Todo comenzó por las abejas. No se trataba de las abejas que más abundan y que son más conocidas, aquellas que la ciencia llama Apis mellifera. La historia de Leydy Pech como defensora del ambiente, el territorio y la identidad maya puede empezar a contarse a partir de su interés por conservar a una abeja más pequeña, que no tiene aguijón, que hace sus colmenas dentro de troncos huecos y que solo se encuentra en la Península de Yucatán. Una abeja bautizada por los científicos como Melipona beecheii, pero que los mayas llaman Xunáan Kab, “la dama de la miel”.
Hace poco más de dos décadas, Leydy Pech y otras mujeres mayas de la comunidad de Ich Ek —municipio de Hopelchén, en el estado de Campeche, al sur de México— se organizaron para comenzar a rescatar una práctica que habían desarrollado los antiguos mayas, pero que se perdía en su territorio: la meliponicultura, es decir la crianza de la Xunáan Kab para producir miel.
Esas “abejitas” —como les llama Leydy— provocaron una pregunta que se convirtió en un motor de acción: “¿Cómo se van a conservar a las abejas si cada vez hay menos condiciones ambientales para que ellas sobrevivan? Las abejitas permitieron darme cuenta de todo lo que estaba pasando en mi territorio”.
Desde entonces, Leydy Pech —hoy de 55 años— y sus compañeros del Colectivo de Comunidades Mayas de los Chenes han recorrido un largo camino que los ha llevado a denunciar las consecuencias ambientales, sociales y culturales que está provocando el avance de la agroindustria en el municipio de Hopelchén, Campeche, y en otras áreas de la Península de Yucatán.
En ese caminar se han enfrentado a grandes empresas como Monsanto, así como a las dependencias gubernamentales que en 2012 otorgaron permisos a la empresa para la siembra de soya transgénica, sin realizar consultas previas. “Nunca imaginé —dice Pech— que al decidir conservar a estas abejitas nos íbamos a enfrentar a tantas dificultades”.
En 2015, después de un largo litigio, la Suprema Corte de la Nación dictaminó que el gobierno mexicano violó los derechos constitucionales de los mayas al entregar los permisos a Monsanto. En 2017, el Servicio Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad Agroalimentaria revocó el permiso que tenía la compañía para cultivar soya genéticamente modificada en seis estados de México.
Por ese logro y por su trabajo por la defensa del territorio maya, Leydy Pech es una de las seis personas que este año obtuvieron el Premio Goldman, galardón que desde 1989 otorga la Fundación Ambiental Goldman y que es considerado como el más importante reconocimiento para defensores ambientales.
“Este premio es un reconocimiento al trabajo colectivo que se ha hecho en Hopelchén; es también una gran responsabilidad y un compromiso por continuar, porque durante nuestra lucha hemos logrado varias cosas, pero aún nos falta mucho por hacer”, dice Leydy Pech. Es discreta al mostrar su felicidad por el galardón; en sus palabras no hay aspavientos; en su voz no hay prisa ni titubeos. En sus frases predomina el plural: “Como sucedió con el fallo de la Suprema Corte, este reconocimiento nos da la razón: vamos por buen camino”.
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El poder de las comunidades organizadas
Leydy Pech nació y creció en la comunidad maya de Ich Ek, en el municipio de Hopelchén, en Campeche; una región conocida como Los Chenes, un territorio que forma parte de la selva maya y en donde la apicultura es una de las principales actividades económicas: 40 % de la producción nacional de miel proviene de la Península de Yucatán.
Cuando un grupo de mujeres de Ich Ek comenzaron a trabajar con las abejas Xunáan Kab —recuerda Leydy Pech— se dieron cuenta de que los conocimientos de sus ancestros mayas se estaban perdiendo: solo en algunos lugares se realizaba meliponicultura y la introducción de las abejas Apis mellifera ya había desplazado a las abejas nativas.
“Estas abejitas —explica Pech— han vivido en este territorio desde hace miles de años, son mayas, pero se les estaba desplazando, porque ellas no producen tanta miel como la Apis, pero no por eso se les debe hacer a un lado. Ellas son de este territorio y gracias a ellas existen ciertas plantas. Pero cada vez es más difícil que tengan las condiciones ambientales para que vivan”.
