La rana del Loa (Telmatobius dankoi) fue descrita por primera vez por Ramón Formas en el año 1999. Casi 20 años después, y con un hábitat extraordinariamente restringido e intervenido, la historia de esta pequeña sobreviviente se puede resumir como una larga trenza de aciertos y fracasos atada únicamente por las buenas intenciones de investigadores que por iniciativa propia estudian la especie. “Las ranas están muriendo de forma casi inadvertida en todos los puntos del globo”, afirma Gabriel Lobos, Doctor en ciencias silvoagropecuarias y veterinarias de la Universidad de Chile, quien junto a Andrés Charrier, herpetólogo de la Universidad Católica, rescataron desde un pozón (pequeña laguna artificial) en el norte de Chile, a los últimos 74 ejemplares de la población de ranita del Loa en el año 2019.
Lobos lleva más de 15 años estudiando a la rana del Loa, especie que vive en parajes sobre los 2500 metros de altura en el extremo norte de Chile y que según expertos se considera el grupo más amenazado de anfibios del país. Precisamente, tras una alerta de desecación del hábitat de la Telmatobius dankoi, el científico se dirigió junto a Charrier a verificar esta situación en la zona denominada el oasis de Calama, en medio del desierto de Atacama, el más árido del mundo.
El resultado fue catastrófico. Los animales se encontraban en pésimas condiciones de salud, “estaban desnutridas y con daños en su piel”, cuenta Lobos. Su adaptación y fuerte dependencia al medio acuático convierte a la ranita del Loa en un grupo extremadamente sensible frente a amenazas como el cambio climático y a la destrucción de su hábitat.
Actualmente este pequeño anfibio está clasificado en Peligro Crítico de Extinción por la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), y según expertos locales es el vertebrado con mayor riesgo de extinción en Chile, convirtiéndose así en uno de los anfibios más amenazados del mundo.
De los ejemplares rescatados en 2019 por Charrier y Lobos, 60 fueron reubicados en la quebrada Ojo de Opache, en la Región de Antofagasta, y otros 14 ejemplares fueron trasladados, en una anecdótica travesía por aire —en la que fueron pasajeras en la cabina del piloto de la aerolínea—, al Zoológico Nacional de Chile, en la capital del país, Santiago. En este lugar, fuera de su ambiente natural, dos parejas de ranitas del Loa han logrado reproducir 600 renacuajos, alimentando así la esperanza de mantener con vida la población de esta pequeña especie.
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Crónica de un rescate
La rana del Loa es un anfibio micro endémico, solo conocido en la vertiente La Cascada, que forma parte del oasis de Calama (paraje del desierto con agua y vegetación), en la Región de Antofagasta. Y a pesar de que su nombre así lo indica, la especie no habita en el río Loa, sino que “en una vertiente que queda a 200 metros de ahí”, aclara Roberto Villablanca, encargado de Recursos Naturales de la Secretaría Regional del Ministerio del Medio Ambiente (Seremi MA) de Antofagasta.
Charrier cuenta que como parte de un estudio realizado por el Centro de Ecología Aplicada (CEA) para determinar los caudales ambientales del río Loa, visitó el oasis de Calama para realizar un análisis sobre la presencia de anfibios pues, gracias a otros estudios realizados con anterioridad, sabía que en la zona de La Cascada existía la especie. “Era muy fácil ver ranitas del Loa, se pasaba un chinguillo (malla que usan los pescadores) por el agua y aparecían larvas y ranitas adultas”, recuerda el investigador. Pero, infelizmente, en esa ocasión no fue así.
Una vez que el equipo de expertos llegó a la zona se encontró con una triste sorpresa: el lugar estaba absolutamente seco. Ni siquiera había barro. “Si uno apoyaba la palma de la mano, ni siquiera había humedad”, cuenta Charrier y agrega que tampoco existían indicios de animales muertos.
Fue una tremenda decepción para el investigador no poder mostrarle la ranita del Loa a sus colegas. De regreso a Santiago, Charrier se comunicó con Gabriel Lobos, con quien había realizado trabajos anteriores en la zona de La Cascada, los que, de hecho, sirvió de base para el único estudio científico que existe sobre la rana del Loa, publicado en 2016. Lobos, a los dos días de haber recibido el aviso de Charrier, decidió que fueran, por iniciativa propia, al lugar en cuestión.
Al llegar a la zona de La Cascada, ambos investigadores comenzaron una larga caminata sin encontrar evidencia, hasta que identificaron un pozón de no más de 70 centímetros de profundidad que tenía barro. “Metimos los chinguillos y empezaron a aparecer los últimos ejemplares de la rana del Loa”, dice Charrier.
