La presencia del felino emblemático de las Américas, el jaguar, es uno de los grandes indicadores de la salud de nuestra Amazonía. Cuando su población es escasa, las probabilidades de tener un bosque rico en fauna son muy bajas. Esta es la razón por la que es tan importante saber cuántos jaguares existen, tomando en cuenta que solo se habla de estimados en los países que forman parte del hábitat de este felino, que va desde el sur de Estados Unidos hasta el norte de Argentina.
En términos de cifras, el panorama regional no es alentador. Las 34 poblaciones identificadas de jaguares, hasta el momento, enfrentan una pérdida significativa de su espacio de movimiento: han perdido más del 57 % de su hábitat por impactos externos. La alternativa que muchos países han encontrado para protegerlo en este contexto es cuidar a las poblaciones que viven dentro de las áreas naturales protegidas, donde se cree pueden sortear los peligros que las acechan.
Es justo en estos espacios que un grupo de investigadores del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF por sus siglas en inglés) ha estudiado a esta especie, que responde al nombre científico de Panthera onca. Uno de los hallazgos más importantes de esta investigación —que abarca las poblaciones de Colombia, Ecuador y Perú— es que existe un paisaje que comparten estos tres países que podría albergar hasta a 2000 jaguares, lo que los científicos describen como nueva gran unidad de conservación para esta especie.
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El jaguar, un animal migrante
José Luis Mena, jefe del departamento de Zoología del Museo de Historia Natural de la Universidad Ricardo Palma, es uno de los científicos que lideró la investigación que comenzó a fines de 2017 y que concluyó con la reciente publicación. Luego de más de una década investigándolos, el biólogo peruano confiesa que hasta hoy no ha podido observar a un jaguar en sus salidas de campo. Pero agrega que el solo hecho de ingresar al bosque para recoger la información almacenada por las cámaras trampa ya lo emociona. Varias veces ha podido ver sus huellas, algo que para Mena es conmovedor.
Esta emoción se suma a ser parte de la primera investigación transfronteriza en la Amazonía, la primera también que estima poblaciones de jaguar en un área protegida peruana y el tercer paper que se publica en su país sobre esta especie. “La conservación trasciende áreas protegidas y fronteras”, dice Mena a Mongabay Latam, en alusión a la investigación desarrollada a lo largo del corredor Napo-Putumayo, de unos 131 mil kilómetros cuadrados. Esto incluye al Parque Nacional Güeppi-Sekime en el Perú; a la Reserva de Vida Silvestre Cuyabeno en Ecuador; y la reserva indígena de Umancia en Colombia.
Mena comenta que luego de dos temporadas en campo, entre el 2017 y el 2019, y con 168 estaciones de cámaras trampa instaladas —con aproximadamente dos cámaras por estación—, lograron comprobar que la densidad del jaguar en estas tres áreas protegidas superaba las estimaciones iniciales: de 1.5 a 2.20 jaguares por cada 100 kilómetros cuadrados.
Aunque en los tres sitios encontraron números similares, la investigación señala que en Güeppi los cálculos arrojaron una densidad ligeramente mayor, 2.70 jaguares por 100 kilómetros cuadrados. “Creemos que puede deberse a que, de las tres, esta era la única área intangible por ser parque nacional”, añade Mena.
Las imágenes obtenidas en poco más de tres años de investigación son variadas. En algunas se puede observar a un felino feroz, que se acerca a la cámara como si supiera que está siendo grabado. En otras se le ve más dócil, en rutinas de aseo personal como cualquier felino o revolcándose en el bosque. Todo lo obtenido suma para conocer más sobre el comportamiento de este animal.
En términos cuantitativos, los científicos reunieron 273 detecciones independientes de 39 jaguares tras examinar las fotografías. Identificar a cada individuo es un proceso laborioso pero no imposible gracias a que los patrones de sus manchas son como sus huellas digitales: son únicos.
De este grupo, 23 de ellos son machos, 10 hembras y no se pudo identificar el sexo de los otros seis. Luego de extrapolar estos datos en el resto del territorio de Güeppi, Cuyabeno y Umancia, se estimó que en estas tres áreas existen unos 322 jaguares. Y si se juntan otras siete áreas en los tres países, es decir, el gran corredor propuesto por el estudio publicado en el journal Global Ecology and Conservation, se podría encontrar hasta 2000 de estos felinos.
