Nemonte, con sus cortos seis años de edad, entendía que había dos mundos. El primero, donde existía su oko —la gran casa donde vivía en la selva— iluminada por el fuego y en donde su familia la llamaba por su nombre, ese que significa “muchas estrellas”. Y el otro mundo, donde los hombres blancos observaban a los Waorani desde el cielo, a bordo de grandes aviones, poseían una empresa petrolera que amenazaba su territorio y donde los misioneros evangélicos la llamaban “Inés”.
“Seremos Jaguares” es el nuevo libro donde la lideresa indígena Nemonte Nenquimo narra sus memorias y su lucha contra las petroleras en territorio Waorani, en Ecuador, con el objetivo de conservar miles de hectáreas de selva y su biodiversidad. La publicación que será lanzada en este mes de septiembre, fue realizada en coautoría con Mitch Anderson, director ejecutivo y cofundador de Amazon Frontlines, quien es además el esposo y compañero de activismo de Nenquimo, con quien tiene dos hijos pequeños.
“Nuestro Dios que nos da visión es el jaguar y, cuando tú mueres, te conviertes en uno”, explica la lideresa waorani. “Al morir, vamos a seguir vivos espiritualmente, vamos a seguir protegiendo nuestro territorio, en la tierra y con la naturaleza. Con eso me siento muy feliz, porque si un día muero, voy a seguir estando viva, recorriendo y cuidando la tierra”, dice sobre el título de su libro.
Dos décadas más tarde de su ruptura con los grupos religiosos, Nemonte Nenquimo se convirtió en una de las voces más contundentes en el activismo contra el cambio climático. Ha encabezado la alianza de diversos pueblos indígenas en la Amazonía, con lo que logró, en palabras de los waorani, “una histórica victoria contra las grandes petroleras”, tras un proceso legal que suspendió la explotación que pretendía hacerse en su comunidad.
En el marco del Día Internacional de la Mujer Indígena —que se conmemora cada 5 de septiembre desde 1983— Mongabay Latam conversó con Nemonte Nenquimo sobre su defensa de la Amazonía y lo que simboliza esta nueva publicación, escrita por ella, para las mujeres indígenas del mundo.
—El libro será lanzado bajo dos nombres distintos, además de “Seremos Jaguares” —para Estados Unidos y Latinoamérica—, también se llama “No seremos salvados”, en el Reino Unido, ¿por qué se eligió un título diferente para este último país?
—”No seremos salvados” es porque, muchas veces, gente de otras partes del mundo llega a los territorios indígenas “a salvar”. Vienen con esa propuesta, con esta frase bien bonita, pero no están haciendo el bien. Vienen con una palabra de salvación, pero realmente están haciendo daño. Mi gente, mi pueblo, mis abuelos, mi papá, fueron contactados por los evangélicos americanos [de Estados Unidos]. Ellos llegaron con esas palabras sobre la salvación y el infierno, y todos se asustaron. Las consecuencias fueron la enfermedad y la muerte, y la destrucción ocasionada por la petrolera.
Muchos jóvenes de Europa se asustaron con ese título y me preguntaron: “Nemonte, ¿no vamos a ser salvados?” Y les dije que no, mientras no respetemos a la Madre Naturaleza. Lo que da la vida y el equilibrio del planeta es la selva, entonces hay que tener conexión con ella. Me doy cuenta de que la gente de afuera está desconectada de lo espiritual y de la Madre Naturaleza, pero el mundo de los indígenas también; cuando llegan los petroleros, carreteras, invasiones y deforestación, se desconectan de sus propias raíces, de sus propios conocimientos. Esas son dos cosas que trato de decir en el libro. No hablo sólo de la gente del mundo del blanco, sino de las dos partes que debemos entender y respetarnos unos a otros, nuestras culturas y nuestras cosmovisiones.
—En su libro, usted sostiene que, para el pueblo Waorani, las historias son seres vivientes sagrados, ¿a qué se refiere?
—Nuestros ancestros, desde hace miles de años, siempre han contado la historia oral, porque los Waorani no somos escritores. Actualmente, seguimos siendo seres orales vivientes: nuestros padres, nuestras mamás, nuestros abuelos y nuestros tíos siguen contando oralmente, a diario. Yo pienso que si la historia no la cuentas, se muere. Mi abuelo contaba sobre mi bisabuelo, mi papá sigue contando toda esa memoria y yo se la estoy contando a mi hija. Esa es la historia viviente.
