Dagoberto Patricio coge su linterna, sale de su casa en la comunidad Huitoto de Tres Esquinas y se queda unos minutos mirando el cielo estrellado. Luego busca a uno de sus compañeros, quien trae un pequeño cuaderno gastado entre las manos, y juntos se sumergen en el bosque. La noche es oscura y el haz de luz los guía a través de una trocha escondida entre la densa vegetación.
Minutos más tarde, llegan a Redondo, una de las tantas cochas que rodean a esta comunidad situada en la región de Loreto, Amazonía de Perú. Patricio se acerca a la orilla y suelta el nudo de la cuerda a la que está amarrada su canoa. Se sienta en la parte delantera del pequeño bote. Su compañero comienza a remar suavemente, cuando de pronto la voz de Patricio rompe de golpe el silencio: “¡Aquí hay uno!”.
Ha visto un pez de cachetes hinchados que se mueve rápidamente por la cocha. Anotan el avistamiento en la liberta y continúan. Así se pasan un buen rato censando a las arahuanas macho en todo el perímetro del espejo de agua. Deben hacerlo, es la única forma de saber cuántos de estos peces hay en sus cochas y cuántas crías llevan en sus bocas —es como los padres suelen protegerlas— para saber el número que podrán aprovechar en el año. Las crías suelen ser vendidas a los mercados interesados en peces ornamentales.
Las cochas cercanas a Tres Esquinas y otras comunidades del bajo Putumayo en Loreto, están repletas de arahuanas, un pez que, a pesar de su gran tamaño, no se usa como alimento en las comunidades de la cuenca.
Hace ya varios años que Dagoberto Patricio y los otros 14 miembros de la Asociación APPA Los Cocodrilos —que él preside— se dieron cuenta de que les era mucho más rentable aprovechar los pequeños alevinos de arahuana, muy preciados en el mercado asiático, donde además son conocidos también como pez dragón, debido a su parecido con este este animal mítico y por estar asociados con la buena fortuna.
Tres Esquinas es una de las siete comunidades en el bajo Putumayo que tienen planes y permisos para cosechar crías de arahuanas de manera sostenible. Trabajan de la mano con la jefatura y guardaparques del vecino Parque Nacional Yaguas para lograr que así sea.
Este proyecto, que cuenta con un mercado en Asia, ha permitido que las comunidades huitoto cuenten con un ingreso estable durante los últimos años. Y ha sido fundamental para impulsar los comités de vigilancia en el parque Yaguas y evitar las incursiones de pescadores y mineros ilegales. Sin embargo, la pandemia no ha permitido que el negocio continúe y ha obligado a las comunidades a buscar nuevas salidas. ¿Cómo continúan las acciones de vigilancia en medio de la pandemia? ¿Qué salida han encontrado los huitoto en medio de la crisis?
Cuidado con los padres
Días después de censar a las arahuanas, Dagoberto Patricio y el resto de la asociación revisan el plan de manejo y, en base a la cuota de aprovechamiento ya establecida, deciden cuántos alevinos de arahuana cosecharán. “Lo máximo que podemos aprovechar son aproximadamente 60 mil crías por campaña, dependiendo de lo que observemos durante nuestro monitoreo”, explica Patricio. “Pero nosotros nunca sacamos el tope, sacamos aproximadamente 40 mil”.
Los miembros de la asociación recogen de sus casas sus redes y sus pusahuas (red de mano circular y que tiene una malla fina), y vuelven a la cocha que censaron semanas atrás. Tiran sus redes y, al sacarlas, decenas de arahuanas quedan atrapadas. Agarran una a una a las que tienen los cachetes hinchados y coloración rojiza. Esa forma en la boca indica que son machos y que tienen larvas dentro de ella. El color rojizo indica que las larvas están listas para ser aprovechadas.
Abren cuidadosamente la boca del pez y este regurgita a sus crías. Patricio las atrapa con su pusahua y las echa en una caja de madera que tiene una bolsa con agua en su interior. Devuelve al padre a la cocha con el mismo cuidado con el que recogió a las crías.
Francisco Nava, especialista pesquero del Instituto del Bien Común (IBC) para el paisaje Putumayo, cuenta que las comunidades que trabajan con un plan de manejo hacen el aprovechamiento de manera sostenible. Sin embargo, dice que también hay pescadores informales. Ellos “ingresan a los cuerpos de agua, usan escopetas para matar a las arahuanas macho, recogen los alevinos y al pez adulto”, explica. Los alevinos son vendidos ilegalmente a intermediarios y los adultos son salados y vendidos para el consumo en el mercado local.
Las comunidades del bajo Putumayo aprovechan los alevinos de arahuana desde hace muchos años. Antes, se los vendían a intermediarios que, a su vez, los comercializaban a los acuaristas de la ciudad de Iquitos. Estos últimos eran los encargados de exportar las crías hacia el continente asiático.
