El paisaje de bosque quemado y cultivos de coca que por dos horas ha dominado el camino, se va transformando poco a poco en cafetales. Son las últimas plantaciones que quedan en San Lorenzo de Palmerani, al este del distrito de Putina Punco. Un café que sobrevive en las manos de Don Simón*, un productor obstinado que sigue apostando por un cultivo que crece en medio de un paraíso -entre los parques nacionales Bahuaja Sonene (Perú) y Madidi (Bolivia)- pero que es acechado por el infierno del narcotráfico. Ese rincón donde vive Don Simón en la selva de Puno es uno de los últimos bastiones de la legalidad que queda en el valle del Sandia.
Para llegar a este distrito, partiendo de Juliaca, hay que recorrer un terreno accidentado con senderos delgados y abismos propios del paso de la puna a la selva. El viaje, que ahora tarda ocho horas, tomaba mucho más tiempo cuando no existía una carretera. La recompensa, sin embargo, siempre fueron las plantaciones del buen café que crecen a más de 1500 metros de altura, allí donde el clima es propicio para este cultivo.
Don Simón acaba de volver del monte de revisar sus plantas. Está contento, dice que se siguen llenando, como suele referirse a los cultivos que crecen a buen ritmo. Las lluvias intensas se han desatado con fuerza desde noviembre y prepara café para recibir a las visitas. “Aquí ya hemos aprendido a moler para ver si le damos también algún valor agregado, porque con lo que ahora nos pagan ya no alcanza”, cuenta. En el último año, el precio del quintal de café cayó a poco más de 300 soles (US$91), una gran diferencia en relación a los años noventa, cuando según Don Simón, les “llegaban a pagar 600 soles (US$182) por quintal (46 kilos), sin contar los reintegros (utilidades) que te daban las cooperativas”.
En mayo pasado, Mongabay Latam informó sobre la crisis del café orgánico en Putina Punco, un espacio emblemático que vio crecer al famoso café Tunki, ganador del premio de la Asociación Americana de Café Especial, y que hoy está tomado por los cultivos de hoja de coca que alimentan el ilegal negocio del narcotráfico.
El problema sigue avanzando y lo confirman las nuevas alertas de deforestación registradas entre julio y setiembre de este año. Por eso Mongabay Latam regresó a Putina Punco, luego de siete meses, para contar la historia detrás de las imágenes satelitales y confirmó que el Parque Nacional Bahuaja Sonene no solo está cercado por cultivos de hoja de coca, sino que estos avanzan peligrosamente dentro del área protegida.
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El avance del narcotráfico
El narcotráfico está en Putina Punco y no tiene reparos en operar dentro del Bahuaja Sonene. Mongabay Latam obtuvo información de que no solo se trata de algunos cultivos que rodean o invaden el parque, sino del procesamiento de cocaína, de laboratorios de pasta básica, de pistas de aterrizaje clandestinas y de avionetas de origen boliviano -las confirmadas hasta el momento- con capacidad para trasladar hasta 300 kilos del alcaloide, según datos de inteligencia de la Fuerza Aérea del Perú (FAP). El destino de la droga: Norteamérica y Europa.
La situación en los últimos meses solo ha empeorado. Desde julio hasta fines de setiembre de este año, 880 alertas de Global Forest Watch han reportado la pérdida de bosque en un área cercana a las plantaciones de café de Don Simón, que están localizadas en la cuenca de Miraflores, tributaria del Tambopata, zona de amortiguamiento del parque. Algunas de esas alertas aparecen incluso dentro de la zona protegida del Bahuaja Sonene.
La deforestación dentro del parque, además, coincide con el espacio que ocupa el caserío de Colorado, un asentamiento humano que colinda con la parte sur de la zona de amortiguamiento. Sus pobladores alegan que les corresponde estar ahí porque se establecieron en ese terreno antes de la creación del área protegida. El Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (Sernanp) los considera ilegales, ya que cualquier tipo de deforestación dentro de los parques nacionales está prohibido por ley.
Aunque el Sernanp asegura que la deforestación que causa este caserío representa menos del 1% del parque -el área protegida abarca 1 091 416,00 hectáreas en total-, en ese sector se han habilitado más campos de hoja de coca, laboratorios y las pistas clandestinas mencionadas.
La Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) publicó el último informe de Monitoreo de Cultivo de Coca donde corrobora este avance. De acuerdo con el documento, se registraron 193 hectáreas deforestadas por cultivos ilegales dentro del Parque Nacional Bahuaja Sonene en el 2017, mientras que en el 2016 eran 118 hectáreas. Sin embargo, los guardaparques del Sernanp que realizan monitoreos constantes sostienen que la cifra es mayor este año: 473 hectáreas, alrededor de cinco kilómetros cuadrados. Si se mira la zona de amortiguamiento, ahí donde está Putina Punco, el problema es mayor. El informe de UNODC muestra que los cultivos de coca ocupan ahora 3147 hectáreas en la zona de amortiguamiento del parque, aproximadamente mil hectáreas más que el año anterior.
