El viaje a ‘Cashu’, uno de los epicentros de la investigación científica de Latinoamérica, puede tener algo de épico. El periplo suele tomar tres días, si se cuenta con una buena embarcación, pues la mayoría del recorrido se hace a través del río. Si se viaja en la temporada seca, es muy probable —como sucedió en esta oportunidad— que el bote se quede atracado a ratos en los pequeños montículos de arena ocultos bajo el agua. Entonces el motorista le pide a la tripulación balancearse de un lado a otro —“izquierda, derecha, izquierda, derecha”— y si no funciona, remangarse los pantalones, saltar del bote y empezar a empujar. En ese momento todos recordamos que dos playas atrás alguien gritó: “caimanes en la orilla”.
Sin embargo, para un investigador, el cansancio, la distancia y los atracos son lo de menos. Tras observar distintas especies de monos, de aves, de tortugas taricayas reposando sobre troncos, ronsocos cruzando el río y caimanes, aparece de pronto una playa grande de arena. Una empinada escalera conduce, tras 15 minutos de caminata en el bosque, a ‘Cashu’. Esta vez han llegado dos botes con 20 reconocidos y entusiastas científicos, guiados por los anfitriones del San Diego Zoo Global y de la estación.
El director de la Estación Biológica Cocha Cashu (EBCC), César Flores, huye de las descripciones difíciles y trata de explicar de manera simple qué es ‘Cashu’. "Algunos piensan que es como una estación espacial donde todos los científicos estamos vestidos de blanco, con gafas de protección, trabajando en laboratorio y manipulando. Aquí la estación […] es el bosque y las aguas que nos rodean. Solo tenemos que levantarnos, abrir nuestra tienda y estamos en el sitio investigando lo que ahí ocurre”.
La lejanía ha sido un aliado importante para la EBCC. Los investigadores coinciden en que, además de estar ubicada dentro de un parque nacional, la distancia ha espantado a taladores, mineros ilegales, cazadores y a otros foráneos que suelen burlar los límites de las áreas protegidas. El resultado ha sido la conservación de un espacio que se considera fundamental para entender la complejidad del bosque tropical.
Regeneración es una de las palabras que más repiten hoy los investigadores que estudian la dinámica de los bosques en el Manu. Las cifras recientes de deforestación en la Amazonía demandan este conocimiento para contrarrestar las casi 30 millones de hectáreas de bosque primario que se han perdido entre el 2010 y 2017, según un reporte reciente de la Red Amazónica de Información Socioambiental Georreferenciada (Raisg).
Sin embargo, la “regeneración” y la “reforestación” no se toman a la ligera entre biólogos y ecólogos. No se trata solo de plantar árboles sino de reconstruir un ecosistema en el que cada ave, felino e insecto juega un papel clave. La mejor forma de intentar “restaurar” un área degrada es comprendiendo cómo funciona un bosque casi intacto. Por eso la estación se ha esforzado en perturbar lo menos posible el entorno: cuatro estructuras de madera —y eso es todo— albergan el comedor, la cocina, las oficinas, los guardarropas, los almacenes y un espacio tranquilo para que los investigadores desarrollen el trabajo de gabinete. El agua para las duchas se extrae del lago en forma de herradura que le da el nombre a la estación y la luz la generan los paneles solares. El internet es un lujo reciente y se distribuye minuto a minuto.
“Uno camina por aquí un día y puede ver siete especies de monos, y se los topa en las cochas varias veces, eso no ocurría en otros lugares. Eso no ocurría cuando el doctor John Terborgh vino en el año 73 y en un día vio muchas más especies de monos de los que había visto 10 años antes”, cuenta Flores, para quien la magia de ‘Cashu’ es “estar frente a un bosque donde la historia natural y la evolución están ocurriendo delante de nuestros ojos”.
