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Lo primero que pensé cuando acabé de ver Borgen, la serie danesa de 2010 que Netflix estrenó hace unos meses, fue: ¡cuánta falta nos hace una Birgitte Nyborg! Ella es el personaje central de este excelente drama político –creado por el dramaturgo y ex chef televisivo Adam Price– que narra todo lo que acontece en las entrañas del palacio de Christiansborg (conocido como “Borgen”), edificio donde operan los tres poderes del Estado y la oficina del primer ministro.
El sistema de gobierno danés es monárquico-parlamentarista; aun así, la serie deja lecciones aplicables a esquemas presidenciales como el nuestro. Además, allá tampoco faltan escándalos capitalizados por la prensa sensacionalista, ni conspiraciones urdidas por funcionarios ambiciosos, ni crisis que unos intentan desmentir y otros denunciar, solo que al final del día –he ahí el contraste– se impone un esfuerzo conjunto por sacar adelante al país.
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En el primer capítulo de la primera temporada (van tres, se anuncia una cuarta para 2022), vemos a Birgitte imponerse a sus rivales en el debate electoral pese a no partir como favorita. Es un gran momento. ¿Cómo lo consigue? Desobedece las indicaciones de su asesor de prensa y ofrece un mensaje final muy persuasivo, hablándoles a los votantes con sencillez, primero sobre su sobrepeso, sobre el vestido que lleva encima y enseguida sobre sus ideales políticos, sobre la desigualdad, sobre la urgencia de ser autocríticos, de aceptar la variedad del mundo, de encontrar una nueva forma de decir las cosas. El día de las elecciones, los ciudadanos premian su postura.
No divinizo a Birgitte Nyborg (o tal vez sí, después de todo; ¿para qué están los héroes y heroínas de ficción si no es para fascinarse con ellos), pero es claro que ejerce un tipo de liderazgo basado en una carta por la que los políticos de esta parte del mundo cada vez apuestan menos: la credibilidad. Es una mujer que irradia carisma sin ser ingenua y toma decisiones con frialdad, delegando, tratando de ser coherente, sabiendo que a veces no queda otra que hacer concesiones.
Este notable desempeño público tiene, sin embargo, una contraparte privada donde se nos revelan sus flancos débiles: su matrimonio fracasa y la comunicación con sus hijos se resiente a medida que ella afronta nuevas y delicadas coyunturas nacionales. Es una primera ministra capaz de defender la gobernabilidad y dar tranquilidad a la población danesa y, en paralelo, ignora cómo manejar el creciente hermetismo de su hija adolescente. En ese sentido recuerda a personaje de Michael Douglas en Traffic, de Steven Soderbergh: un juez que es nombrado zar antidrogas en Estados Unidos y que, a la par que lidera con relativo éxito la lucha antinarcóticos, es incapaz de cuidar que su hija no caiga en el consumo y posterior adicción a la cocaína.
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Con cada complicación que surge en el camino Birgitte sufre, llora detrás de la puerta, lanza varias veces los objetos de su escritorio, duda; es decir, reacciona como cualquier ser humano, pero sale a flote gracias a su fortaleza emocional y, claro, al ingenio del equipo de guionistas.
Es interesante ver cómo hace una década Borgen ya planteaba un escenario donde son las mujeres quienes toman el mando, no solo en el ámbito político, pues además tenemos a dos periodistas, la joven Katrine Fonsmark y la experimentada Benedikte Hansen, que se lucen a lo largo de los episodios. Ambas son combativas e incómodas, pero –tal como ocurre con de Birgitte Nyborg– su éxito profesional viene acompañado de ostensibles carencias, el amor, la maternidad, el proyecto familiar, la salud.
Esta serie debería ser material de permanente y obligatoria consulta en los locales de campaña de los partidos y movimientos que ya están trabajando de cara a las elecciones presidenciales de 2021. Lo digo en serio. Es entretenida y a la vez didáctica. A los políticos, puede inspirarlos a gobernar con decencia y eficacia; a buscar coaliciones sensatas; a recordar que las instituciones son más trascendentes que los hombres o mujeres que circunstancialmente las conducen. Y a los electores, nos alienta a elegir a candidatos que nos hablan como si efectivamente fueran uno de nosotros y a sancionar para siempre al primero que nos traiciona. //
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