Cuando empezamos a escribir mi libro, primero, lo contamos oralmente. Mi esposo anotó todo en el cuaderno y lo grabó en el celular, pero no como un antropólogo que nos visita uno o tres meses, que pregunta todo el día, y luego termina. En la cultura Waorani, no existe eso. Nuestra cultura es muy diferente, porque cada día se vive diferente: en alegría, en el movimiento, con los animales, con las plantas, en las conexiones con la lluvia y las tormentas.
Ojalá que lean el libro y lo dejen vivir libre, que navegue por todos lados en el mundo, y que especialmente pueda fortalecer a las mujeres, no solamente a las indígenas, sino que todas las mujeres puedan tener su propia voz, tener coraje.
—¿Cómo fue el proceso de construcción del libro en compañía de Mitch Anderson?
—Estoy muy agradecida con mi esposo, porque él vivió muchos años en mi territorio, caminó muchos años con mi papá, estuvo en las fogatas y en las madrugadas, supo cómo era la niña Nemonte, qué comía, qué le gustaba, cómo hacía y cómo quería.
Este fue un trabajo realmente profundo, con mucho respeto y con mucha honestidad. Yo recordé mis memorias de niñez y me dio mucha alegría. Muchas memorias no están en el libro, porque salieron como si fueran muchas burbujas, como si estuviera lleno de estrellas, pero Mitch tenía que coger una estrella y contar para llegar a otra estrella. Era mucho, tanto que no cabía en el libro. La historia está contada muy hermosa y me siento muy orgullosa porque es el primer libro de mi historia y también de la lucha de mi pueblo, una historia que muchas veces fue contada por los misioneros, por otra gente que ha vivido un rato allí. Es muy hermoso entender la profunda conexión espiritual, con la madre naturaleza y cómo interactuamos como pueblos, de manera muy cercana con la tierra, con los animales y con lo sagrado, con todo el contexto colectivo.
Para mí era muy importante que Mitch entendiera el contexto de la vida en la selva y también que conociera quién soy yo. Él viene del sistema capitalista y yo soy una mujer de la selva. Mi pueblo recién hace 50 años fue contactado. Los Waorani somos el último pueblo contactado en el Ecuador, entonces era algo muy importante de contar.
Los dos estamos trabajando en la defensa del territorio, en la defensa cultural y de conocimientos, pero él no era como un misionero que venía para imponer la idea de la colonización ni de la iglesia, sino para entender profundamente. Yo estoy creciendo con mi liderazgo y necesito contar quién soy, quién es mi pueblo y por qué estamos luchando.
—Usted vivió una parte de su historia en una misión evangélica, ¿cómo decidió romper con la religión y emprender su camino en la defensa del territorio Waorani?
—Viví dos o tres años fuera, en Quito. Cuando volví a mi territorio para conectar con mi familia, me daba mucha vergüenza porque ellos tenían sus conocimientos propios y yo venía con otra ropa, queriendo enseñarles sobre la Biblia. Ellos se burlaban de mí, mis tías me decían: “Tú eres nieta de Piyemo y de Wemonca, ¿tú vas a venir aquí con esta cultura ajena a insistir?” Estando más tiempo en la selva, supe que yo estaba perdida, que yo misma estaba mal. Estaba confundida.
Pensaba: “si yo estoy confundida, mucha gente más de mi generación se podría confundir y podemos perder nuestra riqueza, nuestra cultura, nuestros valores, nuestros conocimientos, nuestra tierra y nuestro río”. Yo sentí que realmente no estaba haciendo el bien, porque mi tía se estaba burlando de mí y me decía: “¿Quién eres tú? ¿De qué familia? ¿Qué sangre tienes? Deberías estar haciendo chicha, deberías estar cantando y curando con hojas”. Eso me dolió mucho, las palabras de mi tía me hirieron. No sentí orgullo por decir que soy la primera que habla español muy bien o que puede vestir esta ropa. Ahí me di cuenta de que estaba haciendo lo mismo que una misionera al presionar y desaparecer mi propia cultura.
