La primera vez que la relación entre Elizabeth Taylor y Richard Burton disparó todas las alertas fue en una discoteca ubicada en la romanísima Vía Veneto. Decenas de testigos los habían visto bailando, agarrándose de las manos, besándose, regalándose susurros. A ninguno de los dos actores parecía importarle demasiado la atención que generaban. El rumor había empezado mucho antes, en los mismos estudios de Cinecittà –era lógico que la filmación de Cleopatra tuviese lugar en el epicentro del género peplum– donde continuaban con los besos que exigían sus escenas incluso después de que el director gritase ‘corte’. Había que ser bastante ciego para no darse cuenta de que algo pasaba; y había demasiados extras, vestuaristas, asistentes y personal de rodaje presente como para que pasase desapercibido. “Era jodidamente obvio“, admitiría Burton años después.
Contenido Sugerido
Contenido GEC