Hace cincuenta años se exportaban miles de titíes cabeciblancos a Estados Unidos para ser utilizados en investigaciones biomédicas. Hoy en día, la especie es el centro de un gran esfuerzo que busca su conservación y la de su hábitat natural, gracias a estudios de campo y a una activa participación de comunidades en el Caribe colombiano.
El tití cabeciblanco (Saguinus oedipus) es un primate endémico de las selvas tropicales de Colombia, que de acuerdo con la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) se encuentra En Peligro Crítico de extinción. Este primate, que no pesa más de 500 gramos y se distribuye en siete departamentos del país —Chocó, Antioquia, Córdoba, Sucre, Bolívar, Atlántico y Magdalena—, es una especie emblemática, a la que incluso se ha llegado a considerar como el panda colombiano. Sin embargo, como se trata de una especie carismática, su supervivencia se ha visto amenazada principalmente por el tráfico ilegal de fauna silvestre y la expansión de la frontera agropecuaria.
Debido a estas fuertes presiones, sus poblaciones naturales han sido objeto de monitoreo desde hace más de tres décadas. Varias investigaciones han coincidido en que, si bien la especie es altamente adaptable a hábitats intervenidos por el humano, la dramática pérdida de su hábitat pone seriamente en riesgo su existencia, pues la estabilidad de sus poblaciones está fuertemente determinada por la buena salud y abundantes recursos del bosque.
Por tratarse de una especie dispersora de semillas, su presencia es clave dentro del proceso sucesional del bosque seco tropical —hábitat natural de este primate—, pues el tití cabeciblanco contribuye a la regeneración de bosques, la colonización, el flujo genético y la distribución espacial de muchas especies vegetales. Si el tití cabeciblanco se extingue, estos servicios ecosistémicos desaparecerían junto con él.
Precisamente, el bosque seco tropical ha sido diezmado históricamente por la expansión del latifundio ganadero, particularmente en la región Caribe y el Urabá antioqueño. Según un informe del Instituto de Investigaciones Biológicas Alexander von Humboldt, “el bosque seco tropical en Colombia no solo está completamente fragmentado, sino que además se encuentra en estados sucesionales intermedios, rodeado por matrices de transformación”. No en vano, este es uno de los ecosistemas más amenazados en Colombia y el mundo, a tal punto que en el país solo queda el 8 % de su cobertura original.
Además de la deforestación, históricamente el tráfico de fauna silvestre ha tenido serias implicaciones sobre las poblaciones naturales de este primate. Se estima que entre la década del 60 y del 70, se exportaron entre 30 000 y 40 000 titíes a Estados Unidos, ya que esta especie es un biomodelo perfecto para el estudio de colitis y cáncer de colon en seres humanos.
Aún hoy, a pesar de los avances que se han hecho en materia de educación ambiental y de legislación que condena el tráfico ilegal de fauna silvestre, el tití cabeciblanco sigue estando seriamente amenazado por el comercio ilegal de especies que alimenta el mercado de mascotas. En Colombia se continúan reportando incautaciones de tití cabeciblanco, lo cual confirma que los esfuerzos realizados por las corporaciones autónomas regionales y demás autoridades ambientales no han sido efectivos en su totalidad, pues dentro de su área de distribución persiste la caza ilegal de la especie.
De hecho, no es de extrañar que para 2012, año en el que se realizó un estudio de tamaño poblacional de la especie, se estimaran no más de 7000 monos en libertad y que, en la actualidad, la UICN considere al tití cabeciblanco como una de las especies de primates más amenazadas del mundo. Debido a los altos costos de estas valoraciones y la difícil situación de orden público en gran parte del territorio donde habita el primate, no es fácil tener datos actualizados.
Un proyecto para salvar al tití
Debido a las presiones históricas que han puesto en riesgo crítico de extinción a la especie, en 1987 se creó la Fundación Proyecto Tití. La primatóloga estadounidense Anne Savage fue la fundadora de esta iniciativa y desde entonces la ha venido liderando a través de un programa que involucra investigación e iniciativas educativas y de desarrollo comunitario para la conservación de los recursos naturales.