Pero tuve la valentía de decirme a mí misma: “despiértate, Nemonte”. Mi decisión fue volver a mi territorio y ser maestra, para poder entender con los niños cómo es el mundo. Los niños de la selva están con los ojos abiertos, con la mente muy abierta, son muy inteligentes, trepan, corren, se bañan, nadan y se relacionan con los animales, pero el mundo de afuera se limita a tener miedo, los adultos les dicen que la tierra los puede ensuciar, pero los niños de mi comunidad se bañan desnudos y se caen en el lodo. Yo crecí así.
—¿Cómo inició la lucha por evitar la entrada de las petroleras al territorio Waorani?
—Yo quise ser maestra en mi territorio, pero me mandaron a otro territorio Waorani, donde había una petrolera. Esto le dio más dolor a mi alma. Me di cuenta, por primera vez, cómo las empresas vienen a dominar, cómo vienen a tratar a mi gente, a mi pueblo, con la violencia. Mis abuelos y mi gente tenían razón. La Madre Tierra nos está dando todo, la comida, la cultura, el conocimiento, vivimos en paz y en colectivo, pero ese otro mundo está jalando para hacernos individuales.
Cuando conocí a Mitch, en el 2013, y me invitó a ir con los Cofán [otra nacionalidad indígena de Ecuador], ahí me dio coraje realmente. Como nunca en mi vida. Los hijos de mi compañero Emergildo Criollo murieron tomando petróleo. Después, hubo otro derrame fuerte, grandísimo y las mujeres estaban lavando y bañándose. ¿Qué hicieron las empresas petroleras chinas? Les llevaron atún y azúcar para que no hablaran con la prensa. Lo ocultaron y eso me daba más rabia. Yo dije: “¿qué estoy haciendo de manos cruzadas? Si no hago nada, en mi comunidad Waorani de Pastaza va a pasar lo mismo que en el norte, con las comunidades Cofán”. Se va a contaminar el agua, el ambiente, la cultura y estaremos perdidos y vagabundos.
No debemos permitir que las petroleras y el mundo de la colonización vengan a burlarse y a humillarnos, a darnos migajas, porque toda la riqueza que sacan, se la llevan y nosotros quedamos como mendigos. Yo volví a mi territorio pensando algo nuevo: que tenía una misión.
—¿Cómo comenzó a aliarse con otros pueblos y comunidades?
—Tomé fuerza para juntarme con otros pueblos minoría, para mí era una estrategia traer a mi pueblo de Pastaza y que vieran la historia de los Cofán que, igual que nosotros tenían una riqueza grande, que se redujo por la invasión de la petrolera y que ahora viven comiendo atún y arroz.
Era mi gran momento para movilizar a mi gente y crear también una organización sin fines de lucro. El sueño era saber qué queríamos para el futuro y me di cuenta de que mis ancestros eran más sabios que yo. Mi abuelo tenía razón sobre defender y cuidar, ellos eran nómadas que temían perder su territorio. Y tuve miedo. Pensé: “¿seré líder o no? ¿Lo lograré?” Pero sabía que esto debía pararse, como una pared. Y eso fue, hemos cumplido. Formamos la Alianza Ceibo y ganamos contra el petróleo [cuando en el 2019, Nemonte Nenquimo encabezó la acción legal contra el Estado ecuatoriano por violentar el derecho del pueblo waorani de Pastaza a la consulta previa, libre e informada sobre el plan de explotación del bloque 22].
—Hace un año, los pueblos indígenas y la ciudadanía ecuatoriana dijeron “Sí al Yasuní” para expulsar a las petroleras de este Parque Nacional, pero ese resultado no ha sido ejecutado, ¿cuál es su demanda al respecto?
—Todos los ecuatorianos, los pueblos indígenas, activistas, cineastas, estudiantes y la sociedad en general estuvimos unidos, hicimos campaña para que ganara el “Sí a la vida”, entonces la voluntad del pueblo ecuatoriano se debe cumplir. El presidente Daniel Noboa dijo que, cuando él llegara a ser presidente, lo iba a respetar y que el Yasuní ITT no iba a hacer más explotaciones. En la campaña fue muy bonito, pero no está haciendo nada para que las empresas petroleras desmantelen sus herramientas y salgan.
