La selección peruana entrena en el campo del Arena Khimki antes de su partido debut en el Mundial. (Foto: Rolly Reyna/ Enviado Especial)
La selección peruana entrena en el campo del Arena Khimki antes de su partido debut en el Mundial. (Foto: Rolly Reyna/ Enviado Especial)

Existe una pregunta que, sin duda, tiene respuestas múltiples, desde la razón y desde la emoción. ¿Qué es el fútbol? Es una interrogante para la cual tienen respuesta incluso aquellos que nada saben de fútbol, incluido el célebre escritor Jorge Luis Borges, a quien suelen citar los (escasos) opositores: “El fútbol es feo estéticamente. Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos”. Sin duda, a Borges nadie le explicó adecuadamente lo que, en verdad, es el fútbol. En cuanto a la pregunta ¿qué es el fútbol?, cada quien debe tener su propia y favorita definición. En mi caso, considero muy exacta la que entregó el escritor argentino Osvaldo Soriano, autor de memorables cuentos sobre la materia. Para él, el fútbol se define como ‘pensar con los pies’. Su definición es certera porque el fútbol no es simple cosa de pegarle a un balón con los pies. Alrededor de ese hecho, aparentemente simple, se despliega un amplio abanico de situaciones que tienen mucho que ver con el razonamiento como previo instante al accionar de los pies. 

Uno de los periodistas más lúcidos en materia futbolística es Juan Pablo Varsky, a quien los futboleros deben identificar por sus comentarios en las transmisiones de la Champions League. Sostiene Varsky que “el fútbol es un juego que, en apariencia se juega con los pies pero, realmente, es un actividad en la que el mayor desgaste se produce en otro lugar, en otro órgano: el cerebro”. Cualquiera que ve este deporte y nota que los jugadores corren, saltan, chocan, sudan o piden el cambio por fatiga, se preguntará ¿el físico no es acaso el mayor desgaste? En el fútbol recreativo sin duda que el desgaste principal es físico, pero en el fútbol de élite ese desgaste mayor ocurre en el cerebro porque, siguiendo el razonamiento de Varsky, “el fútbol requiere una constante toma de decisiones y ellas generan un desgaste importante, un cansancio. A eso se le conoce como fatiga cognitiva. La fatiga cognitiva es, precisamente, el desgaste natural que trae consigo el hacer. El cerebro necesita descanso de la misma manera que las piernas o los brazos o un pie; de lo contrario, su actividad se verá influida negativamente por esta fatiga, costará aún más tomar las mejores decisiones”. Aquí es donde podemos empezar a entender que el fútbol profesional es una tarea muy compleja con una gran suma de exigencias que están más allá de la simpleza de afirmar que apenas consiste en patear un balón en busca de un gol.  

Pongamos como ejemplo los días previos de la selección peruana antes de su partido debut en el Mundial Rusia 2018. Uno los ve retornar –tras el entrenamiento en el campo del Arena Khimki– a la concentración del Sheraton Sheretmeyevo, alejado del centro de la ciudad –34 km de distancia, 50 minutos en taxi y más de una hora en combinación de bus y metro–; almuerzan y tienen el resto de las horas para distraerse entre ellos y descansar hasta el día siguiente. En ese ambiente no son ajenos a un pensamiento que los ha rondado a diario: la necesidad y la importancia de tener un buen debut, con el añadido de que un buen debut significa ganar porque esos tres puntos iniciales son fundamentales para abrir la puerta de los dos partidos siguientes y depender de un solo partido más para clasificar, en lugar de la obligación de obtener puntaje favorable en los dos restantes. Se suma la presión de ‘no perder el invicto’, que es una exigencia innecesaria impuesta desde el exterior. No es la única presión. También está la carga de las emociones que genera el entorno. Es un plantel que, en su integridad, debuta en el máximo torneo mundial con millones de personas con los ojos puestos en ellos; por si no bastara, representan el retorno a este torneo luego de 36 años y tienen sobre sí la inevitable sensación de que deben corresponder a la ilusión de esa marea blanquirroja de más de 20 mil peruanos que se han desplazado de mil maneras hasta Rusia. 

¿Es todo? No. Está la tarea propiamente futbolística, la de analizar al rival, estudiar los movimientos que aquellos tienen, pensar en sus virtudes y defectos y, sobre la base de ello, trabajar en las acciones necesarias para lograr una victoria en la cancha. 

A todas esas tareas, sensaciones, emociones, análisis, dudas, certezas, se suman los sueños y aspiraciones que todo ser humano tiene, al igual que nuestros futbolistas que desean corresponder a la ilusión que han generado. En su ámbito personal, desean, unos, cerrar sus carreras con gloria; y otros, conquistar el futuro que ofrece una buena actuación mundialista. Todo eso origina un enorme desgaste. ¿Dónde? En el cerebro.  

Y el asunto no queda allí. Está el partido en sí. Esos 90 minutos en los que la mente va a trabajar mucho más que la parte física. Primero está el impacto emocional de ponerse la camiseta, salir al campo y cantar el himno nacional. Luego el desarrollo del juego, donde deben tomar decisiones constantes a una velocidad inmensa. Resolver en un segundo si dan el pase atrás o hacia adelante, si ejecutan el centro por arriba o a ras de piso, hacia qué sector se desplazan sin dejar espacios para el rival, en qué instante hacen las coberturas. En suma, decidir en apenas un instante la aplicación de todo lo aprendido en semanas de entrenamiento y hacerlo con una carga inmensa de tensiones y emociones. Por eso el campeón mundial Jorge Valdano sostiene que “pensar sentado es difícil, pensar corriendo es más difícil todavía”. Y ese pensar corriendo significa hacerlo con la persecución de rivales, el control de un árbitro, dos jueces, el sistema VAR, el registro implacable de innumerables cámaras de televisión y un estadio rugiendo.  

El lector leerá estas líneas el día del Perú vs. Dinamarca. Sea cual fuese el resultado, recuerde que detrás de lo que vio en la pantalla de su televisor existe una complejidad de acciones llevadas a cabo por seres humanos que piensan, ejecutan y tienen ilusiones al igual que todos nosotros, pero en situaciones más arduas que las que usualmente enfrentamos. Eso le da un mayor valor a la victoria y le entrega comprensión a la eventual derrota. 

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