ILUSTRACIÓN: Nadia Santos.
ILUSTRACIÓN: Nadia Santos.
Carlos Galdós

, con ese hueco en el corazón que no tiene que ver con el amor, sino conmigo, con mi historia, con mis deseos, con mis líos, con mi autoestima, con mi silencio, con todo lo que me da vueltas en la cabeza desde hace años. Entonces literalmente me desconecto, no contesto el teléfono, no hablo con nadie, solo le dejo un mensaje de WhatsApp a mi hija mayor para decirle cuánto la quiero. A los chiquitos no les digo nada; todavía no se enteran del padre tan ‘embambado’ que les ha tocado. Me cuestiono todo, mi vida, mis vínculos, mi familia. Si debo insistir en estar acompañado, si debo darme cuenta de que solo es mejor, si siempre termino generando dolor –aunque jamás intencionalmente–, si soy mejor como amigo o como esposo, si soy el padre que mis hijos merecen o si es mejor que sepan de una vez por todas lo que les tocó.

Me agarra un silencio desde la boca del estómago, justo ahí donde irradian las emociones, el plexo solar. Hago de todo: meditación, yoga, retiro de silencio, pasear en bicicleta, caminar, ir al vidente, ir a la iglesia evangélica y también llamar a mi amigo sacerdote, hacerme la carta astral, tomar rivotril, matricularme en un curso de liderazgo y motivación, hacer ayahuasca, comprar un boleto por impulso a Nueva York (como otras veces lo he hecho) y salir a caminar por esa gran ciudad. Hago todo lo que sea necesario para encontrar esas respuestas. Vivo buscando respuestas desde hace 44 años exactamente, buscando certezas más que respuestas, y esa búsqueda tiene que ver con el pilar fundamental de la vida, que es la seguridad. Y la seguridad te la dan tus padres. Bueno, ahí ya hay una respuesta, no una queja, simplemente una respuesta. Acto seguido, agradezco porque también he hecho taller de perdón radical… con dos gotitas de Gestalt.

Busco certezas. Las buscaba. Ahora ya no, o sí. Pero ya sé que no las voy a encontrar, ya lo entendí. Certezas en las personas, en el amor, en el trabajo, en mí mismo. Lo bueno es que ya entendí que cada vez que vaya a la bodega de mis emociones a pedir que me vendan un kilo de certezas, la respuesta simplemente será: “No hay. Certezas no vendemos en este lugar”. 

La vida se ha encargado de demostrarme que la única certeza es lo que me ocurre hoy, aquí y ahora, en este preciso instante. Y por algo muy sencillo: no debemos perder la emoción de estar presentes. He pasado años quejándome del pasado (que ya no existe) e imaginando milimétricamente mi futuro (que tampoco existe). Busqué certezas en las personas que me dieron lo mejor de sí, pero no son certezas. Busqué certezas en cosas materiales que me hicieron feliz exactamente media hora. Me paseé con el auto convertible de mis sueños, que me costó 40 mil dólares. Media hora después lo vendí por 25 mil dólares, cero kilómetros. Ese auto no era una certeza. He buscado certezas inventándome un personaje de bad boy en la televisión, a ver si así soy un poco más querido, y conseguí muchas cosas. Hasta el día de hoy me encanta ese juego, pero ese no soy yo. En el trabajo no están las certezas. Busqué certezas en zapatillas. Tengo más de 100 pares en el walking closet y solo uso dos. Los otros 98 pares ahí están, mirándome, y no me deshago de ellos solo para acordarme de que la ropa, las zapatillas y demás tampoco son certezas. Con profunda vergüenza tengo también colgado un traje Versace que me costó 15 mil dólares en la Quinta Avenida. Este año ya celebraré su mayoría de edad colgado en el perchero. Hace 18 años busqué una certeza en él, y lo único cierto es que nunca lo usé. No sé por qué, pero ahí está, virgen, ‘pito’, recordándome también que en las marcas no hay certezas.

Soy adicto a la precisión, a la seguridad, y por eso muchas veces me pierdo la alegría y abundancia de mi presente. Cuando tengo amor, tengo también miedo a no tenerlo y es ahí donde me pierdo. Cuando tengo el trabajo deseado, pienso cuánto me irá a durar y no me doy cuenta de que hace 23 años vivo del privilegio de hacer lo que me gusta. Compro varios polos del mismo color y modelo para que no se me acaben nunca, para que no se gasten en la lavadora. Lo bueno es que cada vez soy más consciente de todo esto y ya no busco certezas en nada ni nadie, o al menos eso intento.

Se agradece por el tiempo brindado. Pásenme su número de cuenta para hacerles la transferencia por la sesión. Hasta la próxima incertidumbre. //

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