El péndulo de Torre Tagle, la columna de Juan Paredes Castro
El péndulo de Torre Tagle, la columna de Juan Paredes Castro
Juan Paredes Castro

tiene una idea muy clara de la política exterior que debe jugar el Perú: aquella democrática, institucional y dispuesta a dar un golpe de timón audaz a nuestras relaciones internacionales.

Tendremos que ver más adelante cuán cierta termina siendo esa idea y cuán buena su materialización.

Entretanto, Kuczynski ha mostrado una severa posición en contra de la dictadura en Venezuela, en marcado contraste con la complaciente actitud del gobierno de Ollanta Humala. Este no solo pasó por agua tibia el comportamiento autoritario de Hugo Chávez, sino que consintió que su sucesor, Nicolás Maduro, maltratara más de una vez a la institución diplomática peruana, en la persona de su entonces canciller, Rafael Roncagliolo, al ponerla en la grave situación de tolerar sus despóticas intervenciones en los asuntos internos del país.

Pero así como tuvo que tragarse varios de los sapos del chavismo, Roncagliolo supo evitar que Humala cometiera el error de interrumpir el liderazgo de Allan Wagner y de su equipo en la defensa de nuestra demanda legal ante la corte de La Haya, por la delimitación marítima con Chile. Recordemos las mezquinas declaraciones iniciales de Humala en el sentido de que las personas que representaban nuestra misión en La Haya no eran precisamente indispensables. Nada fue más cínico que a la postre el inquilino de Palacio cosechara el fallo jurídico internacional exitoso a favor del Perú como fruto propio “impecable” de su gestión.

Tiempo después, como si el manejo de nuestra política exterior debiera oscilar entre los fueros institucionales de Torre Tagle y los arrebatos presidenciales de turno, Humala hizo que el canciller Gonzalo Gutiérrez, respetable diplomático de carrera, se viera obligado a renunciar solo por negarse a llevar el compás de los inoportunos humores antichilenos que el mandatario quería expresar más por razones de coyuntura política que propiamente diplomáticas.

El nombramiento del experimentado diplomático Ricardo Luna como canciller parece encerrar, y ojalá fuese así, el propósito de poner fin al pernicioso movimiento pendular al interior de Torre Tagle, que en períodos presidenciales autoritarios y democráticos, ha llevado en muchos momentos a la institución diplomática peruana de un lado a otro, afectando sus principios profesionales y éticos y desnaturalizando su papel honorable e inteligente en el concierto de la región y del mundo.

Claro que Kuczynski dirige la política exterior, pero debe hacerlo de la mano de su canciller, bajo el mayor respeto por la Constitución, las leyes y la histórica tradición diplomática peruana. No más péndulo en Torre Tagle que el de algún reloj clásico decorosamente instalado en cualquiera de sus antiguos salones.

Nuestra política exterior necesita de un ejercicio diplomático profesional sólido, moderno y competitivo, a la altura de las duras exigencias integradoras y globalizadoras de este tiempo; y que sea capaz, por último, de recuperar nuestro perdido sentido de nación y Estado.

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