El científico David Douterlungne es belga, pero lleva más de diez años investigando en los bosques de México. Antes de llegar a este país estuvo en Madagascar, en África, y en los Andes de Colombia y de Bolivia, impulsado por la inquietud de conocer aún más sobre la relación que existe entre los seres humanos y la naturaleza; una inquietud que nació desde niño, cuando exploraba entre las plantas y la biodiversidad.
“Vine a Chiapas con una beca para hacer un estudio de etnobiología con los lacandones, en la Selva Lacandona, y me atraparon los trópicos, al punto que jamás pude regresar a mi tierra natal, Bélgica”, cuenta Douterlungne, investigador del Consejo Nacional de Ciencia y tecnología (Conacyt) y docente del Instituto Potosino de Investigación Científica y Tecnológica A.C.
En esta entrevista con Mongabay Latam, Douterlungne cuenta sobre su trabajo en la Selva Lacandona, en Chiapas, una zona con grandes amenazas, pero también con una población indígena que mantiene tradiciones, como la agricultura diversificada, que les permite conservar sus bosques.
Lee más | La defensa de Los Dinamos, el bosque que cobija al último río vivo de la Ciudad de México
—¿Cómo fue el cambio entre Bélgica y los bosques de los Andes y luego la Selva Lacandona?
—Llegué a los trópicos con un conocimiento básicamente de especies ruderales —que crecen al lado de los caminos— en Bélgica; entonces mi formación no me sirvió mucho, pero acepté el reto y por pura curiosidad empecé a estudiar la flora local. Me gusta retarme y cambiar de rumbo cada cierto tiempo. Por ejemplo, ahora estoy trabajando en el desierto, el ecosistema más seco del planeta; pero acabo de investigar en la selva, en un ecosistema muy húmedo. Esos cambios drásticos son muy interesantes porque uno empieza a reconocer patrones similares que se repiten en varios sistemas.
—¿Qué es lo que ha estudiado en la selva húmeda y específicamente en qué lugar?
—Mis primeros contactos fueron con los lacandones en Lacanjá Chansayab. Ellos manejan un sistema de milpa de agricultura muy diversificada, tienen 40 a 50 cultivos creciendo en una sola parcela. Nosotros empezamos a estudiar este sistema tradicional de roza, tumba y quema en la Selva Lacandona, un sistema complejo que hace uso de ciertas especies claves de la selva para recuperar los terrenos que abandonan, porque en un ciclo de roza, tumba y quema hay tres a cinco años y luego abandonan ese terreno para sembrar en otro lugar. En ese tiempo propagan algunas especies y árboles para que el suelo se recupere mucho más rápido y, además, permite que regresen especies de la sucesión tardía.
Hay un conocimiento muy íntimo de la sucesión natural, por tanto, ellos saben qué árboles aceleran la recuperación. Entonces es una restauración basada en la sucesión natural, pero manejada con un mínimo de esfuerzo por los campesinos tradicionales. Me dediqué a estudiar este sistema y qué elementos del manejo tradicional se pueden adaptar en otras localidades. A eso me dediqué durante mi maestría y doctorado, fueron siete a ocho años. Y encontramos cosas muy interesantes, por ejemplo, cómo manejar una planta invasora, porque descubrimos que los lacandones pueden controlar plantas invasoras que en otros lugares del mundo ni con dinero ni con agroquímicos logran hacerlo.
—¿Qué especie es y cómo la controlan?
—Es un helecho, el Pteridium aquilinum, que está provocando muchos daños en todo el mundo, es cancerígeno y el ganado se lo come y la leche ya no se puede comercializar. Causa muchos daños económicos. Y para controlarla ellos fomentan el crecimiento de un árbol, Ochroma pyramidale (conocido como Balsa). Y lo hacen con un mínimo de inversión porque nada más van caminando y dispersan las semillas. Es una especie que crece muy rápido, tuvimos unos individuos de 12 metros en el primer año. Como este árbol crece más rápido que las otras especies y tiene unas hojas muy grandes, de más de un metro de diámetro, entonces esas hojas hacen sombra a las plantas que crecen abajo. Cualquier planta que esté debajo de este árbol, y requiera altos niveles de sol, no le irá bien. Estamos hablando de una recuperación muy exitosa basada en la sucesión natural, esa es la gran fortaleza de trabajar con grupos indígenas o grupos locales que tienen un largo historial de vivir en ese ecosistema, porque saben perfectamente cómo manejarlo y ahí es donde la ciencia puede aprender de la experiencia de los grupos que viven todavía de manera tradicional con su entorno natural.