A esto se refieren los científicos cuando hablan del megapaisaje Napo-Putumayo que enlaza a áreas protegidas de diversos tipos, desde parques nacionales hasta reservas indígenas. La iniciativa busca que se considere desde la Reserva Regional Alto Nanay-Pintuyacu Chambira (Perú) en el sur hasta el Parque Nacional de la Serranía de Chiribiquete (Colombia) en el norte.
Este corredor, según el estudio, debería ser concebido como una unidad de conservación de jaguares (UCJ), como la denominó en el 2002 el científico Eric Sanderson y que es utilizada desde entonces como una referencia por las comunidades académicas que estudian a este felino. Aunque en el Perú existen algunas UCJ identificadas, hasta la fecha no existían unidades demarcadas en la Amazonía norte, específicamente al norte del río Marañón. Con la investigación realizada, Güeppi también podría ser considerada una nueva UCJ, ya que se necesita al menos 50 individuos reproductores para ser considerada viable.
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Trabajo en equipo
“La conservación de la biodiversidad tropical tiene que tener un enfoque de paisaje”, resalta la publicación científica. Eso lo sabe bien Jessica Gálvez-Durand del Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre (Serfor). “Necesitamos corredores transnacionales —comenta la directora de Gestión Sostenible del Patrimonio de Fauna Silvestre— no solo para el jaguar sino para especies como el tapir de montaña y para ello estamos impulsando coordinaciones con otros países como Ecuador y Colombia”.
Ella asegura que esa visión holística de protección es algo que están incluyendo en el plan nacional de conservación de esta especie, que es la serie de compromisos que ha asumido el Perú como parte del Plan Jaguar 2030. Este último reúne los esfuerzos de 14 países para fortalecer la supervivencia del felino.
Según Gálvez-Durand, se estima que el Perú tiene la segunda población de jaguares más grande después de Brasil. “Solo en la Amazonía sur —agrega— estamos hablando de 6 mil unidades”. No obstante, Perú está en la cola de los países que cuentan con muy poca información científica sobre este felino, dice Vania Tejeda, Oficial de Biodiversidad de WWF Perú y otra de las autoras de la investigación. “Es difícil empujar la agenda del jaguar —señala— cuando no se cuenta con data”.
En los otros países donde se condujo la investigación, Ecuador y Colombia, la situación es distinta. En ambos existen investigaciones sobre este felino y en ellas existen 7 y 9 unidades de conservación de jaguar (UCJ), respectivamente. Algunas de estas UCJ son parte de la propuesta del gran corredor que propone este estudio realizado por WWF y gran parte de estas zonas se ubican en áreas naturales protegidas.
De acuerdo con los científicos que encabezaron el análisis, esta ubicación ha permitido una mayor conservación de la especie, incluso pese a la continua fragmentación del hábitat del jaguar que restringe cada vez más sus espacios de tránsito y lo ponen en peligro. Existen serias amenazas como los proyectos de infraestructura y la deforestación, generada por la ampliación de espacios ganaderos y actividades ilícitas, que presionan estas áreas.
Jessica Pacheco, oficial del Programa de Bosques y Agua Dulce de WWF Ecuador y coautora del estudio, comenta que si bien se han realizado estudios sobre estimación del jaguar en Ecuador, no se tenía una información actualizada. Además, tanto en este país como en Colombia, el trabajo con la población indígena fue clave para tener datos robustos tanto sobre este animal como sobre otros mamíferos y aves de menor tamaño. En el Perú también se ingresó al campo con indígenas de la comunidad nativa Puerto Estrella y con pobladores de Cabo Pantoja, pero estaban más alejados de la zona de estudio, Güeppi, al ser este un parque nacional.
En Ecuador se trabajó con pobladores de la etnia kichwa de la comunidad de Zancudococha y con indígenas cofán de la comunidad de Zabalo. En Colombia, la investigación se hizo con la comunidad de Umancia de la etnia murui muina. En estos tres espacios se pudo instalar la figura del monitor ambiental, personaje que no solo se convirtió en un agente para ubicar las cámaras trampa y recogerlas del campo, sino en un aliado de la conservación en sus pueblos.
