Esto es algo que Anahi de Cárdenas no sabe. Ocurrió en una fiesta de Año Nuevo en 2008 o 2009, cuando nos cruzamos en la puerta del baño de una discoteca. Ella, bastante famosa y bonita a rabiar, se detuvo a decirme –sin siquiera conocerme– que le gustaba mi vestido. Una frase quizá trivial, cortés si se quiere, pero son pocas las personas que expresan amabilidad solo porque sí.
Tiempo después conversamos para una portada de Somos, a propósito de su debut como cantante, cuando ella estaba en un momento de su carrera/vida personal intenso y agitado. Solía compartir tuits que se viralizaban, opiniones que eran cuestionadas y otra larga lista de actitudes provocadoras que la encasillaron en el rol de niña rebelde por varios años. Aquella no era la primera vez que aparecía en la tapa de esta revista: lo había hecho mucho antes luciendo un bikini, a los 20 años. “Fue criticada en el momento por mi familia porque ‘mostraba mucha carne’. Tenía un hambre voraz, con ganas de comerme el mundo”, escribió en su cuenta de Instagram –su centro de operaciones– al postear dicha foto en octubre de 2020. Las redes sociales se han convertido, a pesar de sus riesgos, en una zona donde se siente cómoda, auténtica. Libre.
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Fue en otro octubre, el de 2019, cuando sucedió mi último encuentro fortuito con la actriz y cantante. Compartimos mesa en un evento de cocina donde Anahi comió, brindó y se rio con todos los que estábamos ahí reunidos. La suya era una energía contagiante, avasalladora. Semanas más tarde, sin embargo, De Cárdenas anunciaba que le habían encontrado un tumor en el seno derecho. Era noviembre de 2019, tenía 36 años y la noticia –como pasó con millones de peruanos, especialmente mujeres jóvenes– me heló la sangre. ¿Cómo puede cambiarle la vida a alguien así, tan repentinamente?
Anahi se sanó. El camino fue largo y aún no termina, pero se sanó. Ahora es octubre de 2021 y la artista e influencer acaba de presentar un libro donde cuenta todo lo que sintió y vivió en ese proceso, tan íntimo y tan transformador. Es en este punto donde volvemos a encontrarnos.
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—¿Qué te animó a compartir lo bueno –y lo malo– que te iba pasando?
—Sentía que tenía que hacerlo, porque si no lo verbalizaba, entonces no era real. Soy una figura pública desde hace 18 años, es una relación bien rara la que tengo con la exposición. Hay una línea muy delgada que separa mi vida privada de mi vida pública, pero todas las cosas importantes que me han pasado han sido públicas también. Suponía que hablar del tema iba a ser terapéutico para mí, y resultó siéndolo también para otras personas.
—Has vivido una enfermedad gravísima durante la pandemia, y has escrito este libro durante este mismo período. Lo que leemos en estas páginas no es un compendio de tus publicaciones de Instagram, sino algo más personal.
—Empecé a escribir desde el día que me diagnosticaron. Yo escribo bastante, todo el tiempo. Esto lo hacía por mi bienestar emocional, para botar todo, a manera de diario. Yo sufro de insomnio; normalmente, escribía en las noches o mientras esperaba que mis pepas para dormir hicieran efecto. Más o menos al mes de comenzar pensé que podría convertirse en un libro.
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—Muy aparte de ser un registro importante sobre cómo es esta enfermedad (lo que pasa físicamente, emocionalmente, todos los tratamientos y pastillas que están involucrados), el texto también está salpicado de las vivencias de una mujer en diferentes etapas de su vida, desde que eras adolescente.
—Ha sido muy terapéutico, de verdad. Mirando hacia atrás, siempre he pensado que no la he tenido muy fácil, aunque muchos piensen que sí.
—Hay muchas cosas que no habías contado. ¿La escritura te ha servido para liberarte de estos demonios?
—La salud mental no discrimina. Sí claro, es más fácil tratarte [del cáncer] desde una posición privilegiada como la mía, tal y como lo digo en el libro mil veces. Pero muchas, muchas veces siento vergüenza de mi privilegio.
—Vergüenza es una palabra fuerte.
—Es bien contradictorio. Escucho todo tipo de casos. Pienso, mierda, mal que bien he tenido suerte en ese sentido. Muchas veces [la falta de acceso a tratamientos] es el motivo por el cual no la cuentan, porque se atienden muy tarde.