Los cambios en el paisaje comenzaron a notarse más a partir de finales de la década de los ochenta, cuando en el municipio de Hopelchén empezaron a instalarse colonias de comunidades menonitas procedentes del norte de México. Los menonitas compraron y rentaron tierras las cuales transformaron en grandes campos de cultivo sin que ninguna autoridad federal, estatal o municipal lo impidiera.
Cuando Leydy Pech, sus compañeras y habitantes de otras comunidades de Hopelchen miraron cómo la diversidad de la selva maya se sustituía por extensos campos de monocultivos decidieron organizarse, formaron el Colectivo Apícola de los Chenes que después cambió su nombre a Colectivo de Comunidades Mayas de los Chenes.
“Primero eran un grupo de representantes de unas ocho comunidades que, entre 2008-2009, empezaron a reunirse para reflexionar sobre los cambios que veían en su región, provocados por la agricultura industrial que estaba modificando toda la geografía de la zona y la selva en Hopelchén”, recuerda Irma Gómez, ingeniera agrícola e investigadora que ha acompañado a las comunidades mayas.
Ese colectivo creció aún más a partir de 2012, cuando en la región se enteraron que el gobierno mexicano, sin consultar previamente a las comunidades, había otorgado permisos a la empresa Monsanto para la siembra de soya transgénica, y esas semillas y plaguicidas, como el glifosato, se estaban utilizando en terrenos agrícolas de Hopelchén.
Irma Gómez recuerda que entre las primeras preocupaciones de los apicultores estaban las consecuencias que traerían los transgénicos a la producción de miel.
Pero, poco tiempo después, las comunidades y sobre todo las mujeres comenzaron a reflexionar sobre cómo la expansión de la agroindustria afectaba a la biodiversidad, contaminaba sus fuentes de agua y provocaba daños en su salud. También se comenzó a hablar de la importancia de conservar sus conocimientos y su identidad maya. “Las mujeres del colectivo —recuerda Gómez— subieron a la mesa de discusión temas como el respeto al territorio y a la cultura”.
La académica Naayeli Ramírez, quien durante un tiempo fue la asesora legal del Colectivo de Comunidades Mayas de los Chenes, resalta que el “colectivo logró dar el salto gracias al liderazgo de muchas mujeres”.
Cuando en 2015 la Suprema Corte les dio la razón y señaló que el gobierno mexicano violó sus derechos al entregar los permisos a Monsanto, el Colectivo de Comunidades Mayas de los Chenes logró mostrar que las comunidades organizadas pueden enfrentar con éxito a grandes empresas.
Pero además, cuando en 2017 se cancelaron los permisos para la siembra de transgénicos, “muchas comunidades del país miraron que es posible litigar contra el estado y contra las empresas. Ese triunfo impulsó a otras comunidades a decir: sí se puede organizarse para pelear contra políticas públicas que nos afectan”, resalta Jorge Fernández, abogado de Equipo Indignación, una de las organizaciones civiles que ha acompañado en su lucha a las comunidades mayas.
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Mujeres que cuidan
Leydy Pech y sus compañeras mayas que han trabajado en el rescate de las meliponas y la defensa de su territorio abrieron nuevos caminos: no solo visibilizaron la importancia de conservar a una abeja nativa, también mostraron que ellas —no sus esposos, hermanos o padres— podían crear una organización —llamada Koolel-Kaab Muuch Kambal— para hacer que su voz se escuche y desarrollar sus propios productos de agricultura orgánica.
Leydy Pech reconoce que “no ha sido nada fácil abrir esas brechas. Porque uno empieza a romper roles en la propia familia y en la comunidad para impulsar cambios. Y eso cuesta”.
Entre las mujeres mayas que, junto con Pech, asumieron la defensa de su territorio están Angélica Ek, Alicia Poot, Andrea Pech Moo, Juanita Keb, Socorro Pech, Hilda Chávez, Guadalupe Correa, Cándida Che, Teresa Lugo, Martha Trejo, Consuelo Tec, Gina Naal, Ana Pech Nal y otras más.
Naayelli Ramírez, hoy directora del departamento regional del Tec de Monterrey, resalta que las mujeres de las comunidades mayas que defienden el territorio en el estado de Campeche “lograron pensarse a sí mismas de otra manera en un contexto que todo el tiempo las reta”.
