Somos energía. Energía que se puede definir de una manera simple y para dummies como: información que vibra. La ciencia ya lo comprobó: la energía vibra y lo hace a su propia y específica velocidad. Así, una célula del cerebro se mueve de una forma diferente de lo que se mueve una célula de un cabello. Por ejemplo, nuestro corazón es el órgano con mayor campo electromagnético de todos, inclusive mucho más grande que el cerebro. Es tan fuerte y poderoso que su vibración influye sobre el resto del comportamiento de nuestro cuerpo; inclusive en el sistema nervioso de la gente que está junto a nosotros.
MIRA: Ética para el elector, por Lorena Salmón
Además, tiene su propio sistema nervioso e inteligencia; puede enviar información al cerebro y cambiar inclusive nuestra percepción de la realidad. De hecho, cuando uno hace uso de la inteligencia del corazón, crea un estado armónico donde todo funciona correctamente.
Qué bonito.
Cuando la persona tiene emociones y pensamientos positivos, la frecuencia cardíaca es armoniosa, de ondas amplias y regulares. Pero cuando siente emociones negativas, la frecuencia se vuelve desordenada e incoherente.
En estos días hemos estado definitivamente más en esa frecuencia, la que está gobernada por las emociones como la rabia, la frustración, la negación, el miedo. Muchos quieren salir corriendo, otros han perdido toda esperanza, hay quienes creen que las circunstancias –pandemia y clima político– son demasiado para soportar. No hay buen ánimo ni ganas. Pero me corresponde incidir en esto:
“Las emociones son energía en movimiento. Toda energía es una frecuencia y toda frecuencia transporta información. En función de nuestros pensamientos y sentimientos estamos enviando y recibiendo información”.
En su libro Sobrenatural, gente común y corriente haciendo cosas extraordinarias, Joe Dispenza comparte un cuadro donde podemos observar la frecuencia de las vibraciones de las diferentes emociones.
Las emociones positivas, como el agradecimiento, el amor o la compasión, producen patrones coherentes y funcionales mientras que el miedo, la ira, la frustración y la ansiedad alteran el ritmo cardíaco.
Así que hay que sentir bonito. Hay que darnos el espacio para intentar librarnos de lo negativo en el corazón y así literalmente vibrar en armonía. Lo necesitamos. Los tiempos duros exigen mayores reservas, más herramientas, más corazón, más espíritu, más fe y esperanza.
LEE TAMBIÉN: Por mi ‘PAS’ y por la tuya, por Lorena Salmón
Una forma de hacerlo es tomar la postura del observador para que, sin juicios de valor, observemos pensamientos y emociones. Con distancia podemos elegir cuáles de esas emociones y pensamientos nos pueden hacer sentir bien y confiar en esa intuición, esa voz interna a la que accedemos cultivando el silencio, entrando en contacto con la naturaleza, en soledad o con prácticas como la meditación.
De hecho, hay una linda meditación enfocada en este centro de energía (anahata es el nombre del chakra del corazón). Se trata de lo siguiente:
Siéntate cómodo, con la espalda recta y los ojos cerrados. Lleva la atención hacia tu corazón. Imagina que respiras a través de él, respira profundo y largo, toda tu atención está puesta en tu respiración y tu pecho.
Evoca emociones bonitas y positivas mientras sigues respirando desde el centro del pecho y deja que las sensaciones agradables y cómodas de esas emociones se proyecten al resto de tu cuerpo. Hazlo por algunos minutos, todos los días, recomienda Dispenza, y prepárate para que cada vez que el caos aparezca, sepas encontrar dentro, en tu corazón, la respuesta. //
Contenido Sugerido
Contenido GEC