Renato Cisneros

“Hay que mirar hacia adelante”, ha señalado esta semana Luz Pacheco Zerga, vicepresidenta del Tribunal Constitucional, a propósito del reciente indulto al exdictador. Y lo ha dicho así, sin recato, convencida de cada una de sus palabras. En el entrelineado de su declaración, la frase «mirar hacia adelante», por supuesto, significa enterrar el pasado, meter sus pedazos en una zanja, en una fosa común, hacer como si aquellos crímenes aún no del todo resueltos nunca hubieran sucedido.

Se nota que a la señora Pacheco el pasado de las víctimas le importa un soberano pepino. Lo triste es que no es la única que piensa así. Hay un amplio sector que asume la reconstrucción de las tragedias ajenas como un ejercicio tedioso, impertinente, además de absolutamente inútil. No obstante, aún quedamos muchos peruanos que creemos en la incómoda necesidad de elaborar una memoria, y de revisitar los episodios más dolorosos cuantas veces sea necesario hasta que se entienda —y en la medida de lo posible se erradique— la causa que los originó.

MIRA TAMBIÉN: “La tía Elisa”: Renato Cisneros y un relato a propósito de la excarcelación de Alberto Fujimori

Esta controversia sobre el pasado excede al Perú y se reproduce en todas aquellas sociedades que, como la nuestra, lleva años jodiéndose y quebrantándose. En esos países son los sectores conservadores los que tienden a ningunear el pasado. Lo consideran una rémora, un obstáculo en la ruta hacia el progreso. Incluso fuera de la discusión política, el pasado es visto con suspicacia. Su eventual utilidad descansa en el anecdotario folclórico, la postal nostálgica, o el subrayado de ciertos hitos históricos que refuerzan la idea de nación, pero cuando se trata de explorar a fondo los recovecos de la identidad individual y colectiva, el pasado no goza del menor atractivo.

Antes que ponerse a recopilar y analizar datos fácticos del ayer, mucha gente prefiere asomarse a la vaga oscuridad del futuro. El futuro tiene, sin duda, mejores publicistas. Existe una aceitada industria del futuro. De ahí que resulten tan solicitados los servicios de brujas, mentalistas, tarotistas, chamanes, quirománticos y demás profetas que viven de sus presuntas facultades para vislumbrar el mañana. Cuántas veces hemos visto el clásico reportaje donde un vidente, un médium o un chamán es consultado acerca de si se producirá un terremoto, si la selección clasificará al Mundial, si Keiko ganará la presidencia, si Magaly volverá a la cárcel, si habrá golpe de Estado. Curiosamente, a pesar de que muchas de sus premoniciones son fallidas, el público continúa cotejando sus vaticinios y emulando sus técnicas con entusiasmo. Estos adivinos no necesitan prestigio, les basta con la charlatanería para mantenerse vivos en el imaginario popular. Recordemos el caso de las hermanas venezolanas Nelly y Norhelia Pompa, conocidas como Las Mentes Gemelas, cuya fama en el Perú no se vio perjudicada a pesar de que una noche de los años noventa, en el pico de su popularidad televisiva, fueron víctimas del robo de su departamento, siniestro que fueron incapaces de predecir.

COMPARTE: “La pared que habla”: Renato Cisneros opina sobre “Willaq Pirqa”, la película que nos representará en los Goya 2024

Al lado de tales personajes, es ínfima la notoriedad que cobran los expertos del pasado. Pienso en historiadores, arqueólogos, psicoanalistas, es decir, profesionales que llevan décadas descifrando grietas, fisuras y conflictos para componer el riguroso horóscopo de lo que ya ocurrió. ¿Cuándo aparecen ellos en portada? Casi nunca. Atisbar el pasado requiere técnica, carácter, paciencia, humildad. Por eso la mayoría prefiere, como la magistrada Luz Pacheco, mirar hacia adelante, ignorando eso que decía en sus diarios el filósofo danés Søren Kierkegaard: «La vida se vive mirando hacia adelante, pero solo puede comprenderse mirando hacia atrás».

Me pregunto si esta clamorosa aversión al pasado tendrá alguna relación con la tradición judeocristiana. Porque es en las páginas del Génesis donde se nos cuenta que la mujer de Lot quedó convertida en estatua de sal por haberse atrevido a girar la cabeza para contemplar la destrucción de Sodoma y Gomorra. El simbolismo es irresistible y la advertencia evidente: mirar atrás es un acto subversivo, quien lo comete es sancionado con la parálisis eterna.

En un país atomizado como el Perú no hay reconciliación posible sin memoria. Y no hay memoria posible sin pasado. A quienes defienden la perorata de «mirar hacia adelante» no les interesa el pasado realmente, ni como problema, ni como objeto de estudio, ni como recurso expresivo. Lo que buscan es el perdón amnésico, pasar la página sin ofrecer disculpas, una desmemoria sin reparación, un borrón y cuenta nueva obviando el dolor de los demás. En otras palabras, promueven el olvido. Hacen apología del olvido. Son agitadores del olvido. Si de ellos dependiera, hasta le levantarían un museo. //

Contenido Sugerido

Contenido GEC