Quienes conocen a Leydy Pech la definen como una mujer con una capacidad analítica sorprendente, que apuesta al diálogo, que es empática y que no busca el conflicto. También resaltan su capacidad para transformarse, adaptarse, mejorar y enfrentar sus miedos. Su liderazgo, coinciden, se ha dado en forma natural.
Pech prefiere no mirarse como “líder” o “activista”. Incluso, acepta que se negaba a mirarse como defensora ambiental. “A mí, como mujer, me han enseñado a cuidar, a proteger”, dice. Por eso, cuando ella miró cómo se estaba perdiendo ese ambiente, eso que formaba su territorio y su identidad como maya, era lógico que tenía que tomar el camino de la defensa.
“En menos de 15 años, se perdieron esos grandes espacios de selva que teníamos y en donde escuchábamos a los pájaros, veíamos las plantas y a las abejas pecoreando; uno sentía el olor de las flores. Todo eso ya no está cerca; ahora está cada vez más lejos. Yo lo pude mirar, pero las nuevas generaciones ya no lo tienen tan cerca… Nosotras estamos luchando por conservar el territorio para las demás generaciones”.
La ganadora del Premio Goldman confiesa que se identifica con las abejas, porque como ellas necesita las plantas, un territorio conservado para mantener su identidad: “para que nosotros, los mayas, podamos seguir necesitamos nuestras plantas medicinales, a los animales, a la biodiversidad. Yo vivo gracias a que mis antepasados, mis abuelos, mis padres cuidaron y conservaron. Esa es la parte que a nosotros ahora nos toca: conservar y cuidar para las nuevas generaciones”.
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Defender el territorio y la identidad
En 2019, el estado de Campeche perdió poco más de 53 mil hectáreas de cobertura arbórea. Entre 2001 y 2019, tan solo en el municipio de Hopelchén esa pérdida fue de 186 000 hectáreas, lo que equivale a una disminución del 20 % de lo que se tenía en el 2000, de acuerdo con datos de la plataforma Global Forest Watch.
Investigadores como el doctor Edward Allan Ellis, del Centro de Investigaciones Tropicales de la Universidad Veracruzana, han documentado que en Hopelchén, la tasa de deforestación es cinco veces más alta que el promedio nacional.
A Leydy Pech no le convence el término “deforestación”; siente que la palabra se queda corta, que no es suficiente para dar una idea clara de todo lo que se pierde cuando se transforma una zona que antes era selva. “Cuando se habla de deforestación —explica— pareciera que solo se habla de que se tala cierto número de árboles. No, en esa tala de árboles se perdieron más cosas: se pierden las aguadas —lugares donde se concentra el agua—, se pierden especies de animales, se pierden conocimientos sobre esos lugares”.
Es por eso que para Leydy Pech la defensa del territorio está ligada con la defensa de la identidad maya. “Estamos luchando para conservar no solo la biodiversidad, también nuestra identidad y los conocimientos que tenemos como pueblos originarios”.
Y por eso, Pech y sus compañeras mayas se han ocupado en trabajar con los jóvenes. Para ella es importante que las nuevas generaciones de indígenas mayas tengan un sentido de pertenencia al territorio y a la cultura. “Esa es una responsabilidad que tenemos, que no se pierdan los conocimientos de nuestra cultura maya”.
Jorge Fernández, abogado de Equipo Indignación, resalta que el Colectivo de Comunidades Mayas de los Chenes es hoy un espacio en donde la defensa del territorio va de la mano con la defensa de la identidad maya.
“Ese proceso de búsqueda y encuentro con la identidad maya que ha tenido el colectivo —resalta Fernández— es uno de los procesos más interesantes que he visto. Han construido nuevas estrategias jurídicas y políticas donde se liga lo ambiental con lo cultural y la defensa de sus derechos como pueblo indígena”.
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Seguir la lucha contra un “desarrollo” impuesto
En las últimas dos décadas, la selva maya pierde territorio no solo por el avance de la agroindustria. La Península de Yucatán ha sido invadida por proyectos que van desde la instalación granjas porcinas —un estudio de Greenpeace-México documentó 257; 43 de ellas dentro de Áreas Naturales Protegidas—, parques eólicos, granjas solares e instalaciones turísticas. Además, el gobierno federal impulsa la construcción del llamado “Tren Maya”.
