En el Perú hay conductas tan interiorizadas que hemos perdido la capacidad de reparar incluso en lo más evidente: el lenguaje. Comencemos con un ejemplo sencillo. Se suele usar el término “empleada” para designar a la persona (usualmente una mujer) que se encarga de las labores domésticas. Ocurre, sin embargo, que nunca se les ofrece realmente un empleo. No en el sentido formal de aquel concepto.
Es importante que empecemos a notar bien los matices, los detalles, los tonos. Las palabras.
Ellas “consumen” alimento. Ellas “gastan” los productos de limpieza. Ellas “malogran y rompen” cosas que ellas no van a “cubrir”. Ellas viven en tu casa (importante aquí destacar que esta relación laboral nace de una demanda de quien busca el servicio, y no al revés) y, si tenerlas ahí se vuelve cada vez más caro, ¿les estamos haciendo a ellas un bien? El pronombre femenino plural nunca ha denotado tanta lejanía, tan poco sentido de pertenencia o empatía, como cuando lo usa una mujer de clase media alta limeña –como se ha visto en redes– para referirse a la persona que trabaja en su hogar: en este caso, otra mujer. Pasa en privado; pasa en los supermercados de algunos distritos; pasa en los clubes y playas; y pasa en videos virales de Facebook. Ellas no son como nosotras.
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Desde que se promulgaran los cambios a la Ley de las Trabajadoras y Trabajadores del Hogar (N° 27986), a inicios de este setiembre, muchos hemos sido testigos de cómo se manifiesta este distanciamiento cultural y social –sostenido en la discriminación–, inclusive en los comentarios que parecen bienintencionados. “Mi empleada se ha quedado en mi casa toda la cuarentena porque no tiene dónde ir y prefiere estar aquí; yo la he dejado. Así ahorra”, es uno que suele aparecer con frecuencia estos días. Quienes lo comparten fallan en entender que no se trata de una elección, sino de la ausencia de alternativas. Sin duda hay casos solidarios y destacables. Pero mientras estos comportamientos se sigan perpetuando, cientos de miles de mujeres en el Perú jamás tendrán una oportunidad.
“Las empleadoras suelen sentir que les hacen un favor constante a las trabajadoras del hogar, sobre todo las de cama adentro”, sostiene la abogada Bettina Valdez, egresada de la Maestría de Estudios de Género de la PUCP y autora del libro Revelando el secreto. “Lo sienten así porque les han ‘dado’ televisor, acceso a agua caliente o las dejan sentarse de vez en cuando en la mesa familiar. Pero esto va mucho más allá de la norma, que es importante porque garantiza derechos laborales: aquí se trata de un imaginario, una forma de pensar que está muy profunda en la mente de la empleadora”, añade. Aquella es la mentalidad que comparte un buen grupo de peruanos con una naturalidad que resulta preocupante. Valdez es enfática: lo que sucede hoy tiene antecedentes en la esclavitud y la servidumbre. “El Perú convive con este trasfondo por sus propias características históricas, algo que se ha ido heredando y perpetuando de generación en generación”, explica Bettina Valdez.
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Elena Santos Izquierdo es uno de los rostros más representativos de la gastronomía peruana. Hoy comanda El Rincón que No Conoces, lugar de culto fundado en 1978 por su madre, acaso la cocinera más emblemática de nuestra historia: la gran Teresa Izquierdo. Pero su vida podría no haber sido la misma. “Recuerdo que eso era algo que hablábamos siempre con mi mamá: ¿te imaginas qué habría pasado si te quedabas trabajando en la casa?”, nos cuenta Elena. Tanto Teresa Izquierdo como su propia madre, Liduvina, y casi todo su linaje materno, pasaron alguna vez por la cocina o el servicio en casas particulares. No había muchas más opciones. No fue hasta la década del setenta, con Elena de unos cuatro años, que Teresa dejó aquel oficio y cambió su destino ofreciendo pensión a los vecinos en un solar de Lince. Tan bien le fue, que el restaurante propio llegó algunos años después.
