Hace más de doscientos años el sancochado ya formaba parte del menú de los peruanos. Era una herencia del puchero español –una sopa igual de poderosa donde entran ternera, pollo, tocino, costillas de cerdo, zanahorias, garbanzos y apio, por nombrar algunos de sus ingredientes– y se tomaba en el almuerzo. Las costumbres culinarias en ese entonces poco a nada tenían que ver con las que conocemos ahora: el almuerzo, tal y como nos explicó la historiadora gastronómica Rosario Olivas Weston, se servía a las 9 de la mañana. El caldo solía repetirse hacia las dos de la tarde -la hora de la ‘comida’- e incluso incluía frutas como melocotones. Así de antiguo y así de fundamental en nuestro recetario nacional viene a ser el noble sancochado.
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