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El bosque que “camina”
Cuando en 1969, cinco años antes de que se cree el Parque Nacional del Manu, llegó un grupo de profesores de la Universidad Nacional Agraria La Molina y levantó una casa en medio de la selva para dedicarla a la investigación, probablemente nadie pensó que ese espacio se convertiría en el centro de producción de más de 700 publicaciones científicas. Cada uno de esos estudios, ha ayudado a entender las relaciones complejas y diversas que suceden al interior del bosque tropical. ‘Cashu’ fue el pionero en investigar las relaciones sociales de los lobos de río, la historia natural y hábitos reproductivos del caimán negro, la distribución de la comunidad de primates, la dispersión de semillas por monos araña y la dieta de felinos en la estación biológica. La lista es bastante larga.
Lo que atrajo a ese grupo de jóvenes biólogos en los sesenta es lo mismo que llama a las nuevas generaciones: conocer de cerca un bosque tropical tan bien conservado y saber cómo es la vida de sus fascinantes residentes cuando el hombre no los amenaza. Muchos de los que desarrollan hoy sus estudios fueron además en el pasado asistentes o tesistas de reconocidos investigadores de la ecología tropical como el mítico John Terborgh.
En el Reporte Manu 2013, un esfuerzo por reunir en una publicación algunas de las investigaciones más importantes trabajadas en un lapso de 40 años, Terborgh describe su sorpresa cuando llegó a ‘Cashu’:
"En todas mis peregrinaciones no he encontrado un sitio tan vibrante con sonidos naturales de monos, aves, sapos o insectos. De noche, cuando uno está reposado y rodeado por la oscuridad, los cantos de búhos, perdices, trompeteros y chotacabras llenan el vacío. Son momentos inolvidables”.
Eso que atrajo a Terborgh capturó también el interés de uno de sus estudiantes. “Aquí puedes encontrar todo, es un sistema completo y lastimosamente no hay muchos en el mundo. Es súper importante”, explica Kenneth Feeley, doctor afiliado al departamento de biología de la Universidad de Miami. “Que podamos ver y entender este bosque completo y usar esto como un punto de referencia para saber cuáles son los efectos cuando perdemos un jaguar, cuál es el efecto cuando sacamos algunas especies para madera[…]. Para mí es un cambio de visión para saber cómo es un bosque completo por primera vez. Todos los otros sitios a los que he ido antes eran súper bonitos, pero no eran un bosque de verdad”, agrega.
Desde el 2001, Feeley estudia cómo los bosques tropicales son amenazados por problemas de gran escala como el cambio climático. Su investigación se extiende geográficamente desde la llanura amazónica hasta lo vegetación que crece a más de 3500 metros de altura, allí donde la Amazonía se encuentra con los Andes.
Feeley y su equipo llevan un registro pormenorizado de las especies de árboles en cada parcela de investigación, las que se desarrollan en zonas cálidas y las que prefieren temperaturas frías. Conforme el cambio climático avanza y las temperaturas se calientan, los árboles —al igual que otras especies— empiezan a “migrar”.
“Cada año que revisamos encontramos más especies de zona baja. Esas especies están subiendo y cambiando sus rangos hacia más arriba. Las especies de elevaciones altas, que les gusta las temperaturas frías, las estamos perdiendo, algunas están cambiando su rango para más arriba y otras están muriendo”, agrega. Feeley precisa que muchas especies “solo pueden migrar poco a poco, por eso es que las estamos perdiendo”.
La migración en los árboles es distinta a las de los animales que se desplazan. En su caso se da de generación en generación, pero si uno analiza las parcelas 10 años después puede ver como una especie ha “caminado” buscando mejores condiciones climáticas.
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Comparar para conservar
A las 5 de la mañana, el sol empieza a aparecer tímidamente en ‘Cashu’ . A esa hora, la luz débil de la mañana no llega aún a iluminar los senderos ni las plataformas donde se instalan las carpas de los investigadores. Los haces de luz de las linternas de quienes pasaron la noche internados en el bosque se entrecruzan como un tablero de tres en raya.