El Proyecto Tití tiene tres líneas estratégicas de trabajo: la investigación de campo, la conservación con la comunidad y la promoción de la especie entre los colombianos. Algo muy relevante dentro del proceso de implementación del proyecto, es que se proponen estrategias económicas para las comunidades rurales en donde se distribuye la especie.
Para Rosamira Guillén, arquitecta paisajista, gestora ambiental y directora ejecutiva de la Fundación Proyecto Tití, el trabajo que se ha realizado durante todos estos años va más allá de la conservación de la especie. “Como resultado de nuestra gestión, hemos logrado proteger cerca de 5400 hectáreas de bosque en los departamentos de Atlántico y Bolívar”, afirma.
Dicho logro es parte de una propuesta que nació en 2012 cuando Proyecto Tití, en asociación con el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, Parques Nacionales Naturales de Colombia, la Corporación Autónoma Regional del Canal del Dique (Cardique) y la Corporación Autónoma Regional del Atlántico (CRA) propusieron la creación un corredor biológico de 8000 hectáreas para garantizar la conectividad y el intercambio entre las diferentes subpoblaciones de la especie en vida libre.
El trabajo de conservación ha traído logros importantes y Proyecto Tití ha acompañado la creación de cuatro áreas protegidas: dos Parques Naturales Regionales, como El Ceibal Mono Tití en Santa Catalina, Bolívar, con 421 hectáreas, y Los Rosales en Luruaco, Atlántico, con 1304 hectáreas; la Reserva Forestal Protectora El Palomar en Piojó, Atlántico, con 772 hectáreas, y el Distrito Regional de Manejo Integrado El Palmar del Tití en Piojó y Luruaco, Atlántico, con 2622 hectáreas. Además, también acompañaron la creación de la Reserva Natural de la Sociedad Civil ‘Los Titíes de San Juan’ que suma 261 hectáreas para proteger a este pequeño primate y que son propiedad de la Fundación Proyecto Tití en el municipio de San Juan Nepomuceno, Bolívar.
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De la mano con la comunidad
Los pobladores locales han tenido un rol protagónico en la protección de este mono catalogado como En Peligro Crítico de extinción. “Procuramos generar alternativas de ingresos sostenibles para reducir la necesidad de estas comunidades de usar y explotar de manera no sostenible los recursos del bosque, dadas las grandes limitaciones que enfrentan en cuanto a opciones de trabajo, educación y salud. Hemos generado proyectos como las ecomochilas —bolsos tejidos con bolsas plásticas recicladas— y los titíes de peluche, elaborados por mujeres de las comunidades”, sostiene Guillén.
El Proyecto Tití también ha tenido que buscar alternativas a la disposición final de residuos sólidos, una presión que aumenta a medida que crecen las comunidades locales que viven cerca de los ecosistemas donde habita el mono. Según Guillén, “se desarrolló un programa para convertir los residuos en una fuente de ingreso”. Precisamente, de ahí nació la idea de las ecomochilas, que además van acompañadas con mensajes educativos sobre la conservación de bosques y la protección del tití cabeciblanco. “Quince mujeres comenzaron con esta iniciativa y fueron tan exitosas que fue necesario ofrecer entrenamiento en negocios, a medida que ellas se convertían en pequeñas empresarias que desarrollaban productos de calidad que hoy se venden en mercados nacionales e internacionales”, resalta.
Ana Isabel Arroyo es una de las 20 artesanas que actualmente subsisten gracias a esta iniciativa. Esta mujer de 46 años, con tres hijos y cabeza de familia, lleva 18 años participando activamente con el Proyecto Tití en la elaboración de mochilas. Con la asesoría de reconocidas diseñadoras colombianas como Francesca Miranda y Judy Hazbún, estas artesanías, que se tejen en la vereda de Los Límites en Luruaco, Bolívar, han sido presentadas en las pasarelas de importantes eventos de moda en el país y se venden en tiendas de Estados Unidos.