—¿En qué lugar de la Selva Lacandona ha trabajado?
—Alrededor de la Reserva de Biosfera Montes Azules, una de las más importantes de Mesoamérica. Y toda esa zona está en manos de indígenas, no hay terratenientes. Tiene la ventaja de que es un sistema justo donde la gente puede tener su propia tierra. Pero también es un escenario de mucha violencia con muchos conflictos sociales, con una intromisión del gobierno que no siempre ha sido positiva, por tanto, hay una relación de desconfianza entre todo lo que es oficial y las comunidades. Toca primero hacer un trabajo para ganar la confianza y poco a poco entrar en las comunidades. Finalmente, terminas durmiendo con la gente. Para hacer etnobiología, esa es la manera de entrar en una comunidad, vivir y compartir con ellos, y así te van llevando a sus parcelas y empiezan a platicar y explicar cómo manejan sus milpas.
Dentro de la reserva de biosfera encuentras todas las especies típicas características de este territorio: pumas, jaguares, tapires. Pero una vez fuera del límite, donde nosotros trabajamos, hay una fuerte expansión de la frontera agrícola y hay mucha deforestación, sobre todo cuando cruzas la frontera con Guatemala, que es el mismo ecosistema, pero en Guatemala ya no está protegida y también es una zona con muchos conflictos sociales. Ahí puedes manejar horas y lo único que ves son potreros. Entonces es una zona donde tenemos ambas realidades: por un lado las áreas degradadas sin árboles y por otro la selva conservada con las ceibas de más de 30 metros de diámetro.
Tenemos ambos extremos en una sola superficie que rodea esta selva. Tenemos comunidades que tienen ese íntimo conocimiento y donde podemos aprender y tenemos comunidades, muchas veces mestizas que, por necesidad, por pobreza, tienen que talar su entorno. Ahí es donde podemos hacer un puente y enseñar a las comunidades recién llegadas cómo están haciendo otras comunidades.
Lee más | “Los bosques templados en México van a sufrir una reducción muy grande”: Daniel Piñero
—¿Cuáles son las amenazas más fuertes para la Selva Lacandona?
—Como en muchos lugares, es el cambio de uso de suelo. Son zonas habitadas y la gente tiene necesidades que atender. El maíz, por ejemplo, no crece en la sombra de la selva, entonces tienen que talar. Esta zona se empezó a poblar desde el siglo pasado y ahora está bastante poblada, por tanto, los hijos de los comuneros necesitan cada vez más terreno. Entonces hay un problema, pues ocupan cada vez más terreno. También hay amenazas desde las políticas públicas y los programas que se están instalando, por ejemplo, se está fomentado mucho la siembra de palma africana para el aceite y sabemos que estos monocultivos no son muy buenos para la biodiversidad.
Otra amenaza que regresa cada cierto tiempo es el proyecto de una presa en el río Usumacinta, que inundaría toda la zona. También están los conflictos sociales. Las amenazas son múltiples, complejas e interactúan y no hay soluciones simples. La solución tiene que darse tanto para los habitantes como para el sistema, por tanto, debemos fomentar sistemas de manejo y esquemas de obtención de ingresos dignos, pero que no vayan en detrimento con el ecosistema.
—¿Y las amenazas están creciendo?
—Son cíclicos, a veces, como dicen, se calienta la zona, y son años muy difíciles para hacer investigación. Me han tocado situaciones en las que era muy difícil entrar porque las carreteras estaban bloqueadas. Es una situación muy compleja, muy complicada. Yo veo que las amenazas están creciendo cada vez más. Otra amenaza es que se trata de una de las zonas con más petróleo sin explotar, entonces Pemex quiere hacer perforaciones cada cierto tiempo. También es una zona bajo la mira internacional por la presencia del Zapatismo, que tiene mucha atención de la prensa.
