Mientras lees este texto yo ya habré cumplido 42 años. Hoy puedo hablar de mi edad con orgullo y hasta diría que con coquetería, pero tengo que confesar que no fue así hace exactamente dos años, cuando pase a la base cuatro, supongo que influenciada por esa presión social y comercial de decretarnos viejas o ‘tías’, dependiendo del foro. “Uy, ya base cuatro” es esa antipática expresión que te sueltan como si formaras parte de un modelo pasado de autos y encima de la división de usados. El único que me auguraba el mejor de los futuros en mis 40 era mi psicólogo Igor, a quien conocí en mis 30. Me decía que no esperaba por ver a la mujer en la que me iba a convertir al llegar a esa edad. Yo pensaba que estaba un poco loco al decirme eso, pero luego recordaba quién era la que estaba sentada más cerca de los tisúes olor a jazmín y el vaso de agua, y le daba algo de crédito.
No me habría acordado de esto si no lo hubiera visitado hace unas semanas ya en calidad de graduada emocional y de clienta, pero para hacer un trabajo juntos para una marca de moda. Ya estando en la puerta a punto de despedirme, me preguntó cuántos años cumplía ahora en octubre. Le recordé que 42 y luego me miró como mamá en la primera actuación de su hijo en el nido. No dijo nada, pero estoy segura de que ambos recordamos su vaticinio. Mientras bajada por el ascensor aún sonrojada por el momento, tuve un déjà vu de mi vida y recordé esa sensación constante de siempre haber estado corriendo contra algo y hacia algo o alguien. Y si bien el acto de correr por lo que he querido ha representado carreras exitosas, objetivos cumplidos en tiempo récord y medallas que aún guardo en mi clóset o en mi Linkedin, el tiempo, la experiencia, las heridas y las levantadas me han hecho entender que a esta vida no hay que verla como un conjunto de carreras de 100 metros ganadas o perdidas, sino como una constante maratón. Hoy, que cumplo 42 años y que justamente es el número que representa la cantidad de kilómetros que necesitas para completar una maratón, quiero compartir contigo algunos de mis principales aprendizajes:
Escoge bien tu playlist. Nadie necesita estímulos tóxicos alrededor que te bajoneen y recuerden que tienes pie plano. Aprende a escoger qué y quiénes interactuan con tus cinco sentidos.
No subestimes la rutina. Tener predictibilidad no te hace un aburrido: te da equilibrio, orden, foco y disciplina, y te permite dejar la no predictibilidad a la forma pero no al fondo.
Aprende a correr solo. No dependas de alguien que funja de tu despertador o energizante para levantarte todos los días: construye tu fuerza interior para no depender de suplementos.
Una vez que aprendiste de tus ritmos y eres consciente de las rutas que quieres recorrer, claro que es increíble tener un partner que puede tener sus propios ritmos y rutas pero que disfruta correr contigo, respetando y entendiendo tus aceleraciones pero también tus silencios.
Busca un coach. Todos tenemos cargas emocionales que, de no ser resueltas, se vuelven más pesadas y generan lesiones. Encontrar ese profesional que pueda destrabar tu mente y tu alma te va a permitir ser más ligero, rápido y más consciente de hacia dónde quieres ir.
Disfruta el paisaje. Nos la podemos pasar años corriendo sin mirar lo avanzado y a quienes tienes a tu costado. Aprende a bajar el paso, respirar rico y recordar por qué y con quiénes corres.
Celebra tus victorias. Prémiate, regálate, engríete. Aprende a no tener roche de lucir tus medallas.
Guarda aire. No te desesperes, vas por el primer kilómetro y ya estás pensando en el cuarto. Tranquilo, no aceleres si no estás listo, más que rapidez necesitas resistencia, piernas y mente fuertes, así que en vez de distraerte por el paso de tus competidores concéntrate en el tuyo.
Identifica el hueco y avanza. La ruta no es nunca perfecta. Vas a encontrarte con huecos, rompemuelles y perros rabiosos. Te puedes caer y, quién sabe, recibir alguna mordida. Lo importante es activar tu Waze emocional y no volver a transitar o tropezar con la misma piedra, perro o hueco.
Las uñas negras vuelven a salir sanas. No es un mito que tus uñas pueden ponerse negras luego de una maratón. El impacto de las horas recorridas tienen un efecto en tus pies así tengas la mejor técnica y las mejores zapatillas. Es horrible ver tus uñas así, para que te miento, pero han sido el resultado de tu entrenamiento, trabajo, esfuerzo y convicción. Volverán a salirte nuevas, así que supéralo y míralas con orgullo, porque nadie te quitará lo corrido. //