MDN
De Inga y de Mandinga
Nora Sugobono

En el Perú hay más de 15 millones de mujeres que llevan en su sangre un legado de lucha, pasión y mestizaje. El proyecto ‘De Inga y de Mandinga’ está dedicado a ellas.

Todas para una
El último trabajo de Sumy Kujon lleva un nombre particular. Quince tenidas hechas de algodón pima y baby alpaca –inspiradas en sus raíces chinas, amazónicas y afro– forman el conjunto de prendas. La diseñadora que alguna vez quiso ser bailarina y que descubrió su vocación en un viaje a China con su padre presentó la colección en julio pasado. Le puso de nombre Mestiza.

Más o menos por esas fechas Kujon conocía qué mezclas y qué etnicidades lleva ella en la sangre a través de un análisis genético realizado para el proyecto ‘De Inga y de Mandinga’. Mestiza es, y también lo son sus hijas, Aitana (17) y Miranda (8). “Ellas se saben así. Saben que eso las enriquece en todo nivel: cultural, personal y espiritual, tal y como ha ocurrido conmigo”, indica. La menor no entiende el concepto de discriminación; mucho menos el de racismo. Sumy ha hablado con ella sobre las diferencias y por qué se dan. Mariana sigue viendo a todos exactamente de la misma manera. Aitana, 9 años mayor, es incluso más firme. “Para ella las personas racistas carecen de cultura”, dice Kujon. “Por ese miedo o esa ignorancia rechazan a los que no son iguales a ellos”. La diseñadora les transmite el legado que lleva en la sangre a través de las costumbres: sobre todo las comidas y los viajes. Su colega Claudia Jiménez ha decidido seguir un camino similar. Curiosamente, Jiménez también tiene un hijo adolescente y otra todavía en la niñez: Jahel (16) y Marfil (9).

Recientemente, casi por casualidad, la pequeña vio una película donde se muestra el racismo que se vivió en Estados Unidos durante las décadas del 50 y 60 (Forrest Gump). “Era la primera vez que Marfil veía las cosas que habían pasado, cómo era el mundo antes”, cuenta Claudia. “No lo entendió”. De madre peruana y padre mexicano con sangre venezolana, los hijos de la diseñadora son conscientes de que provienen de un mundo que es amplio y variado. “Ellos tienen claro quiénes son, pero no había tenido tiempo de contarle todo esto a Marfil. Creo que la palabra ‘racismo’ ni siquiera existe en su vocabulario”, añade. Claudia Jiménez es arequipeña y también lo son sus hijos. El postre favorito de ambos es el queso helado y saben de memoria que el 15 de agosto es el día de su ciudad natal. Cada vez que pueden, también se suben en un avión que los lleva a México.

Déjame que te cuente
Paloma tenía solo unos cuantos meses cuando su madre, Denisse Dibós, la colocaba en su carrito de bebé y manejaba con ella todos los días el trayecto que separaba su casa de Barranco de las oficinas de Preludio, en Magdalena. Quien quería acompañarlas se subía al carro: bailarines, actores, equipo. “No fue necesario hablar de esto con Paloma”, dice Denisse. “Conocer gente de toda procedencia es parte de la vida en el teatro. Algo que se vive de manera muy natural”. El musical dedicado a Chabuca Granda –producido por Dibós en 2016– sirvió para acercar a la niña a personalidades del legado afroperuano, sobre todo a la figura de Victoria Angulo Castillo, quien inspirase La flor de la canela. La música –bien lo sabe Denisse– es un idioma que se entiende, primero, con el corazón.

Papelito manda
Los resultados de Dibós arrojan que la actriz tiene 79,4% de etnicidad caucásica; 8,4% de andina; 6,9% de africana y 5,3% asiática. Los de la diseñadora Sumy Kujon muestran que lleva en su sangre 62,1% de etnicidad asiática; 26,5% de africana; 8,2% de andina y 3,2% de caucásica. En el caso de Claudia Jiménez el examen de ADN indica que tiene 71,8% de caucásica; 14,9% andina; 8,4% asiática y 4,9% africana. 

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