Nora Sugobono

Si hay un plato que nos unifica como nación —con el perdón de cebiches, pachamancas y arroces varios—, ese es el pollo a la brasa. Lo que ha ocurrido esta semana con la Granja Azul quizá sirva para confirmarlo. Quien se mete con el pollo se mete con lo más sagrado, con la familia, con el domingo feliz. Puede que no lo recordemos, pero los peruanos no siempre tuvimos la fortuna de saborear su piel crujiente, sus papas humeantes y sus salsas untuosas, todo en el mismo plato.

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