—El año pasado comenzaste una organización para promover la prevención [Previene Perú]. Eres consciente de tu suerte, pero también de que estás en una posición desde la cual puedes ayudar.
—Creé Previene con mi novio y dos personas más. Me parecía que todo lo que había recibido lo tenía que regresar. Ese fue el principio de la asociación y hemos tenido varias iniciativas, pero la pandemia no ha permitido hacer todo el plan por los cambios en las restricciones (vuelos, transporte). Queremos brindar educación, recursos y arte: el arte sana. Es una semilla que hemos plantado, y ya nos hemos aliado con distintas empresas.
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—¿De qué manera podemos integrar la prevención a nuestra rutina y por qué tantas mujeres no lo hacen todavía?
—Las mamografías se hacen a partir de los 40, pero si tú vas donde un mastólogo y la exiges, te la puedes hacer. Para lo demás está el autoexamen. Yo pongo una alarma en mi celular en una fecha exacta cada mes y me lo realizo en la ducha o frente al espejo. Así como te lavas los dientes todos los días y los conoces bien, así igualito tienes que conocer tus tetas.
—¿Cómo manejas la ausencia de hormonas?
—Las hormonas son una vaina. Yo estoy con una menopausia inducida, porque mi cáncer es hormonal. El mío es –entre comillas como el más sencillo, pero tengo que estar así por cinco años. Me faltan cuatro.
—Hay muchas frases poderosas en el libro, cuestionables incluso. Tú dices que el cáncer te dio “la paz que tanto había buscado en mi vida”. ¿Cómo se le atribuye eso a una enfermedad que te puede matar?
—Antes del cáncer mi vida era un sinsentido. Cuando me levantaba en las mañanas, pensaba: “Otro día más que estoy aquí”. Hay una correlación directa entre la salud mental y el cáncer; personas que han perdido las ganas de vivir antes de que les dé la enfermedad.
—Pero también dices que se puede ser feliz, incluso con cáncer.
—A mí lo que el cáncer me dio fue la claridad que no tenía antes. La perspectiva de que lo podía perder todo. Empecé a darme cuenta de lo que tenía: amor, mis gatos, mi perro, mi salud, mis privilegios, mi trabajo, mi novio, mis experiencias de vida, mi educación, mi suerte. Por donde lo veas, mi vida es de puta madre.
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—¿Por qué te costaba verlo así?
—Porque ser una persona con trauma complejo es jodido. Esto viene desde muchos años atrás, desde que era niña. Lo vengo trabajando, pero ahora también trabajo con el trauma de la enfermedad. Aparte de las epifanías que he tenido con mi vida gracias al cáncer, esto también ha sido traumático. Me ha dado perspectiva para seguir adelante, sí, pero también ha generado un trauma muy grande: el tema con el espejo, con la sexualidad; son un montón de cosas que finalmente van saliendo a la luz por este proceso, y que también tienen que ser curadas.
—¿Cómo cuidas ahora tu salud?
—Tomo una pastilla inhibidora de estrógeno. Aparte, una vez al mes me ponen una inyección que me ‘duerme’ los ovarios. La quimio preventiva ya se hizo. Me tengo que revisar cada tres meses, pero estar sin estrógeno es horrible, así que me puse un chip de testosterona que levanta mi libido y me ayuda con el ánimo, los calores, el peso. Luego tomo mis pastillas para dormir y otras para el dolor físico, porque amanezco con las manos y pies como entumecidos, doblados. Poco a poco tengo que ir soltándome. Necesito reconectarme con mi cuerpo.
Más de Anahí:
- En mayo de 2020, De Cárdenas organizó el festival online Fuck Cáncer + Fuck COVID-19, iniciativa que recaudó S/ 400 mil, donados a la Fundación Peruana de Cáncer y al Banco de Alimentos del Perú.
- Se ejercita regularmente y está llevando clases de canto, pero aún no regresa al baile. Entre los cambios principales de su dieta están reducir al mínimo el consumo de alcohol y lo que más le cuesta: el dulce. En concreto, el chocolate.
- Además del lanzamiento de nueva música, la actriz alista el estreno de dos películas: No me digas solterona 2 y Prohibido salir.
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