Ahora se escucha que se deben quedar, que va a ser un proceso. El presidente no está respetando la decisión de los ecuatorianos. Más bien, él quiere invertir en las empresas y en la minería, lo que destruye al medio ambiente, los ríos y toda la Amazonía. Él tiene la oportunidad como presidente, como joven, de pensar y tener una planificación, una propuesta diferente como líder, porque al final el petróleo no le va a dar más tiempo de sostenibilidad a la economía del país, el petróleo se va agotar. Se debe dejar de producir, tiene que haber otra forma de economía e invertir en conservación, pensando en el futuro, y que no solamente beneficie al país del Ecuador, sino al mundo. Ya hemos visto que 50 años de operación petrolera no han sido solución económica, más bien ha habido más matanzas.
Yo no soy muy política, pero, como mujer indígena y como lideresa, pienso que tenemos un sueño: que en el futuro toda esa diversidad siga viviendo, no debe ser destruida ni mucho menos desaparecida. Los pueblos indígenas vamos a seguir exigiendo al gobierno. Los países amazónicos estamos unidos. El gobierno se comprometió a respetar la voluntad de la sociedad y no lo está haciendo. Se deben suspender explotaciones en el bloque petrolero del Yasuní, pero ya, rápido.
—Las mujeres amazónicas de Ecuador han tenido una representatividad muy importante en la defensa de la naturaleza, ¿qué significa este libro para todas ellas?
—Pienso que este libro es muy importante, porque las mujeres indígenas en la Amazonía deben fortalecerse, deben tomar las decisiones y no quedarse calladas, tomar la voz ante el mundo. Las mujeres que no son amazónicas también deben tener coraje y decir las cosas. En donde sea que estemos, hay que aliarnos y juntarnos para saber qué es lo mejor y tomar las mejores decisiones para el futuro. Si no lo hacemos, si no asumimos y no nos hacemos responsables, continuaremos con la misma mirada que nos está llevando al borde de la destrucción en todo el planeta.
Este libro escrito por una mujer indígena, desde su propia experiencia y desde su propia salvación y esfuerzo por defender y proteger la Amazonía, puede ser un ejemplo a seguir por todas las mujeres, con una mirada distinta para lograr el cambio en este mundo, para el futuro de las generaciones.
—¿Qué futuro espera para la Amazonía y la lucha contra el cambio climático?
—La gente de afuera debe tomar decisiones y tomar acción, no solamente escuchar y escuchar lo que está afectando a la Amazonía. Tomar acción significa que ya no debes consumir ni invertir en lo que está haciendo daño al territorio. Este no es sólo el trabajo de los pueblos indígenas. No se trata de pensar que allá lejos en la Amazonía sólo los pueblos son afectados y los demás no, porque todos estamos conectados con la tierra. Simplemente tenemos que despertar nuestra conciencia y buscar recursos para la conservación de la naturaleza y de los pueblos indígenas, pero también para proteger a quienes siguen luchando en las comunidades: los líderes y lideresas. Tenemos que hacer un frente, una sola causa para la vida de los seres humanos y para detener el cambio climático.
En las conferencias y encuentros, los indígenas no toman las decisiones, los pueblos son invitados como payasos a “representar”, pero las decisiones las toma la gente blanca, los mismos políticos que quieren generar más petróleo, más minería. Yo no estoy de acuerdo. Hay que permitir que los indígenas y los no indígenas juntos tomen las decisiones para hacer cambios reales. Si esperamos que el gobierno y los políticos hagan un cambio, nunca sucederá. Mi experiencia de liderazgo es tomar conciencia con la sociedad civil. No esperemos que el gobierno nos dicte y tome la decisión de la vida a futuro, sino que nosotros como mujeres, jóvenes, lideresas, madres, debemos hacer comunidad, unirnos y tener la esperanza de cambiar el mundo.
*Imagen principal: Nemonte Nenquimo en uno de los jardines forestales de su familia cerca del pueblo de Nemonpare, en la Amazonía ecuatoriana. Foto: de Nico Kingman / Amazon Frontlines
El artículo original fue publicado por Astrid Arellano en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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