Carlos Galdós y un mensaje para todos los que somos papás.
Carlos Galdós y un mensaje para todos los que somos papás.
Carlos Galdós

¿Son buenos los que siempre ganan? Fue lo primero que me pregunté cuando vi cómo el papá de un compañero del colegio de mi hija felicitaba a su hijo diciéndole “eres un campeón”, “eres el mejor”, “sigue así, nunca pierdas”. Hasta ahí me parecieron las arengas de un padre feliz por el logro de su hijo, aunque se trataba de un triunfo en equipo, no individual. Sin embargo, todo se comenzó a podrir cuando, mientras le preguntaba a mi hija si lo había disfrutado (el juego) y le decía que me encantó verla reírse mientras corría, el orgullosísimo padre sentenció: “Lo más importante siempre es ganar”. En ese instante yo solo pude pensar: pobre niño, su padre lo acaba de mandar al carajo, le ha instalado una de las creencias más dañinas que pueden existir.

No voy a negar que me jodió profundamente escuchar tal sentencia. Me molestó más aún que mi hija escuchara eso y el poco tino del padre. Sin embargo, me abrió una puerta para preguntarle a mi hija, camino de regreso, qué pensaba sobre ‘ganar’. Porque según la lógica de ese señor, si solo el que gana es ganador, entonces ¿todos los demás son perdedores?, ¿ganar es el fin siempre?, ¿ganar es ser exitoso?, ¿qué significa perder?, ¿perder es fracasar?, ¿perder es estar excluido, negado?

El primer show de mi carrera como comediante fue hace 17 años. Lo titulé ‘Fracasar te hace exitoso’ y me dedicaba durante dos horas a reírme de todas las cosas que hice ‘mal’ desde niño hasta la adultez, lo que usualmente llamamos fracasos. Contaba minuciosamente fracaso tras fracaso, sin carga, sin pena, sin culpa, con orgullo y profundo agradecimiento; fracasos amorosos, fracasos laborales, fracasos deportivos. Cerraba la noche contando que si no hubiera sido por todo eso, no estarían instaladas en mi presente mis alegrías. “Yo he tenido éxito perdiendo y cuando fracaso, por lo general, gano”. Esa era la frase final del show y se apagaban las luces.

Cuando veo a los papás inculcándoles a sus hijos ser los mejores o ganar en las competencias deportivas del colegio, siento de veras profunda pena por esos niños, pues les están robando el gran objetivo de practicar un deporte: TRANSFORMAR. Si hay un valor que encuentro en la práctica de cualquier deporte es ese, el de la transformación. Los deportistas son expertos en cambiar su realidad día a día. Hay quienes van a las Olimpiadas sabiendo que no van a ganar. Lo saben de antemano porque la competencia no es con los demás; es con ellos mismos. ¿Cuántos velocistas saben que no llegaran a la marca de Usain Bolt? Muchos, por no decir todos los que están a su costado. Sin embargo, su lucha es personal, van a vencer su propia marca, a ganar un segundo más en su marca personal. Para que eso ocurra pagan día a día un precio, el precio del entrenamiento, la frustración, el orden y, por qué no, seguro hasta el dolor y el desgarro muscular. ¿Para ganarle a Bolt? No necesariamente. Por ellos, única y exclusivamente por ellos.

Enseñemos a nuestros hijos que puede haber éxito sin goles, sin título, sin rótulo. ¿Qué tipo de hijo queremos? ¿Ganador, siempre ganador? ¿O un ser feliz e inspirador? Yo considero que los ‘ganadores’ no son los que siempre ganan, sino más bien los que frente a cualquier circunstancia negativa logran darse cuenta de que ahí, justo ahí hay un ‘para qué’ que la vida les está regalando. Ahí está la ofrenda de la vida, el aprendizaje.

Permíteles a tus hijos descubrir el ‘para qué’ de sus derrotas, fracasos y frustraciones. Las verdaderas lecciones están ahí, no al otro lado.

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