Siempre he pensado que el ejercicio de probar un menú degustación —con sus tiempos, sus momentos cumbre, sus pausas, sus giros inesperados— es un acto, aparte de copioso, bastante íntimo. Te dice mucho (no todo, pero sí bastante) de lo que debes saber sobre la persona que lo crea, cocina y presenta. Bien podría equivaler a tener una larga caminata, una buena conversación; incluso a compartir un baile. No es para todos los días, no es para todos los públicos; pero sí es para quienes quieran vivir una experiencia, al fin y al cabo, extraordinaria.
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