Hagamos Estado, ¡pero bien!, por Juan Paredes Castro
Hagamos Estado, ¡pero bien!, por Juan Paredes Castro
Redacción EC

Los peruanos nos merecemos muchas cosas, como los gobiernos que hemos elegido.
Lo que ciertamente no nos merecemos es que, de tanto estar en el juego del poder político doméstico, nuestros gobernantes de turno quieran también jugar al Estado, políticamente, exponiéndolo al desgaste y desprestigio.

Jugar al Estado, en nuestro sistema político, resulta, mal que nos pese, fácil:

1) Porque  la misma persona, el presidente, que encarna al Gobierno encarna a su vez al Estado (puede hacer intercambiables los roles como quiera).

2) Porque como las tareas de Estado son escasas o casi nulas, el presidente vive más de la apariencia de ser jefe de Estado  y entregado al disfrute de la jefatura de gobierno y sus dividendos directos.

3) Y porque los gobiernos, a causa de las ambigüedades  constitucionales, han convertido al Estado que debiera ser uno, sólido e indivisible, en una institución abstracta y simbólica.

En las últimas semanas hemos visto al presidente Ollanta Humala; a su esposa, Nadine Heredia, y a la primera ministra, Ana Jara, actuar en nombre del Estado, a ratos con cierta convicción de seriedad, a ratos con un mero fin coyuntural para simplemente salvar al régimen.

Primero, cuando Jara convocó a un inesperado diálogo con los partidos para amortiguar las demandas de cambios en el gabinete ministerial. La ausencia del Apra y del fujimorismo mediatizó los esperados resultados de ese diálogo.

Segundo, cuando Humala, Heredia y Jara se obligaron bajo presión pública a mover cuatro piezas del gabinete, incluida la salida del controvertido ministro del Interior, Daniel Urresti. Lo hicieron tarde, al mismo borde de una censura.

Tercero, cuando los líderes políticos, hasta los antes ausentes Alan García, Keiko Fujimori y Alejandro Toledo, volvieron a ser convocados por Humala y Jara, ya no por el diálogo político, sino por las evidencias de espionaje de tres suboficiales de la Marina de Guerra a favor de Chile. La Defensa del Estado estaba de por medio y ningún actor grande de la política podía haber dejado de concurrir a la cita.

Sin embargo, por repugnante que sea, todo acto de espionaje tiene que probarse y pasar por un proceso sumario con sentencia clara.

Humala ha propiciado una cuestión de Estado, que sin duda esta bien como alerta, pero eventualmente sobre la base de una presunción en proceso investigativo, del que los líderes políticos debieron informarse mucho antes y no a raíz de una filtración noticiosa.

Los asuntos de Estado deben merecer un manejo tan serio a la hora de investigar y juzgar evidencias, como severo a la hora de demandar explicaciones y sanciones, en este caso sobre un presunto delito de espionaje que, de resultar cierto, dañaría gravemente las relaciones del Perú y Chile.

Las cuestiones de Estado no pueden ser fingidas sino reales y sustentables. Tampoco pueden servir para alejar los fantasmas internos del gobierno o los propios de quienes gobiernan.

Hagamos Estado cuando tengamos que hacerlo, ¡pero bien!

El Estado no es carrusel político de nadie. Es nuestra mejor reserva en las grandes definiciones del país.