Gallay-Pereyra, el equipo argentino de beach volley en Lima Crédito: Sebastian Castañeda / Lima 2019
Gallay-Pereyra, el equipo argentino de beach volley en Lima Crédito: Sebastian Castañeda / Lima 2019
Redacción DT

Toda la belleza de Costa Verde no es posible de apreciar todavía. Las aguas del Pacífico aún conviven con cielos plomizos y con un frío que jamás fue buen amigo del beach voley, el deporte que inauguró la participación argentina en los . En realidad, la cita comenzará formalmente el viernes, día de la ceremonia de apertura en el Estadio Nacional. Pero ya abrieron el fuego Ana Gallay y Fernanda Pereyra, las guerreras de la arena que defienden la medalla dorada conseguida en Toronto 2015, nada menos.

Hace cuatro años, Ana hacía dupla con Georgina Klug, y ahora tiene como cómplice a la sanjuanina de 27 años. Juntas tuvieron un cómodo debut ante las guatemaltecas Paola Alvarado y Estefanie Bethancourt, a quienes vencieron 2-0 (21-13 y 21-11). Una imagen no tan habitual para este deporte, debido al clima destemplado, de no más de 15 grados: las calzas y los buzos negros terminaron tapando las tradicionales bikinis combinados con los top.

¿Cómo se activa la mente para defender lo más alto del podio panamericano y a los 33 años? Lo responde Gallay con su habitual desparpajo: "Estoy más vieja, sí. Pero con respecto a la edad, este es un deporte bastante longevo. Incluso, las que están allá arriba en el ranking son más grandes que yo. Es una disciplina de mucha cabeza, de doce meses por doce meses. No te digo que estoy para cuatro años más porque me gustaría ser mamá, pero me siento bárbara", argumenta, y habla de lo físico: "No sé, yo me siento cada vez mejor, pero puede ser debido a las ganas y la motivación".

Pereyra está orgullosa de haber sido convocada por Ana, un vínculo que se dio hace un poco más de un año y medio, durante un Argentino de beach voley que se disputó en Concepción del Uruguay. "Es re favorable que mi compañera tenga tanta experiencia, eso me da tranquilidad. La fórmula para ganar es el entrenamiento, pero por sobre todo estar calma de la cabeza, porque es un deporte muy psicológico. La confianza es clave".

La formación de la dupla con Ana la llevó a Pereyra a trasladarse desde su San Juan natal a Mar del Plata, para quedarse a vivir en la ciudad balnearia: "Primero tenía que probarme. Pasó sola una semana y ya empezamos a jugar juntas el circuito sudamericano. Pero fue un orgullo que Ana me haya convocado. Aparte, nunca había jugado en arena, siempre en piso".

Gallay habló sobre su compañera: "Fernanda se adaptó muy rápido, somos un equipo muy nuevo, con dos giras mundiales y el circuito sudamericano. Creo que nunca me entrené más duro. ¿Cómo fue jugar con un mal clima? "En realidad hemos jugado con todas las temperaturas: desde menos de 10 grados en Noruega, donde nos teníamos que poner las botitas, hasta en Brasil, los Estados Unidos y en Tucumán, con más 40 grados. Este uniforme es lo más abrigado que podemos utilizar, la ropa no es tan térmica. Pero nosotras, con el frío de Mar del Plata, muchas veces nos entrenamos así".

Ana es todo un personaje: pasó gran parte de su infancia con una gomera en la mano, jugando con su hermano menor y sus amigos en Nogoyá, su pueblo en Entre Ríos. Siempre tuvo mucha puntería, la misma para acertar ahora en los ángulos de las canchas del vóley playa. En los últimos seis años y junto con Klug popularizó esta modalidad del vóley con resultados históricos para nuestro país. Y ahora, a los 33 mantiene intacta esa pasión competitiva.

"¡Vamos loco, vamooos!", le gritaba Gallay en este debut panamericano a su compañera, con un aliento para tomar el primer envión en Lima 2019. Pero fuera de la cancha es tranquila, cálida, sencilla y sensible. Vivió ocho años en el campo, donde se entretenía con una pelota de vóley que le habían regalado. Así empezó este oficio de jugadas armadas y remates, que terminó de fanatizarla cuando fue llamada al seleccionado entrerriano a los 13.

Durante cuatro años se entrenaba sola en su pueblo durante la semana y los fines de semana viajaba 120 kilómetros hasta Aldea Brasilera, otro pueblo. "Yo no pasé hambre, como tantos chicos padecen hoy, pero es verdad que mi familia tuvo que hacer esfuerzos y me ayudó mucho. Vendí rifas y publicidad, para poder costearme los viajes", contó alguna vez. Y cuando pudo, devolvió favores. "Cuando me recibí de profe, di clases en Crucecita Octava, a 70 kilómetros de Nogoyá. Iba en moto. En invierno salía a las 6.30, casi de noche, y me congelaba con el frío que hacía en los caminos. Hasta me agarró hipotermia, pero lo hacía feliz".

Hace un tiempo se sumó a Huella Weber, el programa social de Weber Saint Gobain que nuclea a buena parte de los deportistas olímpicos más talentosos y, a la vez, comprometidos del país. Primero eligió el Hospital San Blas de Nogoyá, luego se afianzó con un proyecto en el comedor Dulces Sonrisas de Mar del Plata, donde está radicada para poder entrenarse mejor, y en 2019 arrancó un nuevo en el merendero Valeria en el barrio Nuevo Golf. "Allí aportamos nuestro granito de arena. Y para los chicos será muy importante, para que puedan vivir un poco mejor", resalta ella, que volviendo a lo deportivo no duda: "Por supuesto que se puede defender la medalla de oro".

Mientras tanto, Pereyra desmenuza lo que puede traer aparejado estos Panamericanos. "No será fácil pero no imposible: hay equipos complicados como Estados Unidos, Canadá, Cuba y Brasil. Vamos partido a partido y sin pensar en la medalla todavía". Allí van estas luchadoras de la arena, con un triunfo sólido y la esperanza para lo que viene en este circuito de playas.

(La Nación)

Contenido sugerido

Contenido GEC