Hola, me llamo Lorena y soy una persona altamente sensible o PAS.
—Hola, Lorena.
—Hasta hace un par de años no tenía idea de que existía una denominación para este rasgo de personalidad hereditario y bastante común (dos de cada diez personas la tenemos) y solo sabía que era exageradamente sensible, como quienes me conocen cercanamente me perciben.
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Las personas altamente sensibles tenemos un sistema nervioso más fino o desarrollado que el resto y, como consecuencia, recibimos más información sensorial, reflexionamos más profundamente sobre lo recibido y procesado, nos sobreestimulamos, somos más emocionales y empatizamos mejor con el resto. Son estas cuatro características esenciales las que nos definen.
Siempre he bromeado con que tenía el superpoder de los supersentidos, sin saber a ciencia cierta que esta elevada sensibilidad en cuanto a mi vista, tacto, oído, olfato o gusto, y en cuanto a cualquier sutileza, como pequeños cambios en el ambiente, era una de las características principales de un PAS. Agradezco ahora poder ponerle un nombre. Así como también agradezco el entender que, como PAS, mi umbral del dolor sea bajo y, que por ello, cualquier dolor lo sienta plenamente en todo mi cuerpo: en cada poro de mi piel, en mis encías, dientes, huesos, inclusive en el cuero cabelludo. De hecho, podría decirles que esta es la única parte del paquete que no me encanta. “Eres la paciente más sensible que conozco, Lorena”, me repetía mi terapeuta ayurvédica cada vez que iba a consulta, y creo que tenía razón.
Hasta hace poco, el sentir tanto me parecía una desventaja y en mis sesiones con mi psicoanalista le repetía: “Todo me afecta, literalmente no tengo filtros, me preocupa cada cosa que veo”, a lo que ella me repetía: “Pero ¿por qué dejas que todo te afecte de esa manera?”.
Cuántas hora de reflexión me habría ahorrado de haber sabido que todo se debía a mi sistema nervioso.
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Fue la doctora Elaine Aron, psicóloga americana, la responsable de acuñar el término PAS a esta condición, que ya había sido descubierta por el doctor Ivan Pavlov con sus estudios sobre sensibilidad sensorial. También fue ella quien descubrió las siguientes características que pongo a continuación, para que cada uno de ustedes repase y compruebe como checklist si tiene sospechas de ser como yo.
La persona altamente sensible se suele sentir:
- Afectada por luces brillantes, olores fuertes y ruido en general.
- Abrumada por un exceso de trabajo y por las multitudes.
- Insegura y tímida.
- Conmovida por las artes y la naturaleza.
- Dolida por el sufrimiento ajeno.
- Llamada a ayudar a los necesitados.
Hasta el momento, cinco de cinco.
Además, la persona altamente sensible suele tener:
- Una gran facilidad para enamorarse.
- El umbral de dolor bastante bajo.
- Dificultad para mantener sus límites personales y para decir “no”.
- Tendencias perfeccionistas.
- Dificultades con el manejo de situaciones estresantes.
- La capacidad de detectar sutilidades en el ambiente.
Para alguien como yo, que nunca ha completado ni una línea del bingo, aquí el apagón. Sí a todos los puntos, sin excepción.
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Entender que es un rasgo de la personalidad me ha permitido abrazar mi sensibilidad de otra forma, pero comprendo que hay quienes encuentran en ser tan sensible un reto y una complicación en la vida. Sin la adecuada gestión o atención psicológica, muchos de nosotros podemos además sufrir de ansiedad o depresión porque, en efecto, somos más propensos a estresarnos y abrumarnos.
¿Cómo afrontar este reto?
Primero, entender que ser sensible no es un defecto. Pero sí es importante conocernos y aprender todas las herramientas que nos permitan adaptarnos mejor al entorno y sacarle mejor provecho a este rasgo. Como ejemplo y como urgencia: aprender a decir que no y a poner nuestros límites, así como evitar cualquier situación que sepamos que nos va despertar más estrés del que necesitamos, como por ejemplo discutir en redes sociales por opiniones que no cambiaremos. //
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