James Joyce: Retrato del artista incombustible. ILUSTRACIÓN.
James Joyce: Retrato del artista incombustible. ILUSTRACIÓN.
Renato Cisneros

He comprado un jabón amarillo en una farmacia. La situación no sonaría del todo trivial si a continuación precisara que la farmacia en cuestión es la Sweny’s de Lincoln Place de Dublín, la misma que aparece en el capítulo cinco del Ulises; y que el jabón es una reproducción del jabón con esencias de limón que el protagonista de la mítica novela de James Joyce, Leopold Bloom, compra por cuatro peniques la mañana de ese único día en que transcurre la historia. Hoy, convertido en delicado souvenir, cuesta apenas cinco euros.

Desde la puerta de la farmacia se logra divisar un ángulo de la Nassau Street, la calle donde Joyce conoció a la avezada camarera Nora Barnacle, quien se convertiría en su esposa, madre de sus dos hijos y destinataria de sus cartas más lujuriosas. El encuentro se produjo el 10 de junio de 1904, pero su primera cita se concretó recién seis días después, el 16. Joyce escogería esa emblemática fecha como el día en que ocurren los miles de eventos que se aglutinan y relatan en el Ulises.

Al ingresar a Sweny’s, detrás de un largo mostrador de caoba, rodeado de estantes donde destacan incunables de segunda mano, frascos de cloroformo bañados en polvo y fotografías de siglo indeterminado, vestido con bata de científico y luciendo una melena plateada que pareciera haber recibido recientes descargas de no poco voltaje, nos recibe el dependiente, JP Murphy. Su parecido con el delirante Emmett Brown de Volver al futuro sería idéntico si no fuera porque Murphy se dedica exactamente a la tarea inversa: viajar al pasado. Todos los años, justamente cada 16 de junio, se convierte en uno de los animadores locales del Bloomsday, evento que desde 1954 celebran los fanáticos del Ulises en distintas partes del mundo. En Dublín, naturalmente, la efeméride se vive con singular entusiasmo: la gente sale desde muy temprano a la calle luciendo los trajes eduardianos de los personajes; se hacen lecturas públicas de la novela; se sigue el recorrido de varios kilómetros descrito por Joyce; y se beben yardas de Guinness o copas de borgoña en el Davy Byrne’s Pub. Los más fervorosos incluso desayunan lo mismo que Leopold Bloom en su casa de Eccles Street: riñones de cerdo frito.

Además de la Torre Martello, clavada en la bahía de la ciudad (donde empieza la novela) y de los restos del barrio rojo (que el escritor irlandés visitaba asiduamente), una parada central del peregrinaje joyceano es el Sweny’s, donde el políglota JP Murphy –quien asegura haber leído más de cincuenta veces las casi setecientas portentosas páginas del Ulises– recibe a los visitantes con recetas de 1903, sombreros ‘canotier’, los ya mencionados jabones amarillos y una vieja guitarra con la que se acompaña mientras balbucea incomprensibles himnos gaélicos.

Aunque el culto a Leopold Bloom podría emparentarse con el que inspiran otras criaturas de ficción que han trascendido el papel (el Quijote de Cervantes en Madrid; Sherlock Holmes de Conan Doyle en Edimburgo; Julieta o Hamlet de Shakespeare en Verona y Copenhague), no hay en el mundo una fiesta similar a la que se vive todos los 16 de junio en Dublín. Un tributo parecido podría ser el que rinde permanentemente Nueva Orleans a la figura de Ignatius Reilly, personaje de la La conjura de los necios, novela de John Kennedy Toole, donde los barrios, muelles, bares y tabernas de jazz de The Big Easy adquieren gran protagonismo. No hay carnaval de Mardi Gras sin disfraces de Ignatius Reilly.

Pero el caso del Bloomsday es curioso, además, porque ha convertido a Joyce en prócer literario a pesar de que se marchó de Irlanda a los veintidós años precisamente porque sus contemporáneos lo censuraron catalogándolo de “pornógrafo”. Joyce eligió vivir en Trieste, París y Zúrich, y pidió expresamente no ser enterrado en Dublín. Hoy, sin embargo, los irlandeses lo idolatran por haber dado al país un enorme atractivo internacional, pero sobre todo por haber escrito, para muchos, la mejor novela del siglo XX, la historia de un día infinito, un día donde caben todas las percepciones, todas las ideas, todos los libros. //

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