El sueño y el soñar están estrechamente relacionados, pero son dos cosas muy distintas. El primero es el acto de dormir, una necesidad biológica esencial –tanto como comer y respirar– para la mayoría de las especies. Lo segundo consiste en una actividad del cerebro, para la cual se requiere estar dormido.
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Una persona pasa aproximadamente la tercera parte de su existencia durmiendo. Recién en las últimas décadas, gracias a estudios neurológicos y avances tecnológicos como la resonancia magnética, hemos podido ver lo que pasa en el cerebro al dormir y empezado a entender por qué.
Quién no ha escuchado algunas vez la siguiente frase: “Tener un sueño reparador”. Lo curioso es que esta es más que una expresión figurativa: el dormir realmente permite mantener y reparar el cerebro y el cuerpo. Desde la antigüedad sabemos que el sueño es esencial para la salud mental. Su importancia y sus trastornos han ocupado escritos médicos a través de los siglos. También hay literatura detallada sobre las consecuencias catastróficas de la falta de sueño, y hoy vemos decenas de libros de autoayuda para dormir bien.
Galeno, el famoso médico grecorromano, cuyos tratados formaron la base de la medicina antigua, centró el concepto de ciclos o ritmos circadianos, o variaciones cíclicas, en el cerebro.
–Las ondas del cerebro–
El cerebro es un órgano electroquímico de 100.000 millones o más neuronas que mandan –a través de impulsos eléctricos– miles de mensajes a otras neuronas o células.
Dependiendo del estado de alerta, el cerebro produce cuatro tipos de ondas eléctricas, dos de las cuales están asociadas con el sueño, algo que es igual en todas las razas, culturas, géneros y edades.
“El dormir realmente permite mantener y reparar el cerebro y el cuerpo”.
Las ondas beta son las de menor amplitud (entre 14 y 29 Hz) y las más rápidas, producidas cuando estamos despiertos y activos, trabajando, conversando, generando ideas. Las ondas alfa, generadas cuando estamos descansando o reflexionando, pero despiertos, son más lentas y de mayor amplitud (de 8 a 13 Hz).
Las ondas theta, aún más lentas y de mayor amplitud (de 3,1 a 7,9 Hz), corresponden a un estado de ensueño; es decir, cuando nos estamos quedando dormidos o llevando a cabo tareas repetitivas en que la mente parece desconectarse de lo que estamos haciendo. Este estado se ha asociado con muchos accidentes de tránsito en carreteras. Por otro lado, las ondas delta son extremadamente amplias (de 1 a 3 Hz) y lentas (de 1,5 a 4 ondas por segundo), y se generan cuando estamos profundamente dormidos.
–Mecanismos inconscientes–
Cuando dormimos pasamos por dos etapas del sueño: de movimiento ocular rápido (MOR) y sin movimiento ocular rápido (NMOR). En ciclos de aproximadamente 90 minutos, nos desplazamos del sueño profundo (ondas delta), sin movimientos oculares, a un sueño más activo (ondas theta), en que tenemos movimientos oculares rápidos y también sueños o pesadillas. Entre el 1% y el 3% de nuestros ciclos son momentos breves en que despertamos, generalmente apenas concluida la etapa MOR. Una noche de buen sueño requiere entre cuatro y seis ciclos de 90 minutos.
Durante el sueño profundo la temperatura corporal y el ritmo cardíaco bajan, y el cerebro consume menos energía. Durante esta etapa aquel órgano pasa por una actividad llamada husos de sueños, en que las memorias son trasladadas desde las áreas de memoria dinámicas, o de corto plazo, a las zonas que guardan memorias perdurables.
La falta de sueño produce un cierre o apagón en la parte del cerebro que crea nuevas memorias, lo que interfiere con nuestra habilidad de adquirir nuevos conocimientos o recordar lo que hemos hecho. La falta de sueño puede agravar los síntomas del proceso de envejecimiento, especialmente la falla de la memoria.
Se ha comprobado que el sueño profundo juega un papel importante en el aprendizaje y el éxito académico. Otro beneficio es que permite al cerebro limpiar la adenosina que se ha producido y acumulado durante las horas de actividad y que puede resultar tóxica.
Nuestro cerebro tiene un reloj interno, localizado en el hipotálamo; este marca un ritmo natural, el ritmo circadiano, postulado por Galeno. Este reloj interno funciona aun cuando no hay luz, como lo demostró en 1962 el francés Michel Siffre, pero no mantiene un ritmo fijo. Con experimentos en cuevas, Siffre encontró que algunas personas desarrollan ritmos de 48 horas (36 despiertos, 12 dormidos), mientras la mayoría marca ritmos de 24,5 o 26.
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–Luz y salud–
La luz del sol hace que el cerebro secrete hormonas que regulan el tiempo de vigilia y de sueño, creando un ritmo de día y noche. Durante milenios había que dormir de noche, ya que no había luz que permitiera actividades; así se perfeccionó nuestro ritmo circadiano. Ahora, es fácilmente alterado por la luz artificial y las actividades que esta permite, desde el trabajo nocturno hasta el uso de computadoras; y muchos sufren de desincronización de sus ritmos circadianos.
La glándula pineal, que secreta melatonina al oscurecer, causa sueño y nos ayuda a quedarnos dormidos. Con el exceso de luz, ahora a muchos les falta melatonina y dependen de suplementos o píldoras para poder dormir.
La falta de sueño afecta nuestro sistema inmunológico. Estudios en el que se limitó el sueño a solo cuatro horas mostraron una reducción de 70% en las células que combaten enfermedades como el cáncer. La Organización Mundial de la Salud ha calificado la falta de sueño como un carcinogénico, y advierte que dormir habitualmente pocas horas aumenta el riesgo de enfermedades psiquiátricas, dolor crónico, obesidad, diabetes, enfermedades cardiovasculares y contribuye a la mortalidad.
La buena noticia es que la mayor parte de la población que sufre de insuficiencia de sueño no tiene la condición médica de insomnio. Aunque algunos no tienen opción (padres de un recién nacido o trabajadores nocturnos), para muchos es algo autoinducido cuando el sueño no es prioridad. La solución es simple, aunque requiere disciplina y compromiso: poner de lado la computadora o celular y dormir ocho horas. El cerebro y todo el cuerpo se beneficiarán.
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