En estos años Leydy Pech ha mirado cómo se utiliza el discurso del “desarrollo” para impulsar megaproyectos agroindustriales, turísticos o de infraestructura. Ese mismo discurso es con el que hoy el gobierno actual impulsa al llamado Tren Maya: “Este gobierno sigue cometiendo el mismo error que los gobiernos anteriores: se plantea el desarrollo desde los escritorios, sin escuchar a las comunidades. Por eso, nosotros nos preguntamos: El desarrollo, ¿para quién es? Los proyectos eólicos, de extractivismo, de agroindustria, de turismo y el del tren no son nuestros proyectos. Son proyectos que llegan, se imponen y solo provocan desequilibrio, más pobreza y pérdida de conocimientos.”
Los integrantes del Colectivo de Comunidades Mayas de los Chenes ha visto en su región esos desequilibrios ambientales, sociales, económicos y culturales que provocan, por ejemplo, la agroindustria.
En junio pasado, por ejemplo, el paso de las tormentas tropicales Amanda y Cristóbal dejó graves afectaciones en 122 comunidades de la Península de Yucatán; 22 poblados de Hopelchén se inundaron durante días y se afectó a 93 % de las colmenas en Campeche. El colectivo documentó que las zonas más afectadas fueron aquellas donde se ha perdido selva, se cambió el uso de suelo y se transformaron los sistemas hidrológicos naturales.
“Ahora las comunidades nos estamos inundando cuando hay un evento natural como una tormenta o un huracán. La diversidad de alimentos se está reduciendo. Todo este modelo de agroindustria nos está afectando; los plaguicidas están contaminando nuestros suelos y el agua; se están perdiendo plantas nativas… Y todo —reclama Leydy Pech— por un modelo de desarrollo impuesto por los gobiernos y las empresas. Los pueblos indígenas, los pueblos originarios, somos los que pagamos el costo más alto de ese modelo”.
Cuando se le pregunta sobre el Tren Maya, Pech recuerda los argumentos que escucharon cuando daban la lucha contra la siembra de soya transgénica: “Nos dijeron: tienes muchos años comiendo soya y no te has muerto. Pero no hablaban de todo lo asociado a la siembra de la soya transgénica, la pérdida de selva, de plantas, animales y la afectaciones por los plaguicidas. Con el tren pasa lo mismo. El tren en sí, solo la vía del tren, no es el problema. El problema es todo lo que va asociado a ese proyecto. No nos pueden hablar solo del tren sin mencionar sus impactos culturales, ambientales, económicos y sociales”.
Ante este panorama, Leydy Pech menciona que el recibir el Premio Goldman es un impulso para seguir en la defensa del ambiente, el territorio y la identidad maya. “Estas luchas son muy largas. Esto nos permitirá fortalecer la lucha y nos abre la oportunidad para que se sumen más mujeres”.
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Acciones para el beneficio de todos
Además de Leydy Pech, el Premio Goldman 2020 también se entregó a cinco activistas ambientales más; entre ellos a la ecuatoriana Nemonte Nenquimo, quien lideró una campaña indígena y una acción legal que tuvo como resultado un dictamen de la corte para la protección de la selva amazónica y el territorio waorani contra la extracción petrolera.
Otros de los galardonados este año son Chibeze Ezekiel, de Ghana, quien logró detener la construcción de una central de carbón; Kristal Ambrose, de Las Bahamas; quien logró que su país prohibiera las bolsas plásticas de uso único; Lucie Pinson, cuyo activismo permitió que en 2017 los tres bancos más importantes de Francia eliminaran el financiamiento para nuevos proyectos de carbón; y Paul Sein Twa, del pueblo indígena Karen de Myanmar, quien impulsó la creación de un parque de la paz, un modelo comunitario de colaboración para la conservación en la cuenca del río Salween.
“Estos seis defensores del medio ambiente son los mejores ejemplos del impacto que una persona puede tener en muchas”, de acuerdo con John Goldman, presidente de la Fundación Ambiental Goldman.
Leydy Pech insiste que el premio es un reconocimiento para un trabajo en colectivo; un trabajo que comenzó por las abejas y que ahora sigue siendo por ellas, por esas abejas nativas que son una pequeña pieza de todo aquello que integra la identidad cultural maya.
El artículo original fue publicado por Thelma Gómez Durán en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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