“El tití lo es todo, porque gracias a él se mejora nuestra calidad de vida”, explica Arroyo, quien antes de pertenecer al proyecto era empleada del servicio doméstico y hoy en día es una orgullosa líder comunitaria que tiene claro que “el tití es el eje central, pues si no existiera, no habría bosque, no tendríamos nada”. Al igual que ella, muchas familias de la región han logrado tener mejores opciones de trabajo, obtener su propia casa y garantizar el estudio de sus hijos, mientras apoyan la conservación del primate emblemático del Caribe colombiano.
Pero esto no es todo. El Proyecto Tití trabaja con otras organizaciones y autoridades ambientales en el municipio de San Juan Nepomuceno para lograr acuerdos de conservación con campesinos y propietarios de tierras, que permitan crear corredores para conectar los fragmentos de bosque protegidos y facilitar la continuidad de hábitat que especies como el tití necesitan para mantener poblaciones sanas y encontrar alimento.
“Se crean acuerdos de conservación donde los propietarios destinan parte de su tierra para la restauración y conservación del bosque y a cambio reciben apoyo para hacer sus tierras más productivas, usando prácticas amigables con el medio ambiente”, detalla Guillén. Actualmente, ya son más de 200 acuerdos con familias campesinas, quienes se benefician de una mayor productividad de sus tierras y mayores ingresos económicos, a la vez que se comprometen, voluntariamente y a largo plazo, a proteger los bosques dentro de sus propiedades.
Una investigación publicada en la revista Lecturas de Economía de la Universidad de Antioquia, concluyó que en un programa de conservación basado en la comunidad, como el implementado por el Proyecto Tití, los incentivos económicos incrementan la pertenencia y el apoyo a la conservación por parte de la gente que vive en estas zonas.
Por ejemplo, en conjunto con las comunidades rurales, el Proyecto Tití ha contribuido a la restauración del bosque seco tropical al propagar más de 37 especies de árboles nativos, como ceiba (Pseudobombax septenatum), olla de mono (Lecythis minor), suan (Ficus dendroica) y guamito (Inga hayesii), que ofrecen refugio y se constituyen en alimento para la especie.
También se han planteado alternativas para disminuir el uso de leña por parte de la población local, una práctica que puede llevar a la fragmentación y degradación de los bosques donde habita este primate. Un estudio que evaluó los patrones de consumo de leña en el municipio de Colosó, departamento de Sucre, determinó que una familia de cinco personas puede consumir, en promedio, 15 leños de madera de 1 a 1,5 metros diariamente.
Resultados como este llevaron a que desde Proyecto Tití se impulsara el uso de bindes —estufas de uso tradicional en comunidades rurales— hechos con arcilla, lo que redujo significativamente la cantidad de leña usada para la cocción de los alimentos. Se estima que el uso de los bindes ha evitado una mayor presión sobre el bosque seco tropical, ya que la demanda local de leña, según la Fundación, se ha logrado reducir hasta en dos terceras partes.
Además de velar por la conservación del tití cabeciblanco, el proyecto es un generador de empleo. “Nuestro equipo de trabajo, que ya alcanza las 30 personas, está conformado en más de un 50 % por personas de las comunidades locales. Las empleamos, con todos sus beneficios y garantías, para las labores de monitoreo e investigación, restauración de bosque y patrullaje, manejo de áreas protegidas, educación ambiental y trabajo comunitario”, le dice Guillén a Mongabay Latam.
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Un trabajo en equipo
Durante todo este tiempo, el Proyecto Tití ha tenido importantes aliados como el Zoológico de Barranquilla. “Estamos todos de la mano”, asegura el biólogo Christian Olaciregui, Jefe del Departamento de Biología y Conservación de este zoológico, que desde hace más de dos décadas ha contribuido activamente a través de varias estrategias a la conservación de este primate.
Una de estas estrategias ha sido el monitoreo comunitario en los Montes de María —subregión entre los departamentos de Sucre y Bolívar con grandes problemas sociales y de orden público— que, gracias a la activa participación de al menos 20 personas de la comunidad local, han realizado seguimiento y censos del tití cabeciblanco en los corredores biológicos, para así encontrar variaciones en los tamaños poblacionales de la especie.
