MDN
Playa norte
Nora Sugobono

Lo que más le preguntan a Katherine Chuzón los clientes que le escriben es si en el fundo donde trabaja hay dengue. Chuzón es la administradora de La Caprichosa, un impresionante refugio para los amantes de la aventura y el ecoturismo ubicado en la comunidad campesina de Máncora, justo en la frontera entre Tumbes y Piura. Tras seis meses sin atención al público, el fundo acaba de abrir sus puertas. 

“El primero de febrero nos agarró una lluvia que parecía normal”, cuenta Chuzón. “Al día siguiente, cuando llegamos, la quebrada estaba corriendo y el carro no podía pasar. Tuvimos que hacer todo el trayecto a pie. Solo tuvimos tiempo para recoger algunas cosas. Un día después de eso ya no pudimos pasar”, cuenta. Entre abril y julio el equipo que trabaja en La Caprichosa se ha encargado de remover la maleza que había envuelto las instalaciones, incluidos los bichos (zancudos, murciélagos) que trajo consigo. Desde este mes reciben a turistas –principalmente extranjeros, como ocurre en el resto de la zona– para los deportes de aventura. “A los peruanos les preocupa más el dengue”, finaliza. En el pueblo de Máncora las cosas no son muy distintas. 

El reloj marca las cuatro de la tarde y el viento ha alejado a los últimos bañistas de las playas mancoreñas. Quienes les sacan mejor provecho a las condiciones climatológicas son los aficionados al kitesurf, un deporte acuático que permite el deslizamiento sobre el agua mediante una tabla conectada a una cometa. Hay decenas de ellos en el mar. Máncora brilla, como lo ha hecho siempre. Pero las consecuencias de las lluvias continúan siendo visibles. Desde los grandes hoteles hasta los restaurantes del pueblo. La normalidad está volviendo de a pocos. 

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