Jaime Bedoya

La aparición abrupta e inesperada del ha confirmado un estándar nacional: mientras más grave sea la coyuntura, mayor será la aparición simultánea de eventos inconsecuentes que no tienen nada que ver con lo urgente. Somos el imperio de la menudencia. Que en este caso es de imponente y majestuosa verticalidad histórica.

Al lado de la modestia clásica del de Miguel Angel, el monumento moche tiene la elegancia de un poste de alumbrado público. Abre polémicas eternas y sin resolución sobre el buen gusto y el recato. Así como el hamletiano dilema de si el tamaño importa. O solo decora.

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Para un sector de la opinión pública las proporciones de la virilidad en cuestión son absolutamente inapropiadas como elementos de ornamentación pública. Una cosa es la colección de miniaturas eróticas que se compran en el aeropuerto para el extranjero contenido. Otra cosa es esta mole de fibra de vidrio que corta el cielo de las Huacas del Sol y de la Luna como un milenario cañón de artillería.

Pero hay otra numerosa reacción al obelisco moche. Es la manifestada por una donde familias enteras peregrinan ante el portento local.

Proliferan los selfies en donde se repiten las reverencias hacía la hombría monumental. Y mientras los niños buscan el amparo de su generosa sombra ante el aplastante calor norteño, las más avezadas señoras se columpian temerariamente del grosor escultórico susurrando un deseo inconfesable.

El autor de la polémica idea es el señor alcalde de la municipalidad distrital de Moche, el médico ginecólogo César Fernández Bazán. No puedo ocultar mi cultura, dice el funcionario edil respondiendo una llamada celular a la vera del falo, recientemente vandalizado por una extraña acción anti apéndice.

Alega el alcalde que para la cultura moche esto no se trata de erotismo sino de naturaleza, y que las obras – tal como esta inmensidad - se hacen de corazón y por amor. Agrega que su propio hijo, un párvulo de 7 años, ha contemplado el falo y en ningún momento advirtió escándalo del tipo “papá, mira que grande lo tiene”. La Libertad es ajena al tabú.

Hace unas madrugadas dos delincuentes atacaron al valiente sereno que hacía guardia nocturna ante el indoblegable monumento. Mientras uno le ponía un arma blanca al cuello el otro procedía a dañar la estatua en su punto más sensible y emblemático: la puntita.

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Espontáneamente, un joven empresario local presentó sus buenos oficios para reparar el daño hecho. Por un momento el alcalde pensó en hacer un nuevo molde para alargar aún más el miembro, acaso un exceso.

Más bien una idea utilitaria, que aquí se pone al servicio de la comunidad mochera, sería aprovechar el buen clima de La Libertad para hacer del monumento un . Además de inquietar hormonas y resaltar el legado daría la hora exacta a quien lo visitara. Una experiencia completa.

El alcalde no ve motivos religiosos detrás del ataque. La iglesia le tiene serio respeto, afirma, desde que los amenazó con meterle la basura dentro del templo si seguían botando desmonte. En un año electoral el detecta un móvil político detrás de este atentado, atribuyéndole el penicidio al partido APP del señor Acuña.

Lejos de acallar su entusiasmo moche, Sánchez anuncia que se vienen 50 esculturas más. Diez de ellas serán una sorpresa (vamos a ver qué significa eso). Mientras que otra decena más volverán sobre el tema erótico. Parafraseando a su adversario político el lema electoral del señor Fernández tranquilamente podría ser penes como cancha.

Todo sea por el vigor democrático de la nación.

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