“A partir de las imágenes que obteníamos de las cámaras trampa ellos empezaron a reconocer a animales que pensaban que nunca habían visto. Estaban impresionados”, dice Pacheco. La especialista agrega que en Zancudococha se planteó llevar estas fotografías a la escuela local. “Así iniciamos un programa de educación, para que la comunidad siga acercándose a su territorio y a sus especies”, indica.
En el lado colombiano, los monitores murui muina se involucraron aún más en el trabajo de campo. “Aquí la constitución les da a los pueblos indígenas la propiedad sobre sus territorios y tienen el poder de realizar actividades. Eso los ha empoderado frente a otras comunidades de otros países”, dice Jaime Cabrera, biólogo de WWF Colombia y coautor de la investigación.
El científico detalla que aunque al inicio eran monitores y fueron capacitados para el uso de GPS, de sistemas de información geográfica y cartografía, ahora ya se han convertido en investigadores. “Al empezar a aparecer la data, ellos también iniciaron con la interpretación de esta de acuerdo a lo que ellos sabían o cómo denominaban a esas especies. Así han empezado a sistematizar sus conocimientos sobre el jaguar. Nosotros promovemos un diálogo constante entre el conocimiento tradicional y el occidental”, anota Cabrera.
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Otros hallazgos en el corredor Napo-Putumayo
Además de calcular la población de jaguares en el noroeste de la Amazonía, también se recopiló información sobre otros mamíferos y aves terrestres de tamaño mediano y grande. En muchos casos estos animales forman parte de la dieta del felino, por lo que su estado de conservación también es importante para la salud de los jaguares.
El estudio señala que si bien la riqueza de estas especies fue similar en los tres espacios de Perú, Ecuador y Colombia, se observó una mayor ocupación del pecarí de labios blancos (Tayassu pecari) y el oso hormiguero gigante (Myrmecophaga tridactyla). Estos dos animales son las presas principales del jaguar. Sin embargo, también se encontraron armadillos (Dasypus spp.), coatíes (Nasua nasua) y ciervos de corral (Mazama spp.), consideradas presas secundarias.
“Fueron identificados 24 mamíferos y cuatro especies de aves terrestres en el área de estudio”, añade Mena. El científico comenta que es importante hacer un estudio enfocado concretamente en evaluar la presión de la caza para conocer el impacto de la depredación de las presas del jaguar.
Pero el consumo o caza local de animales es un evento mucho menor frente a otras amenazas que podrían destruir el hábitat del jaguar. El grupo de científicos detectó dos de ellas y ambas relacionadas al proyecto Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional de América del Sur (IIRSA).
La primera está vinculada al dragado del río Napo para construir una ruta de transporte que conecte el puerto de Manaos en Brasil con otros puertos costeros del Pacífico en Ecuador. También se considera otra red de transporte que se quiere instalar en la Amazonía, como la construcción de un ferrocarril transcontinental de 15 mil kilómetros cuadrados y vías navegables de 20 mil kilómetros cuadrados.
“Las carreteras nos sirven, pero las mal diseñadas solo traen consigo deforestación, pérdida del valor del bosque e incrementan la cacería y el ingreso de patógenos del bosque a la ciudad, con consecuencias como las que estamos viviendo con el coronavirus”, agrega el científico peruano.
Mena regresa a un momento importante en la historia del jaguar en el Perú, la que fácilmente puede extenderse a Latinoamérica: el estudio del británico Ian Grimwood en 1968, cuando reveló que en veinte años habían salido 12 704 pieles de jaguares a diferentes partes del mundo desde Iquitos, es decir, unos 600 jaguares eliminados por año. “Estamos hablando de una extirpación de este felino en la selva peruana”, comenta el científico con tristeza, aludiendo también a un problema que sigue vigente considerando el tráfico actual de sus colmillos y garras. Frente a ese número, 2000 jaguares parece poco. Es a ese reducido número al que hay que proteger con más acciones y, como señalan los expertos, con más investigaciones.
El artículo original de Vanessa Romo fue publicado en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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