"La vida no deber ser una película de Marvel, donde se requieran superpoderes para poder enfrentarla". Lee la columna de Luciana Olivares. (Ilustración: Kelly Villarreal / Somos)
"La vida no deber ser una película de Marvel, donde se requieran superpoderes para poder enfrentarla". Lee la columna de Luciana Olivares. (Ilustración: Kelly Villarreal / Somos)
Luciana Olivares

En el Perú, las mujeres han ingresado progresivamente al . La tasa de participación laboral femenina aumentó de 43,1% en 1990 al 69,4% en el 2018, representando la tasa de participación laboral más alta de la región (Argentina tiene 47,2%; Bolivia, 55,30%; Brasil, 53,1%; Chile, 50,8%; Colombia, 59%; Ecuador, 55%; México, 44,3%; Paraguay, 56,9%; Venezuela, 50,4%; y Uruguay, 56,3%). Y si hablamos de emprendimiento, la mujer peruana sigue liderando los rankings. Según la Asociación de Emprendedores de Latinoamérica (Asela), el Perú tiene el mayor número de (36%), por encima de países como Chile, Colombia y México. Pero así como estas cifras son para enorgullecernos y sentir que avanzamos, hay otras que preocupan y que debemos tener igual de presentes.

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Hace unos días, Centrum PUCP me invitó a comentar, junto con la ministra de la Mujer, Silvia Loli, y el periodista David Reyes, un interesante y revelador estudio que acaban de publicar sobre la distribución del tiempo de las mujeres y los hombres en el Perú. El objetivo es visibilizar el problema de la desigualdad en la distribución del tiempo en actividades productivas remuneradas, productivas no remuneradas (tareas del hogar, cuidado de familiares) y personales (desde estudios hasta actividades recreativas). La última vez que se hizo un estudio similar fue en el 2010; por eso había mucha expectativa por conocer los nuevos resultados. Lamentablemente, las cifras evidencian varios aspectos que preocupan.

El trabajo no remunerado es mayor en las mujeres a lo largo de toda su vida. Es una diferencia tan grande frente a los hombres que equivale a cinco meses de jornadas laborales al año. Solo a partir de los 50 años la brecha disminuye, pero no desaparece.

Si bien las mujeres dedican 33,6 horas a la semana a actividades productivas no remuneradas y los hombres 16,3 horas, la mujer saca tiempo de donde no hay, pues en un día invierte entre actividades remuneradas, no remuneradas y personales (22,39 horas promedio).

Y si pensábamos que en las nuevas generaciones el equilibrio de responsabilidades va mejorando, estamos equivocados. Las mujeres entre 18 y 29 años registran casi las mismas horas de trabajo remunerado a la semana: 51,1 horas las mujeres y 52,2 los hombres. Sin embargo, cuando se trata de trabajo no remunerado (es decir, tareas del hogar, cuidado de los hijos, ancianos o hasta mascotas), se registran 35,3 horas semanales en las mujeres y 14,6 horas en los hombres. Pero las mujeres no dejan de realizar sus actividades personales; de hecho, superan a los hombres en horas (78,5 versus 74).

Mientras escuchaba a la profesora Beatrice Avolio, autora de este estudio, pensaba en que si bien –como acto reflejo– podríamos sentirnos orgullosas de nuestro género y comprobar una vez más nuestra capacidad de ser ‘multitareas’, el espíritu guerrero y hacedor que nos caracteriza y la resiliencia de la mujer peruana; estas cifras son fotos que deberían fastidiarnos, movilizarnos, tanto a mujeres como a hombres porque evidencian inequidad, desigualdad de oportunidades y machismo. Este no es solo promovido por hombres, sino muchas veces auspiciado por las mujeres con frases infelices que hemos pasado de generación en generación, como “levántale el plato a tu hermano” o “a los hombres se les sirve la presa más grande”.

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Por otro lado, tenemos que tener cuidado con idealizar y romantizar en exceso las palabras “resiliencia” y “empoderamiento”. La vida no deber ser una película de Marvel, donde se requieran superpoderes para poder enfrentarla. El desarrollo de la mujer no debería requerir heroínas que tengan que atravesar cientos de obstáculos y nadar contra la corriente para lograr sus objetivos en la vida ni mártires que se rompan en dos y que se mueran en el intento, de cansancio o de culpa por no estar con sus hijos como quisieran. La solución no es sencilla, venimos con una cultura arraigada de “hombres a la oficina y mujeres a la cocina”, pero tenemos que seguir trabajando, combatiendo estereotipos, con educación desde el Estado, los medios de comunicación, la publicidad y sobre todo desde la casa, donde cada miembro de la familia entienda que compartir tareas es responsabilidad de todos. La mujer maravilla no existe y tampoco deberíamos aspirar a ese rol. Eso dejémoslo para los cómics. //

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