Cuenta la leyenda kandozi que cuando ya no haya garzas aleteando sobre las aguas del lago Musa Karusha, será el fin de esta nación amazónica. Pero ni las garzas se irán ni los peces –su alimento– desaparecerán. Y es que los Kandozi han encontrado en la energía solar y la fabricación de hielo una forma de bionegocio que les asegura su desarrollo económico respetando el frágil ecosistema de la Amazonía. Las comunidades nativas de San Fernando y Musa Karusha quedan en el corazón de la selva loretana. Para que llegue a ellas cualquier in - sumo, desde una gaseosa hasta un motor de chalupa, pueden pasar 10 horas o más, la mayoría de ellas navegando por caudalosos ríos.
Pero esta idea de selva inhóspita se desvanece cuando se hecha una mirada a las modernas plantas de hielo y a los 240 paneles de energía fotovoltaica que las alimentan. Esto es producto del trabajo de cinco años de Profonanpe, el único fondo ambiental del Perú, el Fondo Verde por el Clima y de la Agencia de Cooperación Internacional de Corea - KOICA.
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Para Patricia Meneses Villacorta, coordinadora del proyecto Humedales Datem del Marañón, de Profonanpe, el objetivo principal es “mejorar las condiciones de vida de las poblaciones que viven en estos ecosistemas, cuidando el bosque y manteniendo sobre todo los humedales”. El proyecto arrancó en el 2017 con una inversión de US$ 600 mil y tuvo como objetivo favorecer a 120 comunidades nativas de las naciones Awajún, Achuar, Cha pra, Kandozi, Kichwa, Wampis y Shawi, haciendo que puedan sa car el mayor provecho posible, pero de forma ecosostenible, a su principal actividad: la pesca. Hasta entonces secaban con sal los pescados para que pudieran resistir los viajes a otras comunidades.
Para poder conservarlos, tenían que comprar hielo en Yurimaguas, lo que les resultaba caro y limitaba sus posibilidades de mayores ingresos. En la comunidad nativa de Musa Karusha, al pie de la laguna del mismo nombre, la más grande de la Amazonía, el presidente de la Asociación de Pescadores Artesanales Katinbaschi, Gunter Yandari, saca cuentas de lo que antes tenían que gastar para poder preservar en frío la pesca de sus asociados. “Antes comprábamos el hielo en Yurimaguas, alquilábamos el transporte. Nos costaba más. Cada barra [de hielo] costaba 10 soles, pero con el flete hasta Musa Karusha nos salía a 20 soles aproximadamente, y no llegaba completa. Necesitábamos comprar entre 100 y 200 barras. Ahora aquí producimos diariamente, ya no necesitamos comprar”, sostiene Yandari.
En total, la Asociación Katinbaschi, llegaba a gastar hasta S/ 4 mil solo en hielo para preservar sus pescados, negocio nada rentable si consideramos que, debido a este costo, no podían comprar grandes cantidades de hielo, lo que limitaba sus posibilidades de llegar a más mercados. “Ahora cada uno pesca entre 50 y 200 kilos. La asociación les compra el pes - cado a 6 soles el kilo, aproximadamente. Hay quienes ganan 300, 500 soles diarios. Algunos ganan mil soles”. El beneficio económico para la comunidad es importante.
Miguel Alba Reátegui, especialista en recursos naturales del Proyecto Humedales del Profonanpe, señala que “una caja isotérmica de 500 kilos se podría vender a 7 soles el kilo. Entonces serían S/ 3.500 por caja isotérmica y S/ 7 mil en una toneada. Si eso lo multiplicamos por 8 toneladas, estamos hablando de S/. 56 mil en un viaje a Yurimaguas y que va directo a Tarapoto”. “Ellos antes vendían el pescado seco salado que llevaban de acá, pero lo que quiere la gente es un pescado fresco […]. Cuando traíamos hielo de Yurimaguas, nos demorábamos hasta cuatro o cinco días para llegar aquí”, agrega.
Culminar el proyecto fue un reto. La construcción de las plantas se inició en noviembre del 2019 y, pese a la pandemia, pudo seguir adelante. La obra se terminó, contra todo pronóstico, en seis meses. Todo el material fue trasladado en embarcaciones, así como los obreros y técnicos especialistas, muchos de los cuales llegaron desde Lima. Por el momento Profonanpe se está encargando del manejo de las plantas y paneles, pero están capacitando a sus pobladores para que dentro de poco ellos tomen la posta. “Hubo un proceso de inducción bastante fuerte. Una vez que ya están construidas las plantas, tenemos por parte de Produce su apoyo para la capacitación, con biólogos profesionales. Queremos empoderar a jóvenes de la zona para que continúen el trabajo porque el proyecto termina, pero la idea es que sea sostenible por ellos mismos [las comunidades], que lo hagan crecer”, señala Patricia Meneses.
Para Miguel Alba, el trabajo no implica solamente la construcción de las plantas y paneles. Quieren ir más allá. “Tenemos personas que son de la comunidad y que se están empoderando en el manejo de la planta, pues saben que la actividad de la pesca acá es primordial y que tienen un mercado. Esto va a ser sostenible. La fortaleza que tenemos es que hay una universidad de la Amazonía, acá en San Lorenzo, que está sacando profesionales biólogos y que también están contratados por Profonanpe”. Con el fin del autosostenimiento de las plantas y paneles, han previsto que un porcentaje de la venta de hielo, así como las ganancias producto de la comercialización de los pescados, se reinvierta en el pago al personal que labora ahí y en el manejo y el mantenimiento de la infraestructura. Pero la razón de fondo para impulsar estos bionegocios ha sido la preservación del medio ambiente. Para ello cuentan con un equipo multidisciplinario que trabaja a un ritmo intenso.
Uno de estos profesionales es Ignacio Piqueras, asesor de bionegocios de Profonanpe y consultor de negocios forestales y agroforestales. Él y otros más trabajan a un ritmo de 21x7 (21 días internado en la selva y 7 días de descanso). En una primera etapa, los concientizaron en la necesidad de usar energías limpias y renovables, además del correcto deshecho de los residuos. De igual forma, los capacitaron para dar sostenibilidad a la producción de la pesca en el lago, implementando un sistema de control y vigilancia para evitar la extracción indiscriminada y para que se respeten los periodos de veda.
“Nuestro objetivo principal es cuidar el medio ambiente, proteger el ecosistema, que es la comunidad donde ellos viven. Si no cuidan su bosque, sus aguas, no van a poder sobrevivir. Ellos han visto en Profonanpe la oportunidad de fortalecer sus capacidades”, sostiene Patricia Meneses. Además de Produce, han trabajado de la mano de otras organizaciones del Estado, como el Ministerio de Ambiente, el Ministerio de Salud, de Educación y Registros Públicos, para empoderar a estas comunidades. Con el Reniec, por ejemplo, se trabajaron campañas para poder otorgar un DNI a quienes aún carecían de este y, por tanto, no podían cobrar los bonos de ayuda.
Para Patricia, el trabajo con las comunidades es enriquecedor. “Ves naturaleza, campo, ves la cantidad de niños que hay y eso para mí es más que suficiente para sentirme contenta con el trabajo que hemos realizado”. Son estas peruanas y peruanos los llamados a proteger nuestro ecosistema y el banco de oxígeno del mundo. A ellas y ellos: waapari (gracias). //
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