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Gisela Ponce de León: «Mi trabajo es aparecer y desaparecer» - 2
Redacción EC

Stefanie Pareja

Hoy cumple 30 años, está soltera y no se abrirá una cuenta de Tinder. Le encantaría conocer a alguien pero no le urge porque, por ahora, está entretenida conociéndose a sí misma. Cuando está sola canta “Paper Bag” de Fiona Apple, en el taxi canta como Ariana Grande.

Gisela Ponce de León siempre quiso tener el cabello naranja. Asegura con emoción infantil que ser pelirroja era uno de sus sueños. Después se ríe como se ríen quienes saben que han dicho algo inesperado, pero sostiene su afirmación: «Tal vez veía demasiado Annie y Pippi Longstocking cuando era niña. Ambas eran tan divertidas. Yo quería ser como ellas». Gisela nació con el cabello castaño, pero en la adolescencia empezaron las decoloraciones y los tintes hasta conseguir el tono que tiene hoy. Esa niña curiosa que soñaba con tener el cabello zanahoria se ha convertido en una actriz ambiciosa que quiere tener la piel verde de la bruja malvada de “Wicked”, el musical en Broadway que a Gisela le encantaría protagonizar.

Las primeras apariciones televisivas de Gisela Ponce de León eran comerciales de gaseosas, donde la niña actriz aparecía un par de segundos. Gisela recuerda que se frustraba con intensidad porque pensaba que había actuado mal. Seguro saboreó sin ganas esa bebida y por eso recortaron su escena. Hoy Gisela sigue siendo tan exigente con ella misma ya sea cuando canta con un micrófono entre las manos, actúa para una cámara de televisión o se para en medio de un escenario. Ha declarado más de una vez que ser actor no se trata de tener talento sino de ponerse en los zapatos de los demás, de comprender a tu personaje, de no juzgarlo. En estos días Gisela Ponce de León es Teresa Bentín, una mujer que pierde la tranquilidad por culpa de su acosador. La actriz comprende a su personaje. Ambas detestan que algunos hombres consideren a la mujer un objeto que espera encontrar un dueño.

Eres la protagonista de “Chico Encuentra Chica”, un drama sobre el acoso a las mujeres y has declarado que te sorprende la risa del público ¿Qué es lo que te llama la atención?

Después de tantos ensayos, de comprender a mi personaje y saberme su discurso, lo que es gracioso por simple y reconocible para el público, para mí deja de serlo. Para mí, como actriz, toda la obra es un poco más cerebral. En “Chico Encuentra Chica” hay un personaje de un fotógrafo de mujeres desnudas que hace chistes burdos sobre nosotras. Es hiriente con  Teresa, una mujer acosada. Hace bromas un tanto ofensivas y el público se ríe. Yo sé que es porque reconocen al supuesto criollo en el escenario, y les causa gracia. Incluso los dos amigos que están dispuestos a ayudarme en esta historia se burlan de que yo diga sentirme un objeto. Creo que en el Perú, una mujer que se queja de que le digan cosas en la calle es algo repetitivo y ya no se toma en serio. Las risas avalan, sin darnos cuenta, ese comportamiento.

¿Qué haces cuando te gritan por la calle?

Me molesta un montón. Yo saco el dedo medio y a veces hasta quiero gritarles. Tengo amigos que me recomiendan que no diga nada para no meterme en problemas. Pero ¿qué tal si un día nos paramos todas en una esquina y empezamos a decir cosas sobre los potos o los penes de los hombres? ¿Qué tal si le hablamos así a un chico que camina tranquilo y solo piensa en comprar el pan? Me parece que estamos en una sociedad machista y que cualquier reclamo que haga una mujer hará que se la considere feminista. Y ahora lo feminista suena a exagerado.

¿Eres feminista?

