Cristina Kisner tiene claro que un plato de comida puede hacer milagros. Madre de cinco, emprendedora, y curiosa por naturaleza, esta peruana establecida en Estados Unidos -en Lima tuvo una marca de productos saludables y una tienda en Miraflores- es hoy toda una referente de platillos saludables en Georgia, la ciudad más poblada de Atlanta.
En ese mundo está metida de lleno con el objetivo de fortalecer la salud de cada una de sus cinco hijas. Con dos libros en su haber, una cafetería, y cientos de vidas tocadas por su propósito, Kisner reafirma que en la cocina siempre es posible escribir nuevas historias.
—¿Cómo fue tu primer acercamiento a la gastronomía?
Soy de Tacna. Mi papá tenía una tienda y mi mamá cocinaba, era una especie de café bodega. Teníamos muchos productos y mi mamá hacía desde dulces hasta (platillos) salados. Desde chiquita crecí en la cocina, leyendo sus libros, viéndola cocinar.
—¿Cuándo decides concentrarte en el lado saludable?
Creo que a los peruanos nos pasa que nos gusta comer rico, pero nunca nos sentamos a pensar qué hay detrás, nutricionalmente hablando. Cuando quedé embarazada de mi hija mayor, Camila, empecé a tomar más conciencia. Comencé a asesorarme primero sobre lactancia -en la Liga de la Leche- y luego con las papillas.
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—Tu formación en los poderes que tiene la alimentación dio un giro de 180 grados cuando Camila enfermó. ¿Cómo lo manejaste?
Tenía un año y medio, más o menos, cuando empezó a hacer rinitis. El pediatra me decía que era normal, que todos los niños en Lima usaban inhaladores y antialérgicos. Yo corría en las noches a nebulizarla, y, la verdad, sentía que era mucho. Seguí el tratamiento, pero empecé a investigar a la par sobre los alimentos, y lo primero que le quité fueron los lácteos y productos procesados. Así fue mejorando.
—En ese tiempo, era poco común incluir comida orgánica en la dieta. No había tantas bioferias ni productos ‘glutenfree’... ¿Cómo hiciste para desenvolverte en ese panorama?
Claro, ahora se ha diversificado más. Pero en ese tiempo, 2005 más o menos, quitarle lácteos a un niño era visto como una locura. Me decían que no iba a crecer. Al inicio fue complicado, pero encontré una chacra orgánica en Huampaní y de ahí me traían verduras y frutas. Era caro, pero a la larga me di cuenta de que los gastos en medicamentos empezaron a bajar. Valía la pena.
—Y fue con tu segunda hija que entraste al mundo sin gluten.
Cuando ella tenía seis años, empezó a desarrollar un montón de problemas digestivos. Náuseas, diarrea, dolor de cabeza. El doctor me dijo que podía ser duodenitis, pero yo tenía una corazonada de que era el gluten. Le hice una dieta sin gluten y todos los síntomas se fueron. Empecé a adaptar ‘muffins’, panes y queques para la lonchera del colegio con ingredientes que no le hicieran mal.
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—¿Cuál fue el efecto?
Las mamás empezaron a pasarse la voz en el colegio y comencé a dar clases una vez cada dos, tres semanas en mi casa. Fue superlindo porque aprendían qué ingredientes eran mejores para sus hijos, intercambiaban ideas y se ayudaban las unas a las otras para traer cosas del extranjero, ya que en ese tiempo aún no existían muchas tiendas orgánicas en Lima.
—En 2019, emigraste junto a tu familia a Estados Unidos, impulsada por un panorama incierto: tu hija menor había sido diagnosticada con un mal congénito en el riñón, a tu esposo le había dado un infarto y la economía del país también influyó. ¿Cómo lo sobrellevaste?
Luego del infarto, mi esposo me dijo: estoy muriendo por una empresa (en ese momento, estábamos en quiebra). O sea, ¿te voy a dejar a ti y a las cinco niñas solas, porque estoy obsesionado con salvar una empresa que no tiene salvación? Me dijo vámonos. No fue fácil, gastamos lo último que nos quedaba, pedimos prestado a amigos y familiares, pero fuimos testigos de muchos milagros.
—¿Cómo cuáles?
En Estados Unidos, el médico nos dijo que el mal congénito de Eve, mi hija menor, no necesitaba operación. En Lima sí la iban a operar. Al final, se pudo solucionar con una dieta de ‘cranberries’ y probióticos. Al llegar, también adquirimos una pequeña cafetería especializada. Cuando íbamos tomando ritmo, llegó la pandemia. Las deudas se empezaron a acumular y el trabajo no cesaba, trabajaba desde las 5 a.m. hasta las 2 a.m. (del siguiente día) aproximadamente, para dejar todo en orden. Pero aparecieron clientes que jamás olvidaremos. Una de ellas se ofreció a ayudarme en la cocina, sin recibir dinero a cambio. Otro, compró calefactores para ayudarnos a atender en el exterior en el tiempo del COVID-19. No podía estar más agradecida. También estuvo el escritor Brandon Stanton, que viralizó nuestra historia de emprendimiento y nos dio su mano cuando más lo necesitamos.
—Lo que empezó en la cocina de tu casa ahora es un ‘boom’. Eres referente de comida saludable en Estados Unidos, tienes un perfil de Instagram y una cafetería en Georgia. ¿Cómo te sientes al mirar atrás?
Siempre digo que mi historia con las recetas no es acerca de mis libros, cafetería, ni nada de eso. Se trata de dar esperanza. Creo que si estás pasando por un problema de salud -como lo he vivido de cerca con mis hijas- siempre hay una solución. La comida no es solo eso que comes; cómo te sientes y cómo piensas también influye. Cuando tu mente empieza a cambiar, tu cuerpo también sana. Si compartir mis conocimientos puede ayudar a mejorar la vida de alguien más, lo haré con gusto. La vida me ha dado tantos milagros, que devolver un poco de eso está en mi deber. //