MDN
(Foto: Karen Zárate)
Teresina Muñoz-Najar

A Johnny Shuler el mundo se le volteó patas arriba el día que cató un Torre La Gala. Hasta ese momento, a finales de los años 80, el pisco le sabía a una mezcla de gasolina con cualquier cosa. Pero accedió a regañadientes el pedido de un amigo arequipeño de ser jurado de un concurso del espirituoso y luego de tragar tres sorbos de diferente procedencia, probó el cuarto (de La Joya) y “Hum, qué es esto, qué cosa maravillosa, frutos tropicales, cítricos, pasas rubias, miel y terciopelo!”. Su paladar, acostumbrado al cognac, armagnac y brandy de jerez, había descubierto el pisco.

“Tuve que elegir entre dos caminos. O me volvía productor o me dedicaba a promoverlo”. Eligió esto último y se volvió tan fanático que, en resumen, no solo aprendió mejor que nadie el abc del pisco, sino que publicó tres libros al respecto y condujo un programa televisivo por el canal del Estado –Por las rutas del pisco– gracias al cual cientos de pequeños productores se hicieron conocidos a lo largo y ancho de todo el Perú, y aun más allá. Además, debe de ser el más grande coleccionista de pisco del mundo. “Tengo miles de botellas cerradas (y miles abiertas)”. Y no solo de eso. Tiene también más de cinco mil libros de cocina, una estupenda selección de huacos eróticos, más de 300 toros de Pucará coloniales y una colección de mapas antiguos del Perú –el más antiguo es de 1570–. “Pero solo compro mapas en los que figure la ciudad de Pisco”, aclara.

—¿Qué es lo que se ha logrado, en concreto, respecto al pisco?
—Un producto de extraordinaria calidad. En el país toda esta historia comenzó con una producción muy pequeña, de menos de medio millón de litros al año. Ahora estamos bordeando los diez millones, aunque el crecimiento sigue siendo vegetativo. Y es que el peruano es sobre todo chelero y ronero. De alguna manera su amor por el pisco es más de la boca para afuera. Hay actualmente muchos intelectuales, monosabios y profetas del pisco pero, con todo respeto, hay que volver a las raíces. Al génesis del pisco: buscar a los productores y agruparlos, apoyar al consejo regulador del pisco y a la denominación de origen y combatir la adulteración, que es el mal más común.

—Te refieres a la “red globe”.
—Me parece estupendo que el Perú esté a punto de ser uno de los grandes exportadores de la “red globe” pero sería bueno que la merma se industrialice, que se hagan jugos, mermeladas o que, finalmente, se haga un aguardiente pero que en la etiqueta se ponga lo que realmente es.

Con el tiempo, Johnny ha dejado de ser solo un promotor del destilado para dedicarse también a producirlo. Es el CEO de La Caravedo, hacienda vitivinícola de propiedad de la empresa norteamericana Portón. “Producimos uvas y pisco. Yo controlo la calidad de mi producto y todos los aspectos. Fermentamos, destilamos, embotellamos y etiquetamos. Hago entrenamientos, clases maestras, seminarios, disertaciones para bartenders, mixólogos, invitados y aficionados”.

Johnny nunca deja de agradacerle a su padre –un suizo que se afincó en Lima y creó La Granja Azul, el hotel El Pueblo y el restaurante Las Trece Monedas– el haberle enseñado a querer el Perú con todo su corazón. “Me dejó la vara bien alta”. Por eso se emociona cuando cuenta que hace unos días el Ministerio de Comercio Exterior y Promperú le hicieron un reconocimiento por los años dedicados a promover la viticultura en el país. Y sigue en eso. Él cree que hay que atacar el mercado internacional, sobre todo Estados Unidos y Chile, y convencer a los pequeños productores de que el mejor lugar para su pisco está en las barras, restaurantes, discotecas y hoteles. Él está convencido de que el bartender es el mejor promotor del producto.

Johnny, con muchos menos años que los premios que han ganado sus piscos, asegura que tiene energía para rato, a pesar de sus cuatro bypass, tener un solo riñón y padecer la gota. “Todo controlado gracias al pisco”, se despide. //

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