Lobos explica que “en ese momento nos dimos cuenta que la situación era extremadamente grave. Que los últimos individuos de una especie estaban en ese pozón y que ese pozón se estaba secando”. Los investigadores coinciden en que se notaba que el lugar había sido intervenido por maquinaria pesada, y que si no generaban una respuesta inmediata la especie desaparecería para siempre.
Tras el hallazgo los investigadores se comunicaron con el Ministerio del Medio Ambiente (MMA) que autorizó el traslado de 60 ejemplares hacia la quebrada Ojo de Opache, ubicada a seis kilómetros de ahí. Charrier explica que esa decisión se basó en estudios anteriores que habían realizado en esa quebrada, que arrojaron que el agua contiene similares condiciones químicas, “bastante parecidas a las que encontrábamos en la zona de La Cascada”, afirma el herpetólogo.
Concluida la misión de reubicación y ya de regreso en Santiago, los dos expertos se reunieron con autoridades medioambientales y la conclusión unánime fue que había que volver por un segundo rescate de ranas y traerlas a Santiago. A esta nueva travesía se unió Claudio Azat, director del Centro de Sustentabilidad de la Universidad Andrés Bello, y Osvaldo Rojas, director del Museo de Historia Natural de Calama. En esa ocasión se encontraron 14 individuos, los que fueron trasladados al Zoológico de Santiago.
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Exitosa reproducción
Osvaldo Cabeza, supervisor de herpetología del Zoológico de Santiago, quien junto a su equipo recibió a los 14 ejemplares, cuenta que tras la llegada de los animales, “que se encontraban en un estado de desnutrición severo”, tuvieron que filtrar distintos tipos de agua con el fin de obtener los parámetros idénticos a los del hábitat natural de la Telmatobius dankoi. Una vez logrado el objetivo, se introdujeron dos ranitas por acuario, conformando un total de siete peceras.
A continuación se dio inicio al proceso de recuperación consistente en tres etapas: la primera fue entregar asistencia nutricional, luego de eso se trabajó en la adaptación de las ranas a la vida en cautiverio, y por último se estimuló la reproducción. El ciclo fue “totalmente exitoso”, afirma Cabeza.
El profesional cuenta que debido a que las ranitas llevaban mucho tiempo sin comer, se optó por proporcionarles alimentación en pequeñas dosis, ya que una sobrealimentación podría haber generado un síndrome que descompone de forma aguda al organismo y produciendo incluso la muerte de la rana. Cabeza cuenta que luego de dos meses alimentando a las ranas de manera asistida, es decir, abriéndoles la boca para que coman, los animales comenzaron a recuperar fuerza y a verse físicamente con una corporalidad adecuada.
Luego que recuperaron su peso corporal, se escaló a la segunda etapa: adaptarse a las condiciones de cautiverio. Para ello, lo principal fue que las ranas se sintieran tranquilas, sin estrés dentro de los acuarios para lograr que se alimentaran solas. Para alcanzar ese objetivo, el equipo creó escondites dentro de los acuarios.
El profesional explica que, en general, se debe pensar muy bien cómo y dónde ubicar un acuario para evitar la sobreexposición de las cuatro paredes de la pecera, pues de lo contrario genera estrés en sus habitantes. Por ello, en este caso, fue vital trabajar en el control de las barreras visuales externas, internas y superficiales. Cabeza comenta que las barreras visuales externas se controlaron colocando una cortina que evita que el anfibio pueda ver hacia el exterior, en cambio las barreras internas y superficiales se manejaron utilizando plantas fijas en la base del acuario y otras flotantes, con el fin de que las ranitas se escondan y elijan cuando exponerse. La idea de todo esto era generar un estímulo positivo entre la interacción del equipo de investigación y las ranitas, pues “la intención era que no nos vieran como una amenaza”, indica Cabeza.
Una vez superadas las primeras dos etapas se pasó a la final, la reproductiva.
Para esto se reunió a machos y hembras en peceras con suficientes escondites disponibles y pasados siete días el equipo de investigación comenzó a ver las primeras conductas reproductivas. “Algunos ejemplares machos empezaron a vocalizar y desarrollar una especie de callito en el dedo gordo de la mano” que le permite abrazar a la hembra para que no se escape, explica Cabeza. En el caso de las hembras, se notó un aumento en el tamaño del abdomen debido a que los huevos se estaban desarrollando.
El exitoso resultado de ese ciclo tuvo lugar por primera vez en octubre de 2020, cuando nacieron 300 renacuajos, de los cuales el 40 % se encuentra hoy en proceso de metamorfosis. “Tienen patitas y algunos manitos”, afirma Cabeza.