“Mi mamá trabajó en muchísimas casas, desde muy joven. Hubo algunas donde estuvo mucho tiempo, e incluso coincidió con mi abuela. Si no hubiese dejado ese trabajo, ¿qué habría sido de nosotras? Obviamente ella no habría tenido un sitio en la gastronomía peruana, porque se hubiese quedado eternamente con una familia. Pero quiero pensar que mal no nos habría ido”, sostiene Elena Santos, quien vivió desde recién nacida junto a su madre en la última casa donde trabajó. “Yo crecí ahí, como una niña más. Siempre me sentí muy querida, y lo mismo mi mamá. Al final nos fuimos por una discusión que después se solucionó, casi una tontería: fue por un pastel que preparó y que la señora no quería. Bendito pastel: porque gracias a eso mi madre pudo hacer su vida y llegó a ser lo que fue”.
Aquel Perú que Teresa, Liduvina y tantas otras mujeres conocieron siguió siendo el mismo durante unos 50 años más. La teoría –es decir, la ley– acaba de cambiar gracias al impulso de distintos colectivos y asociaciones de trabajadoras del hogar. ¿Qué va a pasar, sin embargo, en la práctica?
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Cuarto de servicio
Cuando Sofía Mauricio tenía siete años, su madre la dejó en una casa para que empezase a trabajar, en su natal Cajamarca. Fue una decisión sostenida en la desesperación: la mujer no podía mantener a sus hijos. La pequeña Sofía vivió una infancia marcada por abusos físicos y psicológicos: sus días empezaban en la madrugada y terminaban casi a la medianoche; si cometía un error –romper un plato, por ejemplo– la golpeaban. Llegó a Lima siendo todavía una niña y pasó por una larga lista de hogares; la mayoría malas experiencias. Con unos cuantos aún mantiene una relación cercana, pero desde 1996 y tras 35 años de trabajo, su camino hoy es otro.
Sofía Mauricio es una de las integrantes y voceras más activas de La Casa de Panchita, agencia de empleos de trabajadoras del hogar que las capacita y vela por sus derechos, y que funciona también como organización civil en pro del empoderamiento de las mujeres."Se dice que debe ser como cualquier otro trabajo, y lo es, pero también tiene muchas peculiaridades: para empezar están los vínculos, sobre todo con los bebés y niños. Ser ‘cama adentro’ no es tener una disponibilidad total: se debería cumplir un horario. Somos seres humanos que se cansan, sienten, tienen sueños, lloran", cuenta Mauricio. “Estamos en una situación de mucha vulnerabilidad”.
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Sin duda lo están: el cumplimiento de la nueva normativa dependerá enteramente de lo que ocurra entre empleada y empleador o empleadora. Ambas partes deben estar informadas de sus derechos y deberes. Como bien dice Mauricio, esta es una transición cultural en la que todos debemos ser partícipes, incluyendo a las autoridades, que deben facilitar canales de reclamo y entes regulatorios.
“Claro que pueden haber problemas, como en todo trabajo y rubro”, continúa Sofía Mauricio. “Por eso no contratas a cualquiera: las trabajadoras postulan, pasan por una entrevista. Si eres empleadora, recurres a una agencia, buscas referencias. Si eres una empleada, te contratan para cuidar bebés recién nacidos y no tienes experiencia, entonces estás incumpliendo. No dejas que cualquier persona de la calle entre a tu casa; esos días ya pasaron. Todos somos responsables. Tenemos que quitarnos esa mente arcaica de no ver esto como un trabajo. Se piensa que por ser mujeres, ‘qué más queremos’; ‘te estamos dando algo que hacer, ¿encima te quejas por no tener tus días libres?’”, finaliza. La construcción de un sistema distinto es a lo que se apunta.
