MDN
Lunahuaná
Lorena Salmón

Hay lugares a los que siempre se vuelve.

Pasando Lunahuaná, en un pueblo de agricultores y bodegas de vino y pisco, se encuentra La Confianza, una ex bodega vitivinícola que data de principios del siglo XX.

Ese es mi lugar.

Juan Pablo Zolezzi, un amigo de mi pasado a quien dejé de ver por mucho tiempo, la descubrió prácticamente en ruinas en un viaje que hizo llevando ayuda a los damnificados por el terremoto de Pisco.
Decidió comprar la hacienda con la bodega incluida, renunciar a su trabajo en una cadena hotelera y apostar por un sueño que muchos tenemos: ser libres.

Poder trabajar en lo que nos llena y que todo lo que cueste, cada gota, cada lágrima, cada paso, cada retroceso sea para nuestro propio enriquecimiento profesional y espiritual.

Este año cumplió una década manteniendo a flote un lugar acogedor, rústico, ecoamigable, con un servicio cálido y en medio de un paisaje de ensueño. Entre el pasar del río que te arrulla y la energía imponente de las montañas.

Siempre hay sol y, aunque no siempre haya camarones, cuando están en el menú y fuera de veda son el platillo estrella.

Desde la primera vez que fui con mi familia –ideal para momentos Instagram– hasta ahora, he visto su desarrollo y crecimiento y es para sacarse el sombrero: no hay grandes inversionistas detrás. Es solo el sueño de un amigo que se hizo realidad y se mantiene firme.
Es lindo, además, cuando el esfuerzo se reconoce, y el sueño de Juan Pablo vaya que lo ha sido. Las tantas placas de Tripadvisor que adornan las paredes originales de la bodega brillan.

A una hora y cuarenta minutos de La Confianza y de Lunahuaná se encuentra Viñak, un pueblo de 300 habitantes dedicados también a la ganadería y la agricultura.

Para llegar hasta aquí, el camino es difícil y de atención máxima. Pero una vez que te encuentras con sus paisajes, Dios mismo saludándote, esa sensación –que solo nos produce la naturaleza cuando nos hace ser parte de todo y nada a la misma vez– te abraza.

Son 20 familias que durante el día se van al campo y en la noche descansan en sus casas. La mayoría son quechuahablantes, todos en absoluto conocidos. La mayoría de jóvenes han bajado a Lima en busca de alguna oportunidad de desarrollo.

“Es triste”, me comenta Marleni, nuestra excelente anfitriona en El Refugio, donde pasaremos la noche. “Yo solo sigo aquí gracias a este lugar, que me mantiene activa”.

El Refugio, una visión de la familia Umbert, es acogedor, cuenta con una vista impresionante y conmovedora, un chef prodigioso, actividades simpáticas, un jacuzzi al aire libre que recomiendo altamente probar si caen por allá y bungalows familiares que tienen todo lo que necesitas para conectarte con el lugar.

Todo el camino nos preguntábamos cómo así se le había ocurrido a alguien de la ciudad avanzar hasta este lugar (subiendo y bajando por caminos y trochas en montaña) y decidir montar un refugio lo más cerca del cielo.

Hay valientes que se atreven a cumplir sus sueños.

No hay una sola persona que no haya compartido la misma sensación de bienestar en Viñak, mágico lugar.

Quizá por eso quería escribir sobre mi experiencia de viaje. Es bonita esa sensación de ver sueños ahora tangibles y concretos y el hecho de poder disfrutar de ellos.

Vayan a conocerlos. //

Contenido Sugerido

Contenido GEC