El representante de la oficina de UNODC para Perú y Ecuador, Kristian Hölge, comenta que toda la selva de Puno compuesta por los valles de Tambopata (donde está Putina Punco) y de Inambari es “uno de los principales focos de crecimiento de la frontera cocalera”. En el último informe, la UNODC calcula que entre los dos valles suman 5310 hectáreas de plantaciones de hoja de coca. “Sabemos que este crecimiento responde a la demanda del mercado por hoja de coca y subproductos desde la zona de frontera, particularmente con Bolivia. Esto junto con los problemas de accesibilidad existentes para atender el problema, hacen que esta tendencia sea aún más preocupante”, agregó el especialista.
El biólogo y ecólogo Ernesto Ráez Luna recuerda que hubo un un programa de caficultura en los ‘90 que fue exitoso. Sin embargo el proyecto no evolucionó, explica Ráez, pese a ser una buena alternativa de conservación de bosques para el parque y de contribuir al desarrollo de una población fronteriza. “Hay una unión de factores que empiezan a crear problemas, como la falta de manejo de suelos para que la tierra no se desgaste y siga produciendo”, detalla Ráez.
El ecólogo agrega que cuando el precio del café empieza a bajar y la productividad también por la mala calidad de los suelos, el proyecto se desploma. “El ingreso de la epidemia de la roya en el 2012 deja a los caficultores más pobres”, añade. Todo esto se convierte en caldo de cultivo para que la hoja de coca avance rápidamente.
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¿Una batalla perdida?
Don Simón bebe despacio el café humeante de una taza de loza. “Allá está el Madidi y un poco más lejos, el parque Bahuaja”, dice y señala en dirección al otro lado de las montañas que por ahora están cubiertas de nubes cargadas de lluvia.
“Cuando era niño, todo esto era café. Mi papá me mandaba hace 50 años con el burro desde Sandia a Putina para traer abarrotes y llevarme costales de café. Los peones hacían fila para entrar a la chacra a trabajar por jornal”, cuenta este productor de Putina Punco.
Lo que más le gustaba era el color rojo del café maduro. Cuando tuvo 24 años compró seis hectáreas, plantó cafetales y construyó su casa cerca de ellos para verlos crecer. Pero en el 2012, la plaga de la roya acabó con todo lo que encontró a su paso, como si se hubiera ensañado o querido castigar a ese grupo de habitantes. Ahora Don Simón sobrevive con una sola hectárea de la que con suerte logró extraer este año 20 quintales.
”Por eso muchos se han desanimado. Hasta yo lo hice”, confiesa Don Simón.
En Putina Punco, luego del desánimo, suelen aparecer las plantaciones de hoja de coca. Mientras que el café tiene una sola cosecha anual, el cultivo de coca tiene cuatro. “El agricultor [de coca] más flojo tiene una hectárea, el promedio tiene de 4 a 5”, comenta un técnico agrónomo de la zona que por seguridad prefiere no revelar su nombre.
En promedio una hectárea de hoja de coca puede producir entre 100 y 150 arrobas, es decir, de 1200 a 1800 kilos, cuentan los pobladores de Putina Punco. Los cálculos de UNODC son más optimistas y señalan que de cada hectárea se pueden obtener 2415 kilos, alrededor de 200 arrobas. Si se toma en cuenta que hasta noviembre de este año por cada arroba se pagaba 250 soles (US$ 76) y que se puede cosechar cada tres meses, el cultivo ilegal le saca una gran ventaja al legal.
Esto se confirma cuando se pregunta por la cantidad de caficultores que existen hoy en la zona. Según Jorge Turpo, jefe del proyecto Cafés Especiales de la Municipalidad de Putina Punco, el número se ha reducido a tal punto, que solo queda el 15% de los 5000 productores que trabajaban en el área.
“Los que quedan, que son población de edad adulta a adulta mayor, tampoco tienen la cantidad de producción que antes del 2012”, comenta Hernán Tito, de la Central de Cooperativas de los Valles de Sandia (Cecovasa). El factor detrás de esta baja es la falta de personal. El sueldo por día para quien trabaja en la extracción de coca ronda los 120 soles (US$40) y para el que trabaja con café de 30 a 40 soles (US$9 -US$11).
Mientras la camioneta continúa recorriendo la zona, el paisaje y la cotidianeidad en Putina Punco se encargan de confirmar lo que hemos ido escuchando. Se observan bosques talados y quemados a ambos lados del camino, pero también casas de material noble en plena construcción y camionetas de estreno que bajan y suben por la trocha.
Desde una de las camionetas, un hombre saluda al técnico agrónomo que nos acompaña. “Es mi primo”, cuenta. “Desde el año pasado se metió en la coca y luego de tres cosechas ya compró su camioneta”.
Lo que dijo el funcionario de la Municipalidad de Putina Punco cobra más sentido frente a este escenario: ¿Cuántos pueden apostar por al café frente a la bonanza que ofrecen los cultivos ilegales?
Una versión ampliada de este reportaje de Vanessa Romo fue publicada en Mongabay Latam. Puedes leerla aquí.
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