¿Cómo viven la guerra los escritores cuando, por azar o decisión, les toca presenciarla de cerca? Lee la columna de Renato Cisneros. (Ilustración: Víctor Aguilar)
¿Cómo viven la guerra los escritores cuando, por azar o decisión, les toca presenciarla de cerca? Lee la columna de Renato Cisneros. (Ilustración: Víctor Aguilar)
Renato Cisneros

Hace unos días, el escritor ucraniano Lev Shevchenko convirtió su departamento en Kiev en una trinchera de palabras. No es una metáfora: él mismo compartió en las redes sociales una fotografía donde vemos la ventana de su departamento forrada de cientos de libros para evitar que, tras un probable bombardeo ruso, los cristales vuelen dentro de la habitación. Debajo, la leyenda dice: “Día ocho”. La imagen, ahora conocida como “La ventana de Shevchenko”, se ha convertido en un símbolo de resistencia, pero también de creatividad ante la brutalidad del invasor.

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La reacción de Shevchenko nos devuelve a la reflexión de la semana anterior: ¿cómo viven la guerra los escritores cuando, por azar o decisión, les toca presenciarla de cerca?

Pienso, por ejemplo, en Vasili Grossman, escritor y periodista soviético, nacido en Ucrania, de origen judío, corresponsal de guerra del Ejército Rojo durante la segunda guerra mundial. Cubrió las batallas de Stalingrado, Moscú y Berlín. Su reportaje sobre la liberación del campo de Treblinka fue utilizado en los juicios de Núremberg para sentenciar a los genocidas nazis. Su obra más reconocida, Vida y destino, narra la lucha de familias enteras que sufrieron a la par la brutalidad del régimen de Stalin como el exterminio de los judíos.

En el otro extremo está Günter Grass, Nobel de Literatura 99, ex integrante de las juventudes hitlerianas y defensor, al menos en una primera etapa, del nacionalsocialismo alemán. En El tambor de Hojalata, utiliza sus experiencias para mostrar el horror de la segunda guerra a través de los ojos de un niño. Recién en 2006, con la publicación de sus memorias, Pelando la cebolla, confiesa haber servido a las Waffen-SS, la organización paramilitar diseñada por Hitler para acabar con los judíos.

En 1939, Jean-Paul Sartre se alistó en el ejército francés. No llegó a combatir pues sirvió como meteorólogo. Solo un año después fue capturado por las tropas nazis en la comuna de Padoux y pasó nueve meses como prisionero, primero en Nancy, luego en Tréveris. Aunque las reflexiones dejadas por la guerra aparecen en el grueso de su obra, quizá sea en la pieza teatral Los secuestrados del Altona donde hallamos descripciones más específicas de lo visto y vivido por Sartre durante aquellos años.

Aunque fue más historiador que escritor, y político antes que nada, Winston Churchill cabe en este recuento pues recibió el Nobel de Literatura 1953 por los seis volúmenes de La historia de la segunda guerra mundial. En esas páginas, cómo no, él cumple un rol protagónico y decisivo en la resolución del conflicto. La Academia Sueca le concedió el galardón como compensación por no otorgarle el que Churchill verdaderamente pretendía: el Nobel de la Paz. En señal de protesta, no se presentó a recoger el premio.

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Ana Frank no era una escritora reconocida cuando los alemanes invadieron Países Bajos en 1940, pero era una niña con sensibilidad literaria, que observaba y anotaba en su diario todo cuanto sucedía a su alrededor. El diario, publicado por su padre bajo el título La casa de atrás, adquirió rápida relevancia por su valor documental, pero también por la forma inocente y destemplada en que Ana cuenta la persecución de su familia y los intentos desesperados por mantenerse unida.

El italiano Primo Levi tampoco fue de los que cogió las armas, pero luchó contra el fascismo activamente y contó cómo vivió el holocausto en su memorable Trilogía de Auschwitz. Quien sí conoció el frente fue el norteamericano Kurt Vonnegut; tenía 22 años cuando su división de infantería fue capturada por la Wehrmacht en Bélgica, durante la batalla de las Ardenas. Lo trasladaron a Dresde, ciudad alemana que en 1945 sería cruelmente bombardeada por los aliados. El escritor sobrevivió porque permaneció en una cámara de refrigeración que antes había funcionado como matadero. Su novela más conocida, Matadero Cinco, sirvió para dar a conocer al mundo el horror perpetrado en Dresde, una operación conocida como “la Hiroshima europea”.

En la ventana de Shevchenko, los lomos de los libros miran hacia adentro. ¿Será que el escritor lee los títulos de su biblioteca mientras espera la paz o la muerte? //

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