Gracias a las áreas naturales protegidas es difícil que se pierda la zona en su totalidad, pero es una lucha interna entre las poblaciones locales para tener ingresos, las asociaciones de conservación, que a veces van en contra del desarrollo económico y los programas del gobierno que quieren que haya menor marginación en la zona. Cada grupo y cada actor tiene un objetivo diferente en la zona y estos objetivos chocan.
—¿Es posible recuperar las zonas degradadas?
—Técnicamente es fácil hacerlo, sembrar un árbol no es difícil, incluso en condiciones de territorios muy degradados. Lo más difícil es hacer que nadie tale ese árbol después de que se haya sembrado, esa es la dificultad. Nosotros que nos dedicamos a la investigación tenemos muchas parcelas demostrativas y experimentales. A través de la investigación descubrimos cómo hacer la restauración, cómo reforestar, cómo lograr que regrese la biodiversidad a nivel experimental y hay muchas publicaciones con muy buenas recomendaciones, pero escalar estos ejemplos a miles de hectáreas, con presencia en varias poblaciones, de eso no hay muchos ejemplos. Hubo intentos de proyectos de gran escala, pero no cumplieron los objetivos al 100 % por la complejidad local que existe. Están los terrenos que sirven para generar ingresos y ahí no podemos reforestar; tenemos que respetar el área para mantener y generar los ingresos de las personas.
—¿Y cómo fue el trabajo con la población?
—Vives con ellos y vas tomando su ritmo de vida. Madrugas, desayunas con ellos y vas con ellos al campo; en mi caso, iba a mis experimentos. Muchas veces algunos de ellos eran mis ayudantes de campo, pero en realidad eran mis maestros que me explicaban cómo funcionaban los sistemas. Cuando se hace etnobotánica, la parte social del trabajo es igual de importante que la toma de datos, entonces tienes que convivir con la gente. Me gusta mucho esa convivencia, desde escuchar las historias que cuentan sobre los entes que viven en la selva hasta cuando explican los procesos ecológicos.
Lee más | México: investigación con cámaras trampa revela el estado de la población de ocelotes en Tamaulipas
—¿Cuál podría decir que es la mayor enseñanzas que ha tenido conviviendo con los lacandones?
—Hay tantas enseñanzas, pero tal vez la cosmovisión que tienen, de que no están separados del elemento natural, y las visiones indígenas de asignar vida y respeto a todos los elementos, incluso a las piedras. Es una cosmovisión totalmente distinta a la europea que tiene esquemas económicos como el capitalismo y el liberalismo. Es otra forma de ver el planeta donde se requiere cierta armonía con tu entorno natural para que los núcleos funcionen, por ejemplo, cuando siembran maíz, siembran un poquito más, porque saben que viene el armadillo, el venado, los jabalís a comer el maíz. En vez de luchar en contra, crean una abundancia para los animales y, a cambio, van a tener muchos más de estos animales en sus milpas y ya no tendrán que ir lejos de cacería.
Este pensamiento circular es parte de la cosmovisión indígena, que es dar y recibir, forman parte de un sistema en lugar de ser los jefes del sistema. No explotan, lo cultivan. En los entornos urbanos hemos olvidado de dónde proviene el agua y en la selva el agua proviene del riachuelo que corre a un costado. Para mí ha sido una enseñanza muy enriquecedora.
—Usted ha mencionado que ahora investiga en ecosistemas desérticos, ¿dónde está haciendo sus estudios?
—Hay dos ecosistemas que me interesan mucho, uno es el bosque de encinos y otro es el desierto, y los dos están en San Luis Potosí, un estado maravilloso con más de 40 especies de encinos. En Bélgica, mi país natal, hay menos de cinco. Tenemos una riqueza enorme de encinos en México, pero que casi nunca se menciona, a pesar de que incluso está como símbolo en la bandera nacional. Tenemos una alta diversidad, uno de cada tres encinos en el mundo está aquí en México, hay casi 100 especies que crecen solo en México y más de 160 especies en todo el país.
