comprendió de pronto las dimensiones de lo que había perdido, y algo ardió en su interior con un fuego que hasta él creía extinguido.

Cuando esa tarde salió del almuerzo con el nuevo presidente y enfrentó a las cámaras, ya era efectivamente otro. O quizás, simplemente había regresado a ser el mismo: peroró sobre obviedades –como la necesidad de ampliar la concertación alcanzada por el gobierno o la existencia en el Congreso de “un grupo muy sólido fundamental para acometer los grandes proyectos”– en el tono de quien transmite enseñanzas iniciáticas, e incluso incursionó con entusiasmo en ese humor de algún ignoto condado de Inglaterra que el actual mandatario asegura cultivar. Pero, como más tarde se hizo evidente, hasta ese momento estaba solo calentando.

Vendría luego su dictamen apodíctico sobre cuáles deben ser los beneficios que el Estado conceda a un ex presidente y cuáles no; y por último, la invectiva contra los advenedizos que lanzó el fin de semana pasado desde un restaurante trujillano.

El lugar no lucía un lleno de bandera, pero entre los hambrientos por escuchar su palabra y los que lo estaban más bien por hincarle el diente al menú, había congregado por lo menos más gente que su mitin chimbotano de la última campaña. Y allí, de pie y con ese vaivén de la mano que solía acompañar sus anuncios ‘históricos’ de otros días, García la cargó contra “la derecha y sus medios de comunicación” (que nunca le habrían perdonado al PAP “ser el partido del pueblo auténtico”) y, sobre todo, contra ciertos “cholos advenedizos que de pronto aparecen y se van con los bolsillos llenos de ‘ecotevas’ y bienes”. El ataque parecía enderezado hacia Toledo, pero dicen que el eco resonó en Alfonso Ugarte, donde la carrera por la secretaría general sería vista por el líder aprista como un rally de advenedizos.

Más allá de la anécdota que lo suscitó, sin embargo, la gran novedad de este ejercicio de nostalgia por sus antiguos señoríos es que, contra lo que suele ocurrir, estuvo más teñido de furia que de melancolía. Pero si uno lo piensa bien, en realidad, no existe en ello tampoco un gran misterio, pues, como aprendió Dante mientras descendía por los círculos del infierno, no hay mayor dolor que recordar el tiempo feliz en la miseria.

Esta columna fue publicada el 10 de setiembre del 2016 en la revista Somos.