De toda la sabiduría fashionista impartida por la Nana Fine a lo largo de los noventa, hay un dicho específico que aún resuena en mi memoria: no se usan zapatos blancos después del ‘Labor day’, o día del trabajo. En Estados Unidos esta festividad se celebra a inicios de setiembre: es decir, justo cuando acaba el verano. Cuestionable pero utilitario consejo el que brinda Fran Fine, pero suficiente para entender un principio fundamental sobre las temporadas: el verano tiene sus propias reglas sobre moda, y algunas de ellas a veces son imperceptibles, sutiles incluso. ¿Deberíamos seguirlas al pie de la letra?
Sin duda, la ropa está para usarla cuándo y cómo nos provoque. Hay algunas piezas, sin embargo, que se han vuelto sinónimos eternos del verano (y a veces nos cuesta incorporarlos al vestuario pasada esa estación). Zapatos de cuña; tacos de corcho; estampados tropicales; piezas en macramé; vestidos batik y boho chic; rayas multicolores; zapatos blancos (te escuchamos siempre, Nana Fine); y, por supuesto, accesorios en fibras naturales. Desde las super-en-boga carteras de mimbre hasta los sombreros oversize. Basta con ver una foto de estos últimos en un día de invierno gris, para transportarnos de inmediato a una tarde de febrero, cálida y sin preocupaciones. Una marca peruana pretende prologar esta sensación los 12 meses del año.
“Muchos diseños surgen de una idea o referencia en el proceso creativo, las aterrizamos en bocetos y prototipos (suelen desarrollarse 3 prototipos antes de producir una cartera) para luego ser probada para trazar su funcionabilidad”, explica la diseñadora Bertha Cabrera, al mando de Galera, quien involucra en el trabajo a estudiantes de las carreras de Gestión de moda (UPC) y de Arquitectura de Interiores (UCAL) para las asas o accesorios adicionales. “Para que una de nuestras carteras sea expuesta en puntos de venta, atraviesa un largo camino", sostiene. El trabajo con los artesanos y la selección de las fibras ("la estrella en nuestros productos”), es clave.
La marca ofrece una línea de bolsos hechos con fibras vegetales como el junco, recolectado por jaladores de los humedales de Huacho y Chincha, todo en colaboración con los artesanos que se dedican a esta labor, una saber que han heredado de sus antepasados y que viene desde la época precolombina. Otra de las fibras que utilizan son la toquilla piurana y el mimbre de Cajamarca.
Los principales atributos de las fibras vegetales son su resistencia, versatilidad y tradición atemporal: “estos no son bolsos desechables de una sola temporada, pues al estar bien secos y tener un sellado sencillo, pueden acompañarnos buen tiempo”, explica Cabrera. El proceso empieza con la recolección de las fibra por el jalador; continúa con el secado (de 2 a 3 semanas, dependiendo del clima); las fibras luego son apiladas y separadas para poder diferenciar las gruesas de las delgadas (esto determina si se usan para carteras o para canastas). Una vez están listas para el trabajo, se entregan a artesanos para la elaboración de los bolsos. Parte de la producción también se realiza en el penal de Huacho. Los toques finales se dan en el taller de Galera.
Galera ofrece un servicio eco-friendly de mantenimiento gratuito post venta, especialmente si el producto ha estado expuesto a la humedad. Para eso falta mucho: que viva el verano.
Más de sus bolsos, aquí: @galeraperu