Hace algunos días, una encuesta reveló que siete de cada diez peruanos hemos sufrido de síntomas de ansiedad y depresión poscuarentena. Es decir, el 70% de nosotros. Digo hemos, porque me incluyo en la vasta población afectada.
Hace un par de semanas, mi ansiedad comenzó a escalar a velocidad inusitada. Sus síntomas, cuando hay crisis, se manifiestan en mareos, hormigueo en el rostro y en las extremidades, taquicardia y la sensación de angustia, como un nudo en la garganta.
Hace más de diez años tuve mi primera crisis. Terminé pesando 41 kilos y medicada con ansiolíticos por un psiquiatra que con las justas alzó su mirada en la consulta para verme. Luego apuntó en su receta: crisis de ansiedad.
MIRA: Una conexión especial, por Lorena Salmón
Desde ese momento de mi vida, comencé a ocuparme de las causas internas de ese descontrol en mi sistema nervioso y encontré una combinación muy poderosa que me permitió gradualmente desengancharme de las pastillas: deporte y terapia.
Ya había pasado por aproximadamente seis terapeutas a lo largo de mi vida, o más. Pero aposté por un camino por el que no me había adentrado antes: el psicoanálisis.
Agradezco a mi querida amiga Ana Paola por convencerme de tomar esa ruta y a la mejor terapeuta con la que me crucé, Audrey, por ayudarme a desenredar tremenda madeja de tribulaciones personales.
Hasta la pandemia, la ansiedad venía controlada con éxito: de hecho, los primeros 100 días me jactaba internamente de mi superestado emocional, casi inquebrantable.
MIRA: Volver a nacer, por Lorena Salmón
Hasta que todo cambió. Una preocupación ocasionada por un mero susto; discusiones con la familia por querer todos hacernos pensar como el otro; y el hecho de que desde Turquía hackearan la cuenta de mi plataforma digital, y que con ello perdiera todo el trabajo acumulado en cinco años; catapultaron mi ansiedad a niveles críticos.
Queseasmuyfeliz es el nombre de mi plataforma digital, donde comparto contenido e información con el propósito del nombre: ayudar a los demás a sentirse mejor. Me encuentran en redes sociales con el mismo apelativo y mi cuenta en Instagram se había convertido en uno de los principales medios de trabajo para mí: hacer entrevistas en vivo, dar charlas, compartir información relevante, hasta que un hacker –hasta ahora no entiendo el propósito- se adueñó de ella y me dejó en el aire y con una ansiedad tremenda.
Durante una semana experimenté todas las etapas de esta pérdida: negación, furia, negociación, tristeza y aceptación. Iba a tener que comenzar de cero, de nuevo.
Precisamente cuando había hecho las paces con esa idea y con la certeza de que mi pérdida no representaba nada irremediable en comparación con verdaderos duelos, recuperé la cuenta. Y aunque el problema en mención se solucionó una semana después –gracias, Andrés y Miguel; y gracias, Juan–, la ansiedad no, todavía no.
MIRA: Todo sobre mi padre, por Lorena Salmón
Todavía siento los efectos del cortisol y la adrenalina altísimos en mi cuerpo: cada vez que algo emocionalmente me afecta –un comentario, otro susto, lo que sea–, inmediatamente me mareo y viene rapidísimo el hormigueo, la angustia, las ganas de llorar.
Sé qué debo hacer para sobrepasarla y aquí los invito a tomar nota: más ejercicio cardiovascular, mejor alimentación, más meditación, más contacto con la naturaleza y hablarlo todo para dejarlo salir de mí (soy proterapia, propsicólogos, pro cualquier espacio de contención que permita hablar, escucharte, guardar silencio, transitar tus emociones sin acumularlas en el cuerpo).
Por lo pronto, esta columna es mi nueva terapia y mi catarsis. En vez de ser privada, es pública, pero funciona. El hecho de escribir lo que sentimos sin tapujos y sin vergüenza es una excelente forma de dejar salir las emociones para que no se acumulen en el cuerpo. Así que gracias a todos por leer.
Que estén bien. //