La semana que pasó sucedieron dos hechos virales, por escandalosos. Ambas situaciones relacionadas con el poder de la palabra.
En el primero, un joven visiblemente alcoholizado fue grabando mientras le daba rienda suelta a toda su prepotencia y a un sistema de creencia que debería estar completamente obsoleto y, sin embargo, sigue vigente y fuerte. “Yo soy más que tú”, gritaba a las autoridades.
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El hecho ha generado discusión, polarización, opiniones diversas. Que si el chico había reaccionado justificadamente, que si el serenazgo fue un arrebatado que comenzó todo. No importa.
El asunto es que uno le dice al otro: “Te voy a dejar en la calle, más de lo que ya estás [...]. Te voy a hace basura [...]. ¿Tú crees que eres lo mismo que yo, compadre? [...] A ti te voy a hacer que te boten de tu trabajo, te vas a quedar en la calle, te vas acordar de mí, huev... [...]. Ya vas a ver cómo te voy a cagar, no tienes idea de quién es mi familia”.
Ya todos sabemos cómo acabó el asunto, con un padre enajenado tratando de callar a un hijo sobrepasado. Pero no nos distraigamos de lo importante: la condenable connotación de superioridad en el discurso del chiquillo frente a la autoridad, el hecho de creerse impune por ‘superior’. Una verdadera pandemia en la sociedad peruana: la desigualdad.
Lo que me lleva inmediatamente a pensar en el segundo hecho escandaloso.
El lunes pasado se sentó un precedente deplorable para la libertad de expresión, al condenarse penalmente al escritor y periodista Christopher Acosta y al director de la editorial Penguin Random House, Jerónimo Pimentel.
Se les acusa de haber hecho uso –en el libro Plata como cancha– de testimonios de terceros con el fin de difamar al político César Acuña. Todos testimonios corroborados.
Con su sentencia, el juez sostiene que el autor es responsable directo de lo que terceros hablan o digan, estableciendo así que el ejercicio del periodismo quedaría absolutamente supeditado a las autocitas y los formatos de autobiografías, exclusivamente.
Con este precedente, aunque existan denuncias establecidas, el periodista no podría ejercer su trabajo de investigación libremente, ya que se vería en la incapacidad de citar a terceros como fuentes, se limita el acceso a información cualitativa y se pone en riesgo todo trabajo de periodismo de investigación. Deplorable.
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El mensaje de la sentencia es claro: no te metas con gente poderosa.
Como la mayoría de periodistas que ha respondido con indignación frente a lo sucedido, no solo comparto mi solidaridad con los afectados, sino que expreso mi rechazo frente a la sentencia, que claramente será apelada.
Y como el querellante rechaza las declaraciones de terceros en su contra, aquí les dejo algunas declaraciones suyas, salidas de su propia boca (como para que ninguno de nosotros nos olvidemos nunca de este personaje):
“La vida es lo más preciado que hay en esta vida”.
“No fue plagio, solo copia”.
“Yo ya no vivo en Trujillo, vivo en Perú”.
“Mi agradecimiento a Dios que me iluminó a fundar la universidad y al fundar la universidad hoy estoy celebrando la fundación de la universidad”.
“Una persona es feliz cuando logra su felicidad”.
“Vallejo no está muerto, está vivo porque la universidad se llama César Vallejo”.
“Tengo denuncias como ‘cancha’, pero ningún proceso”.
“Quiero ser presidente porque no quiero que los otros lo sean”.
“Yo no regalo dinero, regalo abrazos y besos”. //
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