El otro ecosistema es el desierto de San Luis Potosí con la mayor riqueza de cactáceas en el mundo. Hay lugares donde caminas tres pasos y ves cinco o seis diferentes especies de cactáceas. El ambiente árido lo estoy estudiando mucho porque quizá es aún más relevante restaurar ambientes áridos. Me dedico a la restauración, y más del 40 % del planeta corresponde a sistemas áridos y además estamos en un proceso de desertificación.
El dinamismo de la selva no lo tiene el desierto. En la selva puedes tumbar e, incluso, si no las tocas, se regenera sola, la selva no es tan difícil de restaurar, pero un sistema árido, una vez que se degrada, es muchísimo más difícil de restaurar. Por la extensión que tienen en el planeta, y por el proceso de desertificación y el cambio climático, los desiertos van a ser cada vez más relevantes. Además, muchas personas dependen de sistemas áridos, pero una vez que se desertifican, ya no pueden sostener a la población humana. Eso es lo que estamos viendo en San Luis Potosí. Y aquí tenemos el desierto de Wirikuta, que tiene mucha atención de la prensa internacional por la importancia cultural que tiene, debido a la peregrinación de los wixárikas que llegan en búsqueda de los peyotes que crecen en el desierto. Estamos también en años muy importantes, porque las últimas gotas de lluvia que caen en el desierto, ahora no están cayendo, debido a la industria agrícola, porque en los invernaderos donde cultivan chile y tomate, para evitar que el granizo les rompa el techo de plástico, están utilizando técnicas para detener la lluvia.
—¿Cómo detienen la lluvia?
—Hay aviones que dispersan químicos en la atmósfera y también hay explosiones desde el suelo con estos químicos para dispersar las nubes. Las tres gotas de lluvia que caían en el desierto, ya no están cayendo y este es el segundo año con cero lluvia. Estamos en un proceso importante, en un desierto muy importante a nivel mundial por su diversidad de cactáceas y si se continúa este proceso de eliminar las lluvias, se están cruzando los umbrales.
En algunas comunidades la gente deja de criar ganado, porque ya no hay vegetación para que se alimenten. No sé qué pasará con todas esas especies endémicas de la zona, con las especies que dependen de esas tres gotas de lluvia. Porque es en la zona de los invernaderos, que justamente coincide con las zonas sagradas de Wirikuta, donde se dispersan estos químicos en la atmósfera. Este químico evita que las partículas concentren la humedad, entonces no se forma la nube.
—¿Y por qué se hace esto?
—Porque los invernaderos tienen techos de plástico y, a veces, cae granizo, aunque no crea, en el desierto puede caer granizo, sobre todo en abril o mayo. Entonces, un evento de granizo causa un daño muy grande en los techos de los invernaderos, por tanto, para evitar los daños aplican estos químicos. Es un problema complejo, porque se trata del empleo formal más grande que existe en la zona. Antes era la minería, ahora solo los viveros.
–¿Ahora se está dedicando solo al desierto?
–Tengo un proyecto grande de restauración, un experimento grande en un bosque de encino. A mí me interesa ver cómo el ser humano puede tener su milpa y su ganado y a la par no destruir la selva, el bosque. Entonces estoy viendo terrenos abandonados y terrenos muy degradados, los que ya no tienen suelo ni lluvia o es un suelo que están en las laderas con erosión. Ahí no crece nada. Yo estoy justamente en estos paisajes.
* Imagen principal: David Douterlungne en la Selva Lacandona. Foto: Cortesía David Douterlungne.
El artículo original fue publicado por Yvette Sierra Praeli en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
Si quieres leer más sobre conservación en Latinoamérica, puedes revisar nuestra colección de artículos. Y si quieres estar al tanto de las mejores historias de Mongabay Latam, puedes suscribirte al boletín aquí o seguirnos en Facebook, Twitter, Instagram y Youtube.