Primero, con trabajadoras correctamente informadas (“es un sector laboral que no conoce sus derechos”, indica la abogada Bettina Valdez), que sepan cómo reclamar con sustento ante una situación de abuso. Muchas mantienen una actitud sumisa por miedo –ya que viven en una realidad urgente–, aceptan las condiciones que ofrezcan, no están sindicalizadas y no saben a quién recurrir. “Por otro lado, están las empleadoras, que también son en su mayoría mujeres. Muchas ven como algo negativo que sus trabajadoras posean esta formación, este conocimiento, cuando debería ser algo que más bien valoren. ¿Cuánto les costaría no contratarlas?”, concluye Valdez.
Aquella misma pregunta es la que deben hacerse, a conciencia, ambas partes involucradas. La respuesta bien puede empezar a cambiar las cosas.
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¿Qué dice la ley?
Estas son algunas de las modificaciones aprobadas por el Congreso, en un texto sustitutorio de las comisiones de Trabajo y de la Mujer, que crea la Ley de las Trabajadoras y Trabajadores del Hogar (Ley N° 27986).
- Es obligatorio tener un contrato laboral por escrito y por duplicado. Debe incluir, entre otros detalles y condiciones, las labores específicas que ejecutará la trabajadora del hogar. Se presume que el contrato es a plazo indeterminado, salvo se pruebe lo contrario.
- El pago no puede ser inferior que la remuneración mínima vital (RMV) por jornada completa de 8 horas diarias. Ni uniformes ni implementos forman parte de este sueldo. Tampoco la alimentación ni el alojamiento, que el empleador está obligado a proporcionar según sea el caso. El empleador debe entregar boletas de pago.
- Por primera vez los trabajadores del hogar tienen derecho a una gratificación por Fiestas Patrias y por Navidad, equivalentes al monto total de la remuneración mensual (y no al 50%). El descanso anual remunerado es de 30 días (ya no de 15) luego de un año continuo de servicios.
- La jornada ordinaria máxima en el trabajo doméstico es de 8 horas diarias o 48 horas semanales, pudiendo pactarse una jornada inferior.
- El empleador puede dar por terminado el vínculo laboral con 30 días de preaviso. De no presentar una causal, deberá abonar una indemnización por despido arbitrario. Asimismo, el trabajador podrá renunciar al empleo con un preaviso de 30 días.
- No se permitirá segregar a espacios exclusivos a quienes trabajan en labores domésticas.
- Las agencias de empleo están prohibidas de cobrar o afectar patrimonialmente a la persona trabajadora del hogar.
- La edad mínima es de 18 años. Excepcionalmente se admite el trabajo adolescente a partir de los 16 años (6 horas diarias)
Después de la aprobación de un nuevo marco regulatorio para el trabajo doméstico remunerado surgieron una serie de comentarios. En particular, un video en Facebook (que se hizo viral) donde una mujer limeña comentaba sobre el supuesto impacto que esta ley tendría en las trabajadoras del hogar, y se cuestionaba, además, quién protegería al empleador. Nos pusimos en la búsqueda de fuentes que pudiesen brindar un análisis más integral sobre el fenómeno, y concluimos que esta problemática tenía que ver más con un factor cultural que con un marco legal. Así, decidimos conversar con Sofía Mauricio, quien ha hablado con El Comercio en otras ocasiones y podía presentar, desde su propia experiencia como trabajadora del hogar y activista, los apuntes que este cambio podría traer a nuestra sociedad. También recurrimos a Bettina Valdez, abogada e investigadora, quien ha publicado un libro precisamente sobre este tema: Revelando el secreto. Otro caso relevante viene a ser el de Teresa Izquierdo y Elena Santos, su hija, quien es testigo del sistema de trabajo/vida al que las mujeres estaban sometidas en la primera mitad del siglo XX. Con sus voces armamos este artículo.
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A continuación todos los cambios aprobados
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