No. Yo creo que la responsabilidad de los problemas está compartida. La mujer limeña, y diría en todo el mundo, no tiene problemas por ser mujer sino por la dinámica de la sociedad. Aún hay quienes piensan que el hombre es el macho fuerte y la mujer es frágil. Entonces si no luces débil, no eres muy atractiva. Si eres una mujer muy inteligente, tampoco eres muy atractiva. No me gusta cuando dicen que una mujer fuerte es la que «trepa montañas». También lo es la que camina delicada, se cae y se levanta. No me gusta que para «ser fuerte» se espere que una mujer sea poco femenina. Eres «fuerte» si te pareces a un hombre.

Eso le pasa a tu personaje. Teresa es una periodista exitosa que vive sola y es feliz con lo que hace, pero se la acusa de ser fría y esconderse en su trabajo.

Si fuese un hombre que trabaja mucho se lo felicitaría y se lo consideraría exitoso. Pero el caso de una mujer que trabaja tanto y no tiene novio es diferente. Se cree que ella se está abandonando como mujer. Las amigas se preocupan y le sacan citas a ciegas. Cuando me tocan personajes jóvenes a los que les preguntan: ¡¿Nunca te casaste?! Yo me quedo pensando: ¿a qué edad me debía casar? ¿A los 21 o 23? ¿Cuánto tiempo queda? ¿Hay que congelar óvulos?

Estás cumpliendo 30 años y trabajas todo el tiempo. ¿Tienes personas que se preocupen por tu soltería? ¿Que quieran saber cuándo te casarás o tendrás hijos?

Estoy segura de que hay gente de mi familia que se preocupa por eso. Pero los actores tenemos una edad rara, porque ninguno de nosotros se siente de la edad que tiene. Estamos un poco en el limbo y no estamos atados a ninguna etapa. Algunas mujeres de mi familia desean que yo tenga esposo e hijos. Yo también lo deseo. Quiero tener una familia y compartir mi vida con alguien. Si en algún momento estoy muy enamorada y tengo los medios, querré ser madre. Querré ser una buena madre. Pero no hay, pues. ¿Qué hago? No me abriré una cuenta de Tinder ni saldré a buscar novio en una discoteca, dice Gisela y ríe.

¿Es difícil para ti conocer a alguien?

Sí. Para empezar no se me acerca nadie y tampoco es que yo sea la bomba sexy de la fiesta. Prefiero estar con mis amigos a un lado conversando. Yo no soy de las que entra a bailar en medio del salón. Ojalá me den un personaje así para hacerlo en algún momento, porque no me provoca naturalmente (risas). Además, tengo horarios terribles y siempre trabajo. No sé si al chico imaginario le parecerá interesante eso. Tener una relación me parece complicado ahora. No quiere decir que no desee una pareja. Siendo una persona que cree que el amor soluciona todo, por supuesto que quiero que llegue ese tipo de amor a mi vida. Tengo un montón para dar. Ya llegará y mientras tanto interpretaré a gente que se enamora.

Se dice que llegar a los 30 podría desatar una crisis existencial en las mujeres. ¿Qué estás sintiendo tú?

Siempre pensé que cumplir 30 se me iba a pasar como si nada pero, la verdad, sí es un poco raro. Siento que debería hacer una gran celebración pero no sé de qué.

He madurado un montón y creo que he vivido muchísimo, pero 30 me suena a una edad muy  estructurada y yo no sé si tengo tanta estructura. Cuando jugaba en el colegio, siempre decía que me iba a casar a los 22 y que tendría una casa, un carro y habría ido a Disney con mi esposo y mis dos hijos: un niño y una niña (risas). Nada de eso ha pasado. Solo tengo esta vida media hippie, donde interpreto e interpreto e interpreto a otra gente sin parar. Amo eso. Amo lo que hago y me quejo de lo que hago todo el tiempo. Eso quiere decir que le tengo pasión. Estoy muy entretenida apasionándome. También me han dicho que a los treinta se va la ansiedad y las cosas tontas ya no te importan más. Yo estoy esperando abrir los ojos ese día y sentirme plena (risas). No, mentira. Yo sé que eso no va a pasar. Y está bien. Ahora tendré un tres y un cero.

