"Mama mía", por Nora Sugobono
"Mama mía", por Nora Sugobono
Nora Sugobono

Escuché del tema por primera vez a los 11 o 12 años. “Si duermes con sostén te da cáncer”, me dijo una amiga del colegio -su padre era doctor; tomé el consejo como incuestionable- mientras nos alistábamos para dormir una noche de pijamada. Han pasado casi dos décadas desde esa inexperta y temprana conversación femenina y yo no he sido capaz de volver a irme a la cama con el sostén puesto, bajo ninguna circunstancia - incluso lo desabrocho si paso muchas horas en avión o bus- por costumbre y cautela. Sobre todo costumbre.

Y miedo.

Solo para aclararlo: descubrí hace tiempo, investigando para un artículo, que dormir con sostén no supone un factor de riesgo (tampoco los golpes ni los implantes, nociones erróneamente difundidas en el imaginario), pero aquel encuentro adolescente fue suficiente para que una alarma interior se encienda. Nunca más volvería a apagarse. Está ahí, emitiendo un tenue pitido cada vez que bebo más de tres copas, no hago ejercicio o tomo pastillas anticonceptivas. Está ahí si el cáncer afecta a alguna de las mujeres de mi familia. Está ahí, todo el tiempo.

Y la dejo sonar hasta que se apague. Como hago cada mañana con el despertador.

La dejo sonar porque tengo 30 años y sé que el cáncer de mama afecta, en un 80% de los casos, a mujeres a partir de los 50. Porque soy floja. Porque, afortunadamente, ni mi madre ni mis abuelas lo han presentado. Olvido, así, que los médicos indican que únicamente entre el 5% y 10% de los casos surgen por factores genéticos. Que haber experimentado una menstruación temprana, tener hijos en la madurez (o no haberlos tenido), consumir hormonas (como el estrógeno) o ser de raza blanca (grupo étnico con mayor incidencia) disparan las posibilidades de desarrollarlo. Y olvido lo más importante, que es también lo más sencillo: autoexaminarme con frecuencia.  

¡Auto-examinarme! 

Sé cómo realizarme un autoexamen -o al menos creo hacerlo- por lo aprendido con alguna campaña de salud o la difusión en medios. Pero, incluso habiendo tenido la suerte de conocer esas recomendaciones básicas, confieso que: 

a)    Solo me realizo un autoexamen cuando me acuerdo (¿una vez cada dos meses? ¿tres?) y normalmente en la ducha. Debería colocarme frente a un espejo.

b)    Soy absolutamente relajada sobre la fecha ideal en la que debo hacerlo. Es decir: sé que debe hacerse 7 días después de la regla, pero nunca consigo recordarlo. Una buena idea sería empezar a poner una alarma en el celular o activar una notificación en el calendario. Tomo nota mental de esto mientras escribo estas líneas.

c)    Me aterra encontrar algo. Entonces, inconscientemente lo evito. 

Ya, lo dije.  

Pero la realidad me obliga a ser más atenta. 

Y luego está el tabú, el veto. Todo eso que todavía se asocia con los senos de una mujer y que se evidencia, hoy más que nunca, en la doble moral de las redes sociales. Puedo salir completamente desnuda si estoy de lado, pero no puedo dar de lactar a mi bebé en una foto de Instagram porque me censuran. Más o menos ese es el mensaje. Lo que ha hecho la organización argentina Movimiento Ayuda Cáncer de Mama (MACMA) para darle la vuelta a esta situación ha sido brillante. 

TetasxTetas es un video viral -es decir, reproducible y compartible en Facebook o Twitter- que dura poco más de un minuto. En él, las manos de una mujer practican un autoexamen en las tetas voluminosas de Enrique, incensurables por ser de hombre. El impacto de la idea ha sido un factor clave para su difusión.

En el Perú todavía falta trabajar en eso último. En octubre del año pasado se puso en circulación el primer folleto informativo en castellano y quechua -distribuido en las 17 filiales de la Liga Contra el Cáncer- para crear más conciencia. “El cáncer de mama es el segundo cáncer más frecuente en nuestro país, después del cáncer de cuello uterino”, explica el doctor Raúl Velarde, gestor del proyecto. “La costa es la región más afectada. Lima, Arequipa, Tacna y el norte de Piura concentran más casos”, indica. Ello se relaciona al estilo de vida de las zonas más desarrolladas, un factor que se repite en el mundo.

La relación que tiene una mujer con sus pechos es tan compleja como lo es íntima. Causan vergüenza, orgullo, fastidio o deseo. Los míos, como los de millones de mujeres, han cambiado desde que puedo recordar su aparición y lo siguen haciendo mes a mes obedeciendo mi ciclo menstrual, variación de peso e incluso del clima. Así los quiero y disfruto. Si una aprende a conocerlos y a colocarlos -de vez en cuando- en push ups de encaje, ¿por qué no aprendemos de una vez también a cuidarlos? 

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