El desayuno se sirve en el comedor desde temprano. A esas dos mesas largas llegan cada día las historias de lo observado en campo, las anécdotas, los planes de trabajo, las fotografías más increíbles y, por supuesto, convergen los apetitos más voraces tras largas jornadas de trabajo.
Durante el día, los investigadores que están de visita se alternan para visitar las trochas según sus intereses personales. Los que observan aves tienden a ser los más madrugadores, mientras los que buscan reptiles, esperan con emoción la llegada de la noche.
Esta mañana, Varun Swamy, un ecólogo que viajó desde la India para conocer la Amazonía, guía a un grupo grande de científicos interesados en comprender cómo funciona un bosque tropical. En el camino, Swamy, que lleva más de 15 años trabajando en la selva tropical de Madre de Dios y que en sus tiempos libres fusiona la comida peruana con la de la India, le muestra al grupo algunos frutos que nunca han visto o probado antes y semillas de distintas formas y colores dispersas por los suelos. Mientras caminamos, milenarios shihuahuacos (Dipteryx micrantha) vigilan el recorrido y a su lado pequeñas plántulas luchan por convertirse en árboles inmensos en 500 años. El ecólogo no resiste el momento, abraza a una de las pequeñas con ternura y retoma el trayecto.
Su amor por esos pequeños retoños está muy relacionado a su interés científico: la interacción entre animales y plantas. Swamy estudia los principales dispersores de semillas para entender la dinámica de las especies de árboles y comparar los bosques que albergan fauna con los que la han perdido. “Estamos interesados en documentar y examinar fenómenos como dispersión de semillas por animales como monos grandes, aves, murciélagos, roedores, todos esos animales juegan papeles muy importantes en ayudar a las plantas a dispersar sus semillas y a cambio reciben alimentación”, señala.
El ecólogo comparte durante la caminata un dato poco conocido: en la época lluviosa casi todos los árboles están cargados de frutos, pero en la temporada seca esta tarea descansa tan solo en 12 especies que deben alimentar a cerca del 80 % de los mamíferos que depende de las frutas. Ese es uno de los tantos hallazgos de los estudios en ‘Cashu’.
Para poder hacer este estudio ha colocado, con la ayuda de sus asistentes de campo, 196 trampas para recolectar las semillas que caen del dosel del bosque. Algunas son mallas que están suspendidas en medio de la vegetación y otras pequeños cuadrantes colocados a ras del suelo. Los dos cumplen al final la misma función: guardar las semillas que aterrizan en ellas.
Este monitoreo se realiza tanto en bosques intactos como los del Manu, como en otros impactados por la minería ilegal, la tala o la ganadería, en la región Madre de Dios.
“Este estudio trata de comparar la situación en bosques que tiene su fauna intacta, en donde todos sus animales importantes están presentes y jugando sus papeles críticos ecológicos, interactuando con las plantas. Queremos comparar esto con lugares donde el bosque queda intacto en cuanto a su estructura y sus árboles, pero están faltando sus animales importantes porque han sido eliminados por alta presión de cacería”, explica Swamy. Se trata de bosques ‘defaunados’.
Luego de años de investigación, Swamy tiene algunas ideas de lo que podría pasar en un futuro en estos bosques ‘defaunados’. “Una es que estos bosques [impactados] van a reducir su biodiversidad para tener menos especies y algunas de ellas van a dominar más, así que la composición puede cambiar, la diversidad puede reducirse y existe también la posibilidad de que este bosque puede cambiar su habilidad de secuestrar y capturar carbono. Esto puede resultar en una gran reducción del carbono capturado por áreas grandes de la Amazonia sin talar un árbol”, explica el ecólogo, aunque añade que estos son datos preliminares que todavía necesitan ser comprobados.