Hay periodistas que han descrito a Gisela Ponce de León como una «belleza atolondrada» y no son pocos los que han resaltado  «su atractiva torpeza ». Ella admite que todos los días olvida donde deja las llaves y que siempre carga en su cartera su recibo de la luz para recordar que tiene que pagarlo. Dice que no le gustaría vivir sola en Nueva York, porque es una ciudad muy agresiva y que de seguro ella se caería o chocaría alguna vez y que quisiera tener a alguien a quien contárselo. Además la actriz usa vez tras vez la palabra ‘rara’ para definirse. Y es que cuando Gisela empieza a hablar, sus cejas se levantan, su nariz se arruga, extiende sus labios juntos de un lado para otro y sus manos marcan el ritmo de sus palabras: a veces aceleran, a veces toman pausas. Podría parecer el semblante de una chica confundida pero, en realidad, es la cara de alguien que se toma el tiempo para conseguir claridad. En una conversación, Gisela trata de entender al otro, pero también sigue en el eterno ejercicio de entenderse a sí misma.

Has interpretado personajes que tienen una forma de hablar muy gestual y que por ratos muestran una honestidad infantil. Características que nos recuerdan a ti. ¿Cuánto hay de Gisela en sus personajes?

Todo el mundo dice que el actor se transforma y se mete en la piel del personaje. Yo creo que actuar es una cuestión de entender y ser honesto. A mí me interesa que quien ve lo que estoy contando, me crea. Yo siempre parto de mí. No soy como mis personajes, pero en todos ellos hay algo mío.  

Leí que Alberto Ísola, tu profesor en el Teatro de la Católica, te llamó la atención por tu exceso de histrionismo. ¿Qué ajustes has hecho como actriz en estos años?

Una vez hacíamos un ejercicio y yo no me ubiqué bien en el escenario entonces Alberto dijo que cómo era posible que todavía no sepamos ubicarnos en el espacio. Yo levanté mi mano, me quejé y empecé a llorar. Alberto me refutaba más. Actores, pues, somos dramáticos. Uno llora y el otro se pone más intenso (risas). A los minutos nos disculpamos. Él es uno de los profesores que más me ha enseñado. Lo que me decía es que yo tenía un exceso de energía. Tenía razón. Yo tenía 17 años y pensaba que debía bailar, cantar, sonreír y hacer chistes todo el rato. Después me di cuenta de que tenía que bajar mis decibeles.

¿Eres muy sensible?

Antes era peor, era muy llorona. Tenía todo a flor de piel. Si veía un perro en la calle, literalmente lloraba por no poder ayudarlo. Sufría intensamente por todo. Uno tiene que aprender a equilibrarse. No se puede ser medio púber toda la vida. Aún tiendo a ser la chibola que se ríe y llora por todo. Me gusta ser transparente. Yo quisiera que alguien entienda que todo lo que hago es actuar. Analizo y sobreanalizo siempre y por eso siento más. Me entreno todo el día para usarme. Es imposible no ser sensible. Antes yo juzgaba mucho eso de mi personalidad, pero ahora creo que es valioso que yo pueda pasar por todas esas emociones sin caer demasiado en ninguna.

En “Escuela de Payasos” eres un claun dulce y querendón. Se supone que para trabajar a su claun, el actor exagera un rasgo personal. ¿Explotaste tu lado sensible?

Ese personaje estaba escrito así, pero yo le empecé a agregar cosas a su discurso. Por ejemplo, mi mamá dice que de niñita yo quería ser abogada. Que me preocupaba y ofendía por todo y siempre tenía algo que decir. Me paraba y opinaba y después lloraba (risas). Pero estaba el ímpetu en decir mi opinión. Y que mi solución para todo era el amor. Después de un tiempo esa idea me dejó de parecer huachafa. Creo que la solución es ponerse en los zapatos del otro. No voy a ir diciéndole a la gente que solo tiene que amar y adiós problemas. No soy una mártir ni la más buena del mundo, solo no quiero pasar mi vida hiriendo a la gente.