Por otra parte, esta alianza ha permitido crear conciencia en niños de primaria y secundaria y ha logrado motivarlos a participar en numerosas actividades e intercambios internacionales para promoción de la conservación de los recursos naturales de Colombia. En conjunto con el Zoológico de Barranquilla lograron que en 15 escuelas, con más de 3000 estudiantes, se usara un libro de trabajo en clase, especialmente diseñado para concientizar a niños y jóvenes sobre la importancia de la conservación del tití cabeciblanco.
La promoción pública del primate caribeño ha trascendido los escenarios educativos y en 2018 la especie fue considerada la mascota oficial de los Juegos Centroamericanos y del Caribe que se celebraron en ese año en Barranquilla, lo cual permitió hacer aún más conocida a la especie entre el público nacional y regional.
Con todo, el tití cabeciblanco no ha sido la única especie beneficiada con las acciones de conservación del Proyecto Tití y de las comunidades rurales. “Hemos confirmado en nuestra reserva la presencia del mono araña (Ateles fusciceps) —especie endémica de Colombia, Panamá y Ecuador— y la tortuga carranchina (Mesoclemmys dahli) —endémica de Colombia—, dos especies críticamente amenazadas como el tití cabeciblanco”, destaca Guillén.
Los esfuerzos en favor del tití cabeciblanco han ayudado, a su vez, con la conservación del bosque seco tropical, las fuentes de agua para consumo humano y, en general, la fauna que habita en este ecosistema. “El tití es solo un símbolo y un embajador. Nuestro trabajo en realidad tiene un impacto mucho mayor, a nivel de ecosistema”, puntualiza Guillén.
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El camino no se acaba
Si bien es cierto que desde hace más de tres décadas el Proyecto Tití ha ayudado al bosque seco y al tití cabeciblanco, todavía hay mucho por hacer. “Crecer, ampliar y llevar nuestro trabajo a más lugares. En realidad, eso es lo que nos falta. Proteger, restaurar y conectar más bosques y áreas protegidas; vincular y educar a más comunidades en proyectos sostenibles para reducir la presión humana sobre los recursos naturales”, explica con entusiasmo Rosamira Guillén.
La cooperación entre el Proyecto Tití y el Zoológico de Barranquilla le apuesta igualmente a la especie a largo plazo. Desde inicios de este año se vienen implementando arneses para radiotransmisores en titíes mantenidos bajo cuidado humano en el zoológico. La idea es que, en un futuro cercano, estos arneses sean utilizados por el Proyecto Tití en monos silvestres dentro de estudios que permitan determinar el uso de hábitat de la especie.
Guillén sueña con que el Proyecto Tití llegue a nuevas comunidades en Corozal, en el departamento de Sucre, en la zona de Paramillo, en el departamento de Córdoba y en el Urabá antioqueño. “El impacto de nuestro trabajo ha sido significativo y notable en Atlántico y Bolívar, y nos gustaría mucho ampliar paulatinamente nuestro alcance e impacto a otros bosques que son críticos para la conservación a largo plazo del tití cabeciblanco”.
La directora de Proyecto Tití asegura que para escalar el impacto que ha tenido el proyecto se requiere apoyo financiero —que en su mayoría viene del exterior— y un mayor apoyo institucional a estrategias de conservación a largo plazo. “Nos gustaría mucho intervenir de manera más efectiva en el tema del tráfico, pero hay muchas limitaciones legales y financieras. Ese es el papel de las autoridades, ojalá fuera mucho más proactivo y efectivo. Por nuestro lado, quizás, queremos que nuestra voz sea escuchada y apoyada por los medios a través de campañas efectivas de rechazo al tráfico de titíes y de fauna silvestre en general. Nos enfocamos en lo preventivo a través de nuestros programas de educación ambiental, pero la parte reactiva no funciona bien en nuestro país”, concluye Guillén.
El artículo original fue publicado por Guillermo Rico en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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