Retrato de Jorge Basadre. (Foto: Baldomero Pestana. Fondo Riva-Agüero. AHRA-IRA-PUCP)
Retrato de Jorge Basadre. (Foto: Baldomero Pestana. Fondo Riva-Agüero. AHRA-IRA-PUCP)
Jorge Basadre

Para América Latina y, en especial, el la crisis de nuestra época presenta caracteres especiales. El sufragio, panacea de la democracia liberal, no funcionó en este país, o funcionó con intermitencia, o funcionó mal. O, a veces, tuvo resultados conflictivos. En las instituciones que mediante él se establecieron, surgieron características de enfermedad que el tiempo no curó sino hizo crecer. El Poder Ejecutivo osciló frecuentemente entre el abuso o la impotencia. El Poder Legislativo, caracterizado en forma creciente, dentro de los últimos tiempos, por la mediocridad de sus miembros, salvo excepciones, acentuó su afán de interferir en la administración pública y de aprobar leyes empíricas, o movidas por minúsculos e impuros intereses, o proclives a acentuar el desequilibrio en el fisco.

El Presupuesto de la República fue confeccionado, por lo menos en los últimos quince años de vida constitucional, presuradamente, en la mesa de las comisiones parlamentarias, sin plan orgánico, bajo la obsesión de atender a exigencias de carácter personal, local o partidista. La burocracia quedó, en gran parte, a merced de las contingencias políticas; junto con nombramientos arbitrarios hubo postergaciones también injustas y, en general, existió una baja remuneración para los trabajadores del Estado. El delito de enriquecimiento ilícito, cuyos orígenes se hallan sin duda, en los corregidores y otros personajes de la vida colonial, tornose grave en la época de las grandes exportaciones del guano, en la consolidación de la deuda interna, en la conversión de la deuda externa en la nacionalización de las salitreras, en el proceso iniciado por el billete fiscal. Resucitó hacia 1894 por breve tiempo y se expandió con prepotencia después de 1919, con breves excepciones; porque hubo más dinero y porque apareció, en número creciente, la tentación de gozar con artefactos e instrumentos que hacían la vida más placentera o más cómoda, o más fácil. Hubo períodos a los que es dable calificar de sanos y fecundos dentro de la historia republicana; pero ellos no tuvieron continuidad. En suma, el Estado peruano fue y continuó siendo un Estado empírico.

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Al Estado empírico se sumó el abismo social. Repitamos algo de lo ya enunciado antes y agreguemos observaciones complementarias. Las raíces económicas semifeudales en el campo, heredadas de la época colonial, fueron ahondadas por el neolatifundismo. Prosiguió la división entre los de arriba y los “cholos” pobres, aunque hubiese en la cúspide de la pirámide mayor movilidad de lo que hoy afirman algunos. El problema indígena quedó irresuelto […].

Hubo ceguera y egoísmo excesivos en los grupos altos. El crecimiento de las clases medias y el despertar de las clases populares, acompañados por los espectaculares avances en el número de la población y por el relativo progreso educacional, amenazaron y, por último, rebasaron a los sectores plutocráticos, intrínsecamente muy frágiles no obstante las apariencias.

El problema fundamental en América Latina y en el Perú de nuestros días y del futuro consiste, nada más y nada menos, que en esto: ¿Cómo ir acabando con el Estado empírico y cómo ir destruyendo el abismo social; o, por lo menos, cómo colocar vasos comunicantes sólidos y anchos para que sea posible una sana movilidad dentro de una sociedad al servicio de quienes la integran y no de unos cuantos? Todo ello dentro de lo posible, con respeto al principio de la dignidad humana.

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Cuando el Perú tuvo la osadía de optar por la independencia y, en el ámbito de ella, por la república, lo hizo porque en sus hijos mejores alentó un sincero entusiasmo ante la gran promesa que ambas llevaban consigo. Aquí se produjo un fenómeno que tuvo algunas similitudes con la creación de otra república, los Estados Unidos de América. Por ello, aunque nuestros rumbos sean distintos, viene a ser oportuno, guardadas las distancias, pintar en grandes letras como colofón de este vagabundo ensayo, unos versos del gran poeta negro norteamericano Langston Hughes:

¡Oh, deja que América sea América otra vez, La tierra que nunca ha sido todavía Y, sin embargo, debe ser! //

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