¿Cuando eras niña querías ser cantante?

Primero quise ser bailarina. Nunca actriz, porque no sabía que podía ser tan divertido. Luego de bailar, quise cantar y después actuar. Quería estar más presente. 

¿Qué piensas de los estereotipos de belleza? ¿Te ha incomodado tu apariencia alguna vez?

Como toda púber, no me sentía muy bonita. A esa edad todo se juzga por bonito y feo, no existe bueno ni malo. Yo era tímida y seguro que no era muy bonita para los chicos porque era superflaca. Ahora también: una bonita para el público es alguien con la nariz pequeña y yo no soy así. Aún tengo mis días de inseguridad. Me parece normal, pero la verdad es que yo creo en mi discurso. Estoy orgullosa de las cosas que pienso. Siento que no soy una persona fea. Yo me gusto. No creo ser una modelo para catálogos, pero estoy contenta conmigo. Siempre he confiado en mí, en cómo funciona mi cabeza. Eso es algo que depende de mí y que puedo controlar. No puedo controlar cómo funciona mi cara.

El trabajo de un actor consiste, para Gisela Ponce de León, en ser y no ser tú misma. Dice que es un oficio que te enfrenta con tu ego y te obliga a domesticarlo. Ella no olvida una frase que mencionó en clase su profesor Alfonso Santisteban: «El público siempre aplaude al personaje y no al actor». Gisela está de acuerdo. Sabe que se usa a ella misma para transmitir, pero quien sorprende, si su trabajo está bien hecho, es su personaje. En sus mejores interpretaciones, Gisela Ponce de León desaparece.

¿Qué es lo que menos esperabas de las clases de teatro?

A los actores siempre se les ve felices y si salen deben embellecerse. Son gente a la que se le prepara para verse bien. Yo tenía una idea más plana y sencilla de la actuación hasta que un día me sorprendí en una clase con Alberto Ísola. Me di cuenta de que hasta moviendo un vaso de un lado a otro estoy contando algo. Recién cuando empiezas a estudiar teatro sientes que has escogido una carrera importante. Por un rato te crees (risas). Tienes toda esta información de cómo funcionan las relaciones humanas y te sientes el sabio.

¿Cuándo dejas de creerte?

Imagino que como en todo caso: cuando es hora de aplicar la teoría (risas). Te das cuenta de que no siempre puedes. Eres la misma pero con toda esa información teórica y ahora tienes que usarla. Cuando empiezas a intentar hacerlo, entonces empiezas a juzgarte. Te das cuenta de que tu profesión es jugar con tu ego, es desaparecer y aparecer al mismo tiempo. Te pones en el escenario todo los días para ser juzgado.

Has mencionado varias veces que más que talento, el actor necesita empatía.

Creo eso. Como actriz, cuando abordas un personaje tienes que entenderlo, porque si te toca alguien con quien no estás de acuerdo o que te parece moralmente incorrecto, pues vas a juzgarlo todo el tiempo. Y ese no es el trabajo del actor. Ser actriz me ayuda a no ser prejuiciosa, me obliga a entender.

¿Hay algún personaje al que dirías que no? ¿Algún perfil que preferirías no entender?

No. Es solo un personaje, no soy yo. No estoy representando algo que se convertirá en parte de mí. Me gusta abrir la cabeza para cada personaje. Si me toca un asesino, lo entenderé y no lo juzgaré para poder interpretarlo. Eso me hace entender que todos estamos un poco mal. Somos buenos, pero siempre hacemos sufrir a alguien. Es parte de la vida, todos tenemos lados buenos y lados feos.

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