Y aquí una pista de la importancia de Cashu en esta investigación. Cuando se pretende regenerar un ecosistema impactado es necesario conocer antes la dinámica de un lugar muy bien conservado. Manu por eso “representa una línea base de cómo restaurar un bosque degradado, necesitamos saber cómo funciona y cómo se ve un bosque intacto, y ‘Cashu’ cumple esa función muy importante”, explica Swamy.
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Amor a primera vista
En una reciente exposición fotográfica por los 50 años de trabajo en la Estación Biológica Cocha Cashu, si había algo que llamaba la atención era la familiaridad con la que se saludaban los investigadores. De inmediato alguien recordaba una anécdota, compartían detalles de sus últimas visitas y las carcajadas eran constantes.
Jessica Groenendijk es una de las investigadoras que se rindió ante el poder de atracción de Cashu. La bióloga holandesa, que es Coordinadora de Educación y Extensión de la estación para el San Diego Zoo Global, lleva más de 15 años investigando a los lobos de río del Parque Nacional Manu, 15 años regresando una y otra vez.
Groenendijk cuenta que en la cocha Cashu tiene una familia a la que siempre extraña y quiere visitar. “Es como encontrarme con amigos, estoy hablando de los lobos, actualizarme con los miembros de la familia, ver quienes están, ver quiénes han salido del grupo, cuántas crías hay y ver cómo están creciendo. Ayer me fui a la cocha y a las 11:30 los lobos entraron a la madriguera y la mamá sacó a las dos crías así chiquitas y estaban en el agua nadando muy vulnerables”, narra la investigadora y agrega que espera seguir volviendo en los próximos años.
Todo indica que es la primera visita la que marca a quienes pisan Cashu y los hace volver. “Nunca había tenido la oportunidad realmente de caminar un sitio y reconocer huellas de gatos grandes, huellas de venados, huellas de sajinos, aves y sonidos que nunca había escuchado”, cuenta César Flores. Hasta recuerda la primera noche en ‘Cashu’, cuando se acercó a la orilla del lago y con una linterna pudo observar decenas de puntitos rojos que solo después entendió eran los ojos de los caimanes. “Era un sitio increíble”.
Ron Swaisgood, director del San Diego Zoo Global, institución científica que coadministra con el Sernanp desde el 2011 la estación, quedó fascinado con la cantidad de animales que vio en su primera visita y con el paisaje que solo puede verse desde la laguna de herradura. “Al final del día, ir al muelle y tirarse al lago y nadar. Sé que hay caimanes y pirañas, pero cuando estás en el lago se siente maravilloso, es fresco, miras al horizonte y ves las nubes, se pone el sol, los árboles, monos, para mi es mi momento favorito del día”.
Las historias son interminables. Hay quienes incluso confiesan haber tenido sueños recurrentes en los que se veían caminando por los bosques de ‘Cashu’.
Muchas de ellos recuerdan también la época en que eran asistentes y se hacía ciencia sin utilizar tanta tecnología. Para César Flores, por ejemplo, los GPS y celulares son útiles para ubicarse en el bosque, pero si en una salida de campo se acaba la bateria solo la brújula los traerá de vuelta a casa, y hay que aprender a usarla.
Varun Swamy asegura que la tecnología puede ayudar a recopilar datos que antes no podían. “En el siglo XXI tenemos tecnología increíble que hace cinco años no se podía imaginar, el uso de drones, métodos moleculares […] tenemos que promover el uso de tecnologías para seguir tratando de investigar preguntas básicas pero usando métodos que nos dan datos que antes no podíamos conseguir”.
Pero en ‘Cashu’ el uso de tecnología se evalúa también en términos del impacto que puede producir al entorno. “Como tú dices hay cámaras trampa, hay drones, hay sensores que se pueden instalar por todo el bosque y siempre hay que pensar en tener un bajo impacto […], si tenemos un impacto negativo en nuestro ambiente eso tiene implicancias para los resultados de la investigación”, comenta Groenendijk.
Una versión ampliada del reportaje de Alexa Eunoé Vélez Zuazo y María Isabel Torres fue publicada en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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