Natalia Parodi: "Antes del cielo, la tierra"
Natalia Parodi: "Antes del cielo, la tierra"
Redacción EC

Al principio, cuando somos pequeños, lo que nos sucede es responsabilidad de nuestros padres y está en ellos buscar y encontrar soluciones. No significa que tengan que angustiarse para ser perfectos. Tal cosa no existe. Pero hacer su mejor esfuerzo o pedir ayuda si no consiguen lo que necesitan, siempre es posible.

Cuando crecemos nos convertimos en responsabilidad de nosotros mismos. Es posible, sí, que nuestros padres hayan fallado. Es posible también que lo hayan hecho en aspectos importantes y que esas fallas se encuentren en la base de nuestras dificultades. También es posible que hayamos tenido experiencias traumáticas, accidentes o relaciones conflictivas y que el mundo parezca un lugar amenazador y poco seguro. Sin embargo, por mucha rabia o dolor que eso nos dé, al crecer solo uno mismo puede solucionarlo para estar mejor. Cuando uno es grande, ni nuestros padres ni el mundo pueden reparar lo que dentro de nosotros está herido.

He escuchado a muchas personas decir que todo está en manos de Dios. Otros menos religiosos no se salvan de frases parecidas, sosteniendo que el destino o el azar decidirán. O creen que tienen mala suerte y que los sigue una nube gris. Lo que yo veo en común es que más allá de creencias religiosas, hay una actitud inconsciente de no dar el 100% de lo que uno puede dar por sí mismo, sino dejar una parte del futuro en manos ajenas. En todo caso, no en las propias.

Es válido tener creencias. Ya sea simplemente ser consciente de las limitaciones propias o creer en las malas vibras o en la carta astral o pensar desde una perspectiva religiosa, que la vida terrenal es solo un preámbulo de algo mucho mejor –la vida eterna, el cielo–. Sin embargo, todas esconden una trampa inconsciente: la de no sacarle el jugo a la vida que estamos viviendo.

¿Por qué reducirle la importancia al presente? Cada etapa tiene un sentido y un lugar en nuestra vida.

Cuando se es bebito, el gran reto es aprender a gatear para luego caminar. Luego un poquito más grandes, el gran reto es aprender a colorear sin salirse de la línea. En la adolescencia, terminar adecuadamente el colegio y elegir un camino profesional. Y así toda la vida nos presenta retos que son fundamentales y quizá en su momento parecen lo más difícil. Solo porque hoy hayamos superado dichos desafíos, no podemos decir que gatear ni caminar ni colorear dentro de los bordes no son importantes. Es lo más importante en esa etapa de la vida.

Lo mismo ocurre en la adultez, con la vida que tienes en tus manos. La tuya. Debemos dedicarle todo lo que podamos. Aprovechar la experiencia, aprovechar las oportunidades, el amor, los amigos, el cuerpo que tenemos con lo que nos puede ofrecer. No siempre todo estará allí.

Pero mientras esté, podemos aprovechar para gozarlo y agradecer las posibilidades que nos brinda.

Hay una oración maravillosa que en los grupos de alcohólicos anónimos es repetida con frecuencia: «Dios, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que puedo cambiar y la sabiduría para reconocer la diferencia».

Es una frase que nos puede servir a todos. Religiosos o no. Porque nos hace tomar conciencia de que no se trata de resignarnos derrotados ante los problemas de la vida, ni tampoco alucinarnos omnipotentes ante todo. Pero sí hacer todo lo que esté en nuestras manos y disfrutar plenamente lo máximo que podamos de nuestra vida. Ni más ni menos.

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