Hace unos días preparé el locro de Betsi Albornoz. Pocas veces en este tiempo en casa me he sentido tan satisfecha conmigo misma con una acción tan cotidiana. Sí, es cierto que la receta del locro es relativamente fácil si se tienen todos los ingredientes a la mano –picados antes de empezar, a ser posible– pero repito esa misma experiencia cuando veo/ejecuto su lomo saltado, su arroz con leche, su queque de quinua, su sangrecita y su olluquito. Hay una sensación de seguridad que surge naturalmente al seguir los pasos de una receta con el propósito de obtener un resultado –el almuerzo, en este caso– y que no tiene símil con ninguna otra. Betsi es responsable de generar tal efecto. De potenciarlo.
En un universo gastronómico digital cada vez más inmenso y lleno de estrellas, la presencia de Betsi Albornoz resulta refrescante. Necesaria, incluso. Instagram se ha convertido en la nueva televisión, el reinado de contenidos culinarios donde hasta los influencers menos habituados al uso del fogón hoy nos enseñan a hacer panqueques de avena y queques de plátano. Hay audiencias para todo, sin duda. Lo que no había desde hacía mucho tiempo era lugar para la sorpresa. El nombre de Betsi Albornoz no es ajeno a la escena pública, pero aún no había mostrado su lado más extrovertido, no del todo. Eso, hasta ahora.
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Es comprensible que Betsi no haya tenido espacio en su agenda para compartir una receta diaria en su cuenta: antes pasaba sus días al frente de la cocina de El Populacho, un espacio de culto en Villa María del Triunfo que combina cocina criolla con influencias marinas. Una mesa como ninguna otra que regenta con su esposo, el sommelier Ronald Carhuas, quien dedica desde el comienzo todos sus días de descanso en Central para apoyar con el trabajo en dicho local. El Populacho es su proyecto de vida, y ha dado frutos. Dos hijos –uno de 4 años; el otro en camino– completan el bonito plan en común.
La primera vez que conocí a Betsi era un caluroso diciembre de 2016. Había abierto las puertas de su restaurante –en el primer piso de la casa de sus padres, en Nueva Esperanza– un año antes y ya recibía la visita de grupos de turistas, prensa especializada y comensales de todos los distritos de Lima. Aquella vez Ronald ofreció un maridaje que parecía más buen un viaje por Austria, Alemania, España y Francia, mientras que Betsi, tímida y concentrada en la labor, se entregaba a sacar los platos del generoso menú con una calidez que ya es raro encontrar. Un calor de hogar que se suele extrañar y que en ocasiones sirve como un remedio para curar, sobretodo, el espíritu. No la vi hasta el final, cuando se acercó a presentar los postres –su especialidad que también prepara a diario. Torta de chocolate, mousse de lúcuma: antojos que nunca pasan de moda.
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Betsi estudió cocina y se dedicó a viajar por el mundo –lo más lejos que llegó fue a una cadena hotelera en Dubai– trabajando y ganando experiencia. Su gran fuerte sigue siendo, sin embargo, la cocina criolla. Peruanísima y bien casera. En El Populacho los pescados eran protagonistas de la carta, pero el hogar otra es la historia y otros los ingredientes. La segunda vez que la vi había dado a luz hacía muy poco a su primer hijo, pero no era impedimento para que se traslade donde fuese necesario para formar parte de alguna iniciativa o cumplir con una entrevista. Con las mismas, regresaba a El Populacho. Luego llegaron las ferias, las asociaciones, la cocina con causa. O más bien, las causas en común. Betsi Albornoz es una figura clave en una generación donde el talento sobra.
En marzo de 2020 Betsi y Ronald anunciaron que abrirían un nuevo espacio, Mar Peruano, que ya estaba casi listo para recibir al público. Ese proyecto ha quedado en stand by, pero por algo pasan las cosas. “Para los negocios chicos este camino es complicado”, sostiene la cocinera. Y no deja de tener razón. Instagram se ha convertido en una inesperada ventana para conocer a una cocinera como pocas, que invita a preparar esos platos que componen nuestros recuerdos más entrañables con la guía serena y certera de quien conoce bien el terreno. En el menú de Betsi, recién vamos por la entrada. Quedan muchos bocados por saborear.