Jaime Bedoya

Hay una canción que se inscribe dentro del género llamado urbano latino dembow, que lleva por título . Determinar con justicia de qué se trata requeriría un estudio en profundidad, o el análisis del señor Modesto Montoya, inédito ministro del Ambiente. Como para que haga algo y no se aburra.

Algunas estrofas podrían dar un alcance de cuál es la temática que le ocupa:

Dale al teteo, chúpame la tetera

Cuando ella lo mueve, to´la vaina se me altera

Dale cuchupla-plai-plai

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Esto es evidencia razonable como para presumir que la pieza tiene que ver con una de las dos pulsiones básicas que mueven al mundo: el sexo.

Esta hipótesis interpretativa, sin embargo, tambalea frente la aliteración predominante en la letra: Cincuenta y cinco veces se repite edípicamente “la mamá de la mamá¨.

Hay más. Este juego reiterativo rebota en la profusión de traseros que aparecen en el del tema. Hasta donde fue posible contarlas, en el video aparecen 132 nalgas, o 66 potos, según la modalidad contable. Los cantantes son lo de menos. No en vano aquí ni se les menciona. Lo claro es que la canción no dice nada.

Lo asombroso de esta canción repetitiva, y de ahí la necesidad de la intervención de alguien científicamente competente como el ministro Montoya, es que remite espontáneamente al discurso político del presidente Pedro Castillo: La mamá de la mamá del presidente Castillo es la palabra pueblo.

Se ha constatado hasta el aburrimiento el uso y abuso que el presidente hace del término en cuestión. No es la primera ni será la última figura política en trajinar esa palabra. Pero el uso habitualmente divisionista del término atraviesa actualmente una crisis existencial, tal como le sucede al propio presidente y su gobierno.

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Siglos atrás pueblo era lo opuesto a la oligarquía, su adversario natural. La esperanza de este pueblo residía en el estado, opción fallida que resolvería todo con su intervención.

Fracasados esos ensayos, un descendiente oriental que hoy es reo le dio un giro al término pueblo: ahora se entendía por tal la población que se oponía a la clase política tradicional, disolviendo de paso la panacea estatal. Ese profundo rencor a los partidos políticos aún rinde kilometraje electoral.

Pueblo es una mención que legitima y apela a las connotaciones humildes que evoca. Su antónimo refiere a todos aquellos que no son como uno. El problema para Castillo es que si bien tiene claro quiénes no son como el – la prensa y el resto del cosmos que lo fiscaliza – no está claro a qué dimensión del pueblo el representa:

¿A la corrupción sentenciada de Vladimir Cerrón? ¿A la incompetencia sistémica de su improvisación arracimada y misógina? ¿A la jactancia violadora del hijo de uno de sus nombrados a dedo?

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Su representación en nombre del pueblo está en crisis. La acumulación de incompetencia y dolo en su gestión ha evaporado esa representatividad. Sin embargo, apelando a una ficticia demanda del pueblo, insiste en un proceso constituyente que, está cantado, golpeará principalmente al pueblo que dice encarnar con tal de lograr intereses políticos contrarios al pueblo.

Por añadidura, la reiteración de la palabra pueblo como argumento vacío ha logrado que su mención ya no signifique nada. Eso se llama saciedad semántica. Repita la palabra monja y acabará diciendo jamón. Y viceversa.

Por eso es por lo que la mamá de la mamá de Castillo es la palabra pueblo. Una repetición carente de significado. A menos que el doctor Montoya demuestre lo contrario y nos revele que en realidad se trata de un experimento social de la escuela Palacín.

Agradezco a Jackie Maldonado que me haya hecho saber de esta joya musical.

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