Pero las buenas noticias no acabaron allí. En diciembre de ese mismo año, tras una segunda estimulación de reproducción se logró reproducir 300 renacuajos más que aún no han iniciado su proceso de metamorfosis.
El Zoológico Nacional de Santiago proyecta tener 50 acuarios en el futuro para la crianza de las ranitas de Loa. Sin embargo, Cabeza es enfático en decir que “no sacamos nada con estar reproduciendo la especie si después no se va a poder reintroducir en su hábitat natural”, por ello recalca que “es vital trabajar con suma urgencia en la restauración de su hábitat”.
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Hipótesis de la pérdida del hábitat
“Una vertiente se seca porque hay menos aportes de agua del acuífero, pero se desconoce el porqué ese acuífero ha perdido su caudal”, dice Roberto Villablanca del Seremi MA de Antofagasta. Este hecho está siendo investigado tras denuncias interpuestas en la Superintendencia de Medio Ambiente (SMA), y además hay una causa en la fiscalía de Calama llevada a cabo por la Brigada de Delitos Ambientales, procedimientos que aún no se resuelven. “Los resultados obtenidos hasta la fecha (junio de 2021), no son concluyentes aún para determinar responsables materiales de los hechos denunciados”, le dijo la SMA a Mongabay Latam.
De lo que sí hay certeza es de lo intervenido que está el lugar. Para tener una mejor idea, en el sector existen cabañas y un balneario. Además, en la zona se encuentra la Minera Centinela —perteneciente a Antofagasta Minerals, del Grupo Luksic—, “la cual ha intervenido la cuenca y, por ende, las fuentes de agua para sus operaciones”, afirma Lobos.
Este es un punto relevante, explica Azat, el director del Centro de Sustentabilidad de la Universidad Andrés Bello. “En el sector de La Cascada existe extracción de agua, hay varios pozos en los cuales la minera extrae agua pero a veces no respeta la cantidad de agua que puede extraer”, y agrega que “el problema es que pueden terminar secando los cursos de agua de los cuales depende la biodiversidad y en este caso la ranita del Loa”. Un problema adicional, dice, es que “existe poca fiscalización de ese hecho, el cual podría haber ocasionado que ese sector se secara”.
Los expertos consultados aseguran que la demanda por derechos de aprovechamiento de agua del río Loa supera la oferta disponible. No obstante, Villablanca dice que “la cuenca está declarada agotada desde el año 2000”.
Fabián Suez, Gerente de Medio Ambiente de Minera Centinela, aseguró a Mongabay Latam que la extracción de agua que realizan no perjudica el hábitat de la rana del Loa pues la especie utiliza aguas superficiales, recalcando que la minera “realiza su extracción de agua desde la segunda capa del acuífero de Calama que se encuentra ubicada a una mayor profundidad”.
Además, Suez indicó que la minera Centinela realiza un monitoreo periódico de las variables ambientales relacionadas con el uso del agua y su entorno, “con el fin de evitar que se produzca algún impacto ambiental en la flora y fauna del lugar”.
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Hacia la conservación
A pesar que la noticia del éxito reproductivo de la rana del Loa ha acaparado la atención mundial —incluso el actor y ambientalista estadounidense, Leonardo Dicaprio, etiquetó el evento en su cuenta de twitter con el hashtag #SaveTheFrog—, la situación del hábitat de esta especie es delicada. La zona donde vivían las ranitas es de propiedad privada y luego de conocerse la situación de la vertiente La Cascada, el sector fue cercado impidiendo los monitoreos y seguimientos del sitio.
“Es paradójico que no podamos ni siquiera entrar a realizar investigación, pues sería un delito a la propiedad privada”, dice Lobos. Por su parte, Charrier va más allá y asegura que “el hábitat histórico de la Telmatobius dankoi (la vertiente La Cascada) es irrecuperable”.
Ante esto, la Seremi MA de Antofagasta ya trabaja en diversas alternativas para proteger los hábitats del sector del oasis de Calama. Entre ellas se baraja la idea de declarar al río Loa como humedal urbano (ley promulgada en enero 2020), y proteger bajo la figura de Santuario de la Naturaleza a la quebrada Ojo de Opache, lugar en el que se reubicaron los primeros ejemplares rescatados y que gracias a las similitudes que guarda con la vertiente La Cascada funciona como nuevo hábitat de la rana del Loa.
Esta solicitud ya fue realizada en abril de este año y solo espera la respuesta del Consejo de Monumentos Nacionales y del Ministerio de Bienes Nacionales, con altas posibilidades de obtener un dictamen favorable debido a que, según explica Villablanca, el terreno es fiscal en su mayor parte.
El artículo original fue publicado por Barinia Montoya Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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