Los intermediarios, sin embargo, se aprovechaban del desconocimiento que las comunidades tenían sobre los precios de las crías de arahuana.
En el 2014, el IBC empezó un proyecto con las comunidades de San Martín y Tres Esquinas que no solo les enseñó a aprovechar el recurso de manera más sostenible, también les permitió conocer el precio real de los alevinos para que pudieran negociar de una manera más justa con los intermediarios e incluso con los mismos acuaristas.
La venta de alevinos de arahuana, que en un momento llegaron a costar cuatro soles la unidad, se convirtió en la actividad más rentable en la zona. Nava cuenta que las comunidades entendieron que cuidando estos peces podían beneficiarse tanto ambiental como económicamente. “Tras dos años desde el inicio del proyecto, la población de arahuanas se había incrementado en un 150 % y los ingresos económicos de las comunidades en un 200 %”, asegura el especialista.
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Fronteras cerradas
En el año 2016, los países asiáticos empezaron a reproducir las arahuanas y, aunque con ello el precio de los alevinos cayó, su aprovechamiento y comercialización seguía siendo la actividad económica más rentable del bajo Putumayo.
Teófilo Torres, jefe del Parque Nacional Yaguas, cuenta que “las comunidades aprovechan aproximadamente un millón de alevinos al año, lo que significa para ellos un ingreso promedio de 3 millones de soles”.
Todo parecía ir bien para las comunidades, hasta que en el año 2020 llegó la pandemia. Las exportaciones al continente asiático se paralizaron y los acuaristas dejaron de comprar alevinos de arahuana. Al no tener a quien venderles, las comunidades del bajo Putumayo no aprovecharon ni una sola cría del pez.
“La economía se ha ido al suelo”, cuenta Fernando Alvarado, presidente de la Federación de Comunidades Indígenas del Bajo Putumayo (Fecoibap) y miembro de la Asociación APPA Los Cocodrilos. “No hemos aprovechado ninguna arahuana. Nuestro dinero se ha quedado en el aire”, dice.
Alvarado vive también en Tres Esquinas, y describe su comunidad como un paraíso. “El lugar donde vivimos es una maravilla”, cuenta emocionado. “El que llega a nuestra comunidad ya no quiere irse nunca más. Tenemos aire puro, comida sin contaminación y nuestros recursos naturales”.
A pesar de agradecer que en su comunidad tuvieron alimento para mantenerse fuertes y plantas medicinales para tratar las enfermedades, Alvarado asegura que “la pandemia destruyó todos sus planes”.
Las comunidades no han tenido, hasta ahora, ninguna fuente de ingresos estable para poder comprar productos de primera necesidad.
Ana Rosa Sáenz, Coordinadora del Programa Putumayo Amazonas del IBC, explica que los comuneros se transportan en peque-peque entre sus comunidades y hacia la capital de la provincia para realizar trámites y abastecerse de productos. “Eso no ha sido fácil ahora porque no ha habido dinero para comprar combustible”, indica la especialista. Cuenta también que al no tener efectivo, los comuneros no han podido comprar jabón y lejía, dos productos de gran importancia durante la pandemia.
Para Patricio tampoco ha sido fácil. Dice que el año pasado ha sido “un fracaso para todos en Tres Esquinas”. Además de no poder comprar combustible, él cuenta que lo que más pena le ha dado ha sido no poder comprar útiles para su hija.
Ambos comuneros han tenido que buscar nuevos ingresos a través de la venta de pescados para el consumo humano. “Durante la pandemia nos hemos recurseado. Hemos pescado zúngaros, doncellas, boquichicos y palometas”, explica Alvarado. Sin embargo, los precios de estos pescados, que llegan a un máximo de cuatro soles el kilo, no les han permitido a las comunidades cubrir todas sus necesidades.
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La vigilancia y control continúa
Sin importar los problemas económicos que han pasado, Alvarado asegura que las comunidades han cumplido con el compromiso que tienen de conservar y cuidar las poblaciones de arahuana de la pesca ilegal. Durante el estado de emergencia han seguido patrullando en las cochas.
Teófilo Torres señala que el estar en la zona de influencia del Parque Nacional Yaguas es lo que ha salvado la economía de las comunidades del bajo Putumayo en el último año. Pudieron aprovechar un fondo disponible para lograr mantenerse a flote y no abandonar sus labores de vigilancia, tarea clave para proteger al parque.
El funcionario del Sernanp explica que en el 2018, cuando el parque fue creado, recibieron una donación de dinero de parte de la organización sin fines de lucro Andes Amazon Fund, la cual fue dividida en dos partes. Una parte fue utilizada para implementar los puestos de vigilancia y comprar equipamiento. Otra parte se destinó a apoyar pequeños proyectos de las comunidades.
En Tres Esquinas, el dinero iba a ser usado para actividades relacionadas con el aprovechamiento de alevinos de arahuana. Sin embargo, cuando la comunidad vio que no podría venderlos, decidió distribuir ese fondo entre sus miembros con el compromiso de devolverlo el año siguiente, después de haber concretado la venta de los peces.
“Antes de la pandemia, hemos recibido un presupuesto a través del parque, el cual hemos usado para comprar gasolina, algo de comida, jabón y otras cosas”, explica Alvarado. “Nos lo hemos repartido pero con el compromiso de todos de devolver el dinero cuando termine la pandemia y vendamos las crías de arahuana. Con lo que devolvamos, compraremos las cosas que necesitemos en ese momento, y así cada año. La idea es no dejar morir ese presupuesto”.
La especialista de IBC asegura que durante la pandemia los guardaparques han trabajado de la mano con los comités de vigilancia pesquera y con los comités de vigilancia forestal, que en la práctica son uno solo en cada comunidad. Las actividades ilegales vinculadas a la pesca, explica Sáenz, no se han reportado en los últimos meses, pues al no haber mercado para los alevinos de arahuana, esta actividad no se ha dado ni siquiera entre los pescadores informales.
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Actividades ilegales al acecho
A pesar de no haber habido pesca informal en la zona, otras actividades ilegales han sido una amenaza.
Ana Rosa Sáenz cuenta que “algo que sí está presente en el Putumayo es la minería ilegal, que ha estado a rienda suelta por falta de control de las autoridades. Esto sí es un gran problema. La especialista del IBC agrega que el año pasado hubo reportes de dragas que habían estado extrayendo oro de los ríos sin tener autorización pero “no había a quién acudir para poder controlarlo”.
Hace varios años que la minería se da en la cuenca del Putumayo y los ilegales han encontrado formas de esquivar a las autoridades y salirse con la suya. Las embarcaciones de los mineros ilegales, precisa, operan en territorio peruano pero con banderas colombianas. “Cuando hay operativos, se filtra la información y las embarcaciones se van rápidamente hacia el lado colombiano”, revela Sáenz.
A Sáenz le preocupa que la situación económica que están enfrentando las comunidades que viven de la venta de arahuana, sea un factor que propicie un acercamiento con los mineros ilegales. “Si el mercado de alevinos de arahuana sigue así, las actividades ilegales probablemente tomen mayor fuerza. Este año veremos si fue así o no”.
Nava destaca, por esa razón, la importancia de las actividades de vigilancia y control de las comunidades. Los comités son clave para mantener lejos del parque a los ilegales. “Cuando van a las cochas no solo vigilan las cochas, vigilan también sus bosques, sus animales silvestres, su madera”. De alguna manera, al realizar patrullajes constantes en sus cochas para controlar que se haga un aprovechamiento adecuado de las arahuanas, están asegurando también que sus bosques que forman parte de su territorio no sean depredados. El modelo de negocio de la arahuana es crucial para la conservación de los ecosistemas de la cuenca.
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Un nuevo año complicado
A pesar de que en el 2020 las comunidades del bajo Putumayo encontraron formas de sobrevivir a la pandemia, esperan poder aprovechar y vender alevinos durante la campaña que debería empezar en marzo de 2021.
“Este año que viene, las comunidades están preparándose para la campaña y esperan que se pueda aprovechar y que el tema de los vuelos internacionales sea más flexible”, señala el jefe del parque Yaguas.
La segunda ola de contagios del COVID-19 amenaza, nuevamente, la salud y la estabilidad económica de las comunidades indígenas del bajo Putumayo.
En Tres Esquinas ya están pensando en otras opciones para sobrevivir durante este año, si es que el mercado de los alevinos de arahuana no se reactiva. Con algo de esperanza, Alvarado cuenta que han criado más de 100 paiches en una cocha y que podrían pescar 10 o 15 para filetearlos y venderlos en el mercado regional. Sin embargo, los 15 mil soles que podrían ganar con esa venta, no se comparan a los 120 mil soles anuales que obtiene aproximadamente su asociación por la comercialización de alevinos de arahuana.
A pesar de la incertidumbre, hay algo que ni Fernando Alvarado ni Dagoberto Patricio ponen en duda: la comunidad seguirá patrullando sus cochas y defendiendo sus arahuanas.
Teófilo Torres, por su parte, asegura que la jefatura y los guardaparques del Parque Nacional Yaguas seguirán brindando apoyo a las comunidades que aprovechan este recurso de manera sostenible. “Ellos cumplen un rol importante de vigilantes y de apoyo logístico. Ellos son nuestro soporte en las comunidades”, concluye.
El artículo